martes, 4 de junio de 2019
Q’ESWACHAKA: El último puente Inca
Cada mes de junio, en un rincón de los Andes peruanos, cuatro comunidades quechuas renuevan el puente colgante de Q'eswachaka, un vestigio viviente de cinco siglos de antigüedad de la época Inca. En efecto, ubicado en la localidad de Quehue (provincia de Canas, Región Cuzco) sobre las aguas del río Apurimac, se levanta el que esta considerado como el último puente inca del mundo. Se trata de una espléndida obra de in¬¬geniería de 28 metros de largo y 1,20 de ancho que persiste pese a la modernidad y que en el 2013 fue incluida en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO. No en vano los conocimientos, las técnicas y los rituales vinculados a su renovación se han transmitido de generación en generación desde la época de esplendor del Imperio Inca, entre los siglos XV y XVI, hasta nuestros días. Fabricadas con ma¬¬teriales efímeros, tales pasarelas debían ser re¬¬construidas anualmente para evitar accidentes derivados del desgaste causado por el paso del tiempo y el clima. Así lo documentaba en 1609 el cronista Inca Garcilaso de la Vega en su obra Los Comentarios Reales de los Incas, a propósito de este y otros puentes ya desaparecidos que constituían los tramos suspendidos de la antigua red viaria incaica conocida con el nombre de Qhapaq Ñan (que en quechua significa ‘Camino Real’), que se extendía a lo largo y ancho de los más de dos millones de kilómetros cuadrados que abarcaba el Imperio Inca, un territorio que se extendía desde la actual Colombia hasta la Argentina. Se trata de una tradición que para las comunidades campesinas de Huinchiri, Chaupibanda, Choccayhua y Ccollana Quehue ha subsistido durante más de cinco siglos gracias a la intercesión de la divinidad. “Si no construimos un nuevo puente cada año - lo usemos o no - nos arriesgamos a provocar la ira de la Pachamama [la Madre Tierra en quechua] y de los apus [fuerzas tutelares de la naturaleza]”, añade Cayetano Ccanahuire, paqo (sacerdote andino) de 63 años a quien se le atribuyen capacidades adivinatorias. Instalado junto a los estribos de piedra durante los tres días que duran las tareas de renovación del puente, el paqo solo podrá abandonar el lugar cuando la obra sea transitable. “Desde la época precolombina, entre los indios, cualquier actividad importante de construcción, tanto de casas como de puentes, se realiza previo pago a la tierra o a los apus. Estas últimas deidades están encarnadas en todos y cada uno de los accidentes geográficos de la zona, como las lagunas, los ríos o los cerros. Incluso los puentes modernos del siglo XX se construyeron pagando antes a los dioses” explico el antropólogo de la Universidad Católica, Pablo del Valle. Esas obras provocaron el ocaso de los arcaicos puentes de cuerda en la cordillera andina, ya que dejó de ser necesario que fuesen renovados a perpetuidad. El mismo Q’eswachaka cayó en desuso luego de que se edificara una construcción de metal más sólida y segura a apenas unos metros de distancia. “En los años sesenta y setenta del siglo xx los miembros de las comunidades locales abandonaron la renovación del puente con la esperanza de que la tierra les perdonase. Pero la Pachamama los castigó con sequías, heladas, vientos huracanados que destrozaron el techo de paja de sus viviendas, y también con la enfermedad y la muerte de sus animales, por lo que tras 12 años inactiva, la tradición se reactivó” asevero. Desde entonces, tal y como hicieron sus antepasados, casi un millar de quechuas dispersos en las laderas de las montañas se ocupan aún de la conservación del Q’eswachaka, una tradición ancestral que no debe perderse :)