sábado, 16 de noviembre de 2019
CHILE: Hasta las últimas consecuencias
Mientras que el estado de insurrección general que atraviesa Chile desde hace cuatro semanas - iniciado cuando una protesta de estudiantes por un alza en el boleto del metro de Santiago creció hasta niveles inesperados - no tiene cuando amainar y por el contrario, a medida que pasan los días se hace cada vez mas fuerte, Sebastián Piñera y su trouppe de incondicionales parecieran vivir en un mundo paralelo negándose a reconocer la gravedad de la situación que atraviesa el país, creyendo ilusamente que con unos ligeros cambios a la constitución pinochetista impuesta a sangre y fuego tras el sangriento golpe de Estado de 1973, va a contentar a los chilenos que en las calles exigen a viva voz su dimisión. En efecto, una vez más y en medio de la exitosa huelga nacional que paralizo al país el pasado martes 12 de noviembre, Piñera y su gabinete aparecieron en cadena nacional para no ofrecer soluciones a las demandas sociales reclamadas por millones de personas que están en movilización permanente en todo el país. Antes de su alocución, las opiniones en las redes sociales se dividían entre quienes esperaban el anuncio de su renuncia, y aquellos que por el contrario, aguardaban el establecimiento del estado de sitio y el retorno, todavía mucho más cruento, de los militares a las calles. Sin embargo, Piñera se limitó a ofrecer tres puntos gaseosos que ya había mencionado profusamente antes: un “acuerdo por la paz y contra la violencia”; una indefinida “agenda social”; y el acuerdo con el sistema de partidos políticos de la institucionalidad para ‘cocinar’ una “nueva constitución”, con una inextricable mayor “participación de la ciudadanía”. Un ofrecimiento que ya ha sido rechazado por la población, porque lo consideran con justa razón como un engaño, ya que quienes se encargarían de ‘proponer’ los cambios ofrecidos… serian los mismos que hoy están en el poder. En cambio, la calle exige que sea una Asamblea Constituyente elegida previamente, la cual se encargaría de redactar una nueva Carta Magna que entierre de una buena vez y para siempre el legado sangriento de Pinochet, lo cual como es obvio suponer, no es del agrado del oficialismo. En términos de represión en contra de quienes claman por un cambio de modelo económico y castigo para los responsables de la violencia ejercida por el Estado durante las protestas - que han dejado hasta el momento unos 25 muertos, miles de heridos y decenas de miles de detenidos sometidos a crueles torturas - llamó a reintegrarse a la policía a aquellos efectivos que habían pasado a retiro recientemente para que ‘colaboren’ con los vigentes en su tarea de ‘restaurar el orden’ al precio que sea necesario. En el mismo tono, se atrevió a decir con un cinismo digno de mejor causa que su gobierno “no tolerará ninguna violación de los derechos humanos”, y, a la vez, que desde ahora se perseguirá y castigará a quienes hayan “incitado y fomentado actos de violencia”, de acuerdo a la Ley de Seguridad Interior del Estado. Además de una intensificación de la criminalización sobre la población que se está manifestando, Piñera es incapaz de mostrar nuevas cartas, porque no las tiene y recurre por ello a la violencia indiscriminada y al terror desplegado por el ejército y carabineros para intentar acallar las protestas por medio de un baño de sangre. No cabe duda que la debilidad política de Piñera respecto de los soportes de las fuerzas tradicionales de la derecha dura y subordinada totalmente a los EE.UU., como la misma oficialidad de la FFAA o el alto clero, lo coloca al desnudo frente a una población que sólo espera su caída definitiva. Él es el principal responsable político de la violación sistemática de todos los derechos humanos contra miles de chilenos. Ni siquiera merece la pena recordar las más de 25 personas muertas en las protestas; las violaciones sistemáticas a mujeres y hombres por los uniformados; la tortura repetida contra menores de edad llegando al extremo de usarlos como escudos humanos; el horror de la pérdida de la visión de cientos de personas, ya sea parcial o total - por obra de la salvaje represión practicada por los carabineros - que ha provocado el espanto mundial; el uso de armamento de guerra ante un pueblo desarmado que se defiende como puede ante la barbarie pinochetista. Y mientras tanto, la OEA como los gobiernos extranjeros se niegan a condenar estas bestialidades practicadas por los esbirros de Piñera, que deberá pagar con su sangre por estos abominables crímenes. Lo cierto es que a las fuerzas, intereses y grupos sociales que representa Piñera - ese privilegiado 1% que controla las riquezas del país - les interesa mucho menos “acordar” algún cambio constitucional que ponga en riesgo el modelo neoliberal imperante, que perder su puesto en La Moneda. ¿Habrán medido con mayor exactitud las relaciones de fuerza y la naturaleza del movimiento que la propia oposición? ¿Prefieren mantener a su peón de turno en el Ejecutivo que realizar algunas concesiones menores a la Constitución de Pinochet? Como podéis notar, la lucha por la salida de Piñera del Ejecutivo continúa siendo el primer desafío de un pueblo que ha despertado del letargo y que durante cuatro semanas no han dejado de multiplicarse y destruir el miedo tras su paso. Los procesos constituyentes son posteriores a la resolución del problema del poder. Y el poder está aun en manos de la oligarquía, por lo que hay que arrebatársela a como de lugar. Por lo demás, cualquier fórmula de nueva constitución demanda previamente la renuncia y arresto de Piñera por ser el responsable directo de la brutal represión, algo que no esta dispuesto a aceptar. Por su parte, la desacreditada oposición política (que cuando fue gobierno, se negó cobardemente a cambiar la constitución heredada de la dictadura) no termina de comprender la totalidad contradictoria y en pleno desenvolvimiento de un movimiento inédito, en el cual ellos no tienen cabida ya que también forman parte de aquel pasado ominoso que hay que liquidar. Chile nunca fue ese ‘oasis’ en Latinoamérica que tanto le gustaba alardear a su clase política, sino un país que ocultaba sus miserias bajo una falsa fachada de ‘prosperidad’ la cual literalmente desde hace un mes se está cayendo a pedazos desnudando su trágica realidad. Jamás hubo tal sueño chileno. Por el contrario, ha sido una pesadilla para la gran mayoría desde que los Chicago Boys instauraron a la fuerza en los años 70 su feroz modelo de capitalismo salvaje y lo privatizaron prácticamente todo. Pero Chile despertó. Abrió los ojos enojado, hastiado de aguantar tanta corrupción y podredumbre de esta élite política, económica y militar: colusiones de privados, leyes dictadas ex profeso desde las gerencias de las empresas para su beneficio, miles de millones de pesos en fraudes cometidos por el ejército y los carabineros. Súmele décadas de maltrato, desactivación del tejido social y el abandono a su suerte de ese 99% de chilenos, sin futuro ni esperanza, lo cual explica el gran descontento, la rabia y la explosión de violencia que se vive hoy. Por ello, para aplacar 30 años de abusos no basta un discreto ‘perdón’ presidencial, ni migajas económicas ni mucho menos promesas vacías que en el fondo, solo buscan mantener el status quo para que nada cambie. Por ese motivo, la lucha en las calles continuara hasta las últimas consecuencias. Nada ni nadie los detendrá (Por cierto, este viernes en la madrugada fue dado a conocer un acuerdo alcanzado entre el gobierno y la “oposición” política - que no representan a nadie - que contempla la celebración de un plebiscito en abril del 2020 para decidir si se modifica la carta fundamental de 1980 y, en caso afirmativo, con qué fórmula: una “convención constitucional” que funcione paralelo al repudiado Congreso, o que fueran estos quienes lo redacten. Posteriormente, esta sería sometida a su ratificación en otro plebiscito mediante sufragio universal obligatorio. En tanto, Piñera continuaría en La Moneda hasta el final de su mandato... en suma, mas de lo mismo. Sin duda alguna, se trata de otra farsa más del gobierno con el único objetivo de ganar tiempo. Así lo expresaron este mismo viernes en Santiago miles de manifestantes quienes restaron toda credibilidad a dicho acuerdo y volvieron a enfrentarse a la policía: "No nos podemos fiar de estos políticos. Llevan décadas mintiendo y lo continúan haciendo" dijo uno de ellos. A no dejarse engañar) :)