sábado, 18 de mayo de 2019

BRASIL: En las entrañas de la bestia

Como recordareis, el 28 de octubre del 2018, Jair Bolsonaro fue electo presidente de Brasil para perplejidad de muchos. Había sido visto como un loco peligroso, de ideas francamente disparatadas e irrealizables, por lo que se creyó que se trataba de un fenómeno pasajero. Para cuando se le empezó a tomar en serio - tras el desastre ocasionado por los gobiernos socialistas de Lula da Silva y Dilma Rousseff, que terminaron envueltos en sonados escándalos de corrupción, con el primero de los nombrados en la cárcel debido a sus conexiones con Odebrecht - ya era demasiado tarde: lideraba las encuestas con sus discursos confrontacionales que lo ubicaban en el extremismo conservador más radical. Su admiración por el sangriento régimen militar instaurado en su país en décadas pasadas, iban de la mano con su odio furibundo hacia todos los que no piensan como el (a quienes califica de ‘terroristas’) a los cuales en mas de una ocasión ha amenazado con matarlos a la menor oportunidad, afirmando que a los militares “les falto tiempo” para hacerlo, pero que el concluiría su labor. Muchos no se explican cómo este ex capitán del Ejército que evidentemente esta mal de la cabeza, pudo llegar a sentarse en el Palacio del Planalto con esa clase de discurso violentista - que origino incluso que lo balearan en público, por lo que desde entonces se convirtió en el ‘candidato fantasma’ que hizo el resto de su campaña exclusivamente a través de las redes sociales - y qué puede esperarse de semejante elemento ahora. Para hacerlo, podemos partir de una pregunta base: “¿Por qué un oscuro y mediocre diputado poco relevante desde hace 28 años, del llamado “bajo clero” del Congreso - los marginales con quienes nadie quería verse retratados - repentinamente se convierte en el líder de un fenómeno social en ascenso? Bolsonaro llegó a la presidencia de Brasil con un discurso anti-partidista, al tiempo que se presentó como alguien ‘nuevo’ en política, que estaba en contra del establishment y que venía a luchar contra la corrupción de la clase política tradicional, muy golpeada por los procesos judiciales de Odebrecht, en las cuales sus líderes aparecen seriamente involucrados por sus millonarios ‘negociados’ con la constructora (algo que por cierto no es exclusivo del Brasil, ya que en el Perú por ejemplo ocasiono el suicidio de Il Capo della mafia Alan García Pérez al verse acorralado en su guarida por la policía cuando se disponía a detenerlo). Aunque el discurso anticorrupción ha sido muy eficazmente utilizado en su campaña, el éxito de Bolsonaro no se circunscribió sólo a ello, ya que introdujo una serie de novedades a la realidad política brasileña. La primera de ellas es el sistema de alianzas de intereses comunes que logró establecer. Si bien varios de los actores que componen el nuevo gobierno son parte de quienes han participado de formaciones conservadoras históricamente - en especial los ruralistas, militares y empresarios - tenemos un nuevo actor que se suma como componente esencial a esta nueva alianza: los evangélicos. En todo caso, el tipo de alianza neoliberal-religiosa-conservadora que se configura represento una innovación de gran magnitud en la historia de Brasil, que nunca antes se había dado. Bolsonaro actuó así como sintetizador de las expectativas de aquellos grupos poderosos e influyentes, cuyas ambiciones se vieron frustradas durante los gobiernos izquierdistas de Lula y Rousseff, por lo que veían sus intereses seriamente amenazados: los empresarios (por sus millonarias ganancias en peligro de ser confiscados); los ruralistas (por sus grandes y prósperas haciendas, debido al apoyo del gobierno a quienes invadían sus propiedades); los militares (por su status quo como reserva moral de la nación, debido a la creación de ‘la Comisión de la Verdad’ que dejaría al descubierto sus crímenes cometidos durante la dictadura), y los evangélicos (por los absurdos cambios introducidos en materia educativa por el PT y su apoyo a esa aberrante bestialidad conocida como ideología de genero, destinada a homosexualizar a los niños y destruir a las familias); Todos ellos se unieron para echar a los izquierdistas del poder y vaya que lo consiguieron. La segunda novedad es que Bolsonaro busca erradicar al estatismo de la historia de Brasil, a cuya omnipresente presencia culpo de todos los males, prometiendo que lo iba a privatizar absolutamente todo. La designación como ministro de Economía de Paulo Guedes, un economista formado en la Universidad de Chicago, era un evidente indicio. No es de extrañar por ello que Guedes propone privatizar todas las empresas estatales y cortar el gasto del Estado como fórmula para equilibrar las cuentas públicas y pagar puntualmente las millonarias deudas a los grandes bancos. Por ello Bolsonaro y Paulo Guedes son lo que Brasil precisa, desde el punto de vista del mercado financiero transnacional, para aplicar a rajatabla el neoliberalismo. En este punto, Bolsonaro representa una continuidad con Temer, en su objetivo de liquidar ese estatismo imperante construido desde 1930 en el Brasil con Getúlio Vargas. No obstante, podrían esperarse tensiones con otro de los pilares del gobierno: el Ejército, ya que a diferencia de Chile o Argentina, los militares aún mantienen ese carácter estatista en su pensamiento en el que las empresas ‘estratégicas’ como PETROBRAS no deban pasar al sector privado, o sea, a los grandes inversionistas estadounidenses, que nunca han ocultado su deseo por hacerse de su control. Una tercera novedad es la destreza con que el equipo de campaña de Bolsonaro usó las redes sociales para esparcir sus discursos de odio y ganar electores; una destreza con la que sus adversarios no le concedieron la importancia que debían, paradójicamente en uno de los países con más usuarios de redes sociales del mundo. Como sabéis, esta nueva tecnología permite llegar a un público más amplio de una forma mucho más rápida que los métodos convencionales. Con las redes el mensaje llega a públicos más amplios a los cuales antes no llegaba, ya que los medios tradicionales no permitían esa circulación. Las redes habilitaron así para estos grupos la posibilidad de llegar a las mayorías silenciosas con un mensaje que calo profundamente como es la lucha contra la delincuencia, acuñando la frase ‘bandido bueno es bandido muerto’ que lo llevó a las grandes ligas de la política nacional en un contexto donde la seguridad es la demanda principal en un país devastado por la corrupción y las bandas criminales tan cercanas al PT. Muchos han llamado a Bolsonaro “el Trump tropical”, entre otras cosas, por su manera de decir abiertamente lo que piensa, a pesar de que no sea ‘políticamente correcto’ hacerlo. Pero a diferencia de inquilino de la Casa Blanca, el brasileño representa un verdadero peligro para el régimen democrático de Brasil. En primer lugar, Brasil no tiene el tipo de contrapesos y autonomía de las instituciones estadounidenses (medios, justicia, Parlamento). En segundo lugar, Bolsonaro es directamente, sin mediaciones, la representación de la extrema derecha en el Gobierno. Sus incendiarios discursos como si aun estuviera en campaña, su exaltación a la dictadura militar y su absoluto desprecio toda forma de convivencia democrática son una prueba de ello. “El lo es todo, fuera de el, nada” es la máxima con que guía sus pasos este enfermo mental. En Bolsonaro se traza la línea cronológica de los acontecimientos que llevaron a un ex capitán del Ejército a erigirse como presidente de la República Federativa del Brasil, convirtiéndose por su insania en una seria amenaza para su institucionalidad democrática. Sus nada disimuladas simpatías por los EE.UU. lo han llevado a unir al Brasil a esa infame campaña desestabilizadora contra Venezuela, a tal punto de conceder refugio en su embajada a elementos terroristas tras su miserable intento de golpe de Estado del pasado 30 de abril que fue organizado por Washington, utilizando para ello a traidores colaboracionistas dentro de sus demenciales intentos de querer derrocar a la Revolución Bolivariana. El fracaso de la intentona ha llevado a Bolsonaro a amenazar grotescamente a su vecino, lo que le ha valido el ‘reconocimiento’ de Trump, quien notificó al Congreso estadounidense sobre su decisión de designar a Brasil como el socio principal no OTAN del país, dejando entrever que utilizara su territorio - al igual que Colombia, que tiene la categoría de "socio global" de la Alianza Atlántica - para agredir a Venezuela, arrastrando consigo al continente a una serie de sangrientos conflictos que se ven en otras latitudes. Como podéis notar, con su actitud agresiva, Bolsonaro no solo es un potencial peligro para su país sino también para toda la región. Bien se dice que la locura es contagiosa :(