Conservado en el Museo Lítico de Pucará (ubicado en Lampa, al sur del Perú) se encuentra un curioso monolito de piedra llamado el Degollador o Nakaq, que con una expresión cruel, representa a un hombre sentado con la mano derecha extendida apoyada sobre la rodilla sosteniendo una cabeza humana, la espalda ornamentada con rostros humanos, en la mano izquierda un arma, sobre la cabeza una especie de gorro con tres cabezas de puma. Es una de las representaciones mas antiguas de quien es también conocido como el Pishtaco, el cual según se afirma, recorre incansablemente los lugares mas desolados e inhóspitos de los Andes en busca de grasa humana. Perteneciente a la cultura Pukará, que se desarrollo entre los años 100 a.C. y 300 d.C, a orillas del lago Titicaca. Dicha escultura fue rescatada de los alrededores de Qalasaya, un templo ceremonial edificado en una de las deformaciones de la meseta del Collao, a las faldas del cerro Calvario, cuyas ruinas se encuentran protegidas por un enorme peñón de color rosáceo, tonalidad similar en los suelos que originan el nombre: Puka en quechua significa rojo. Los andenes moldean la arquitectura piramidal del centro. En la explanada destacan edificaciones en pie y tres hundidas a manera de estadio. Es probable que los rituales con las cabezas decapitadas se efectuaran en Qalasaya. La única tesis que sustenta ello es la expresión monolítica. No se ha encontrado evidencias tangibles de sacrificios, como los cuerpos momificados de las victimas. Cabe destacar que el culto a la decapitación no es un ritual propio de los Pukaras. También predominó en la costa de la época preínca. Los Nazcas capturaban a sus enemigos y les cortaban la cabeza con la creencia que ese acto quitaría fuerza a los ejércitos que debían vencer. Asimismo, en los famosos mantos Paracas hay bordadas figuras humanas que muestran a las cabezas de los vencidos como trofeos de guerra, por lo que no se descarta que esta costumbre se haya expandido por la región y asimilado por diversas culturas. Pero el Nakaq no es el único monolito sanguinario. El museo conserva otros similares, así como también el de un felino devorándose una presa. Estos animales también aparecen representados en su cerámica ceremonial y tenían características de deidades propias de una cultura cuyo final quedo envuelto en el misterio. Cuando los Incas llegaron a la región, hacia mucho tiempo que los Pukaras habían desaparecido como los Tiahuanaco, y las ruinas de las ciudades que encontraron a su paso, fue la evidencia de la existencia en épocas pretéritas de civilizaciones que pudieron florecer en aquellas remotas regiones de los Andes :)