sábado, 7 de diciembre de 2019
CHILE: La tumba del neoliberalismo
La insurrección chilena es cosa de muchachos. A veces, casi niños. Los estudiantes llevan más de una década rebelándose contra el sistema educativo que implantó el genocida Augusto Pinochet y contra toda la herencia maldita de esa sangrienta dictadura instaurada con auspicios de la CIA en 1973. Esta vez han conseguido el respaldo de prácticamente la totalidad de la sociedad chilena. "Nos hemos acostumbrado a la violencia, no tenemos nada que perder", nos dice Víctor Chanfreau, 17 años, vocero de la asamblea de estudiantes secundarios. "El neoliberalismo nació en Chile y morirá en Chile" agrego, el cual por cierto, es un clamor que al unísono recorre el país. En las calles de Santiago, devastadas tras mes y medio de protestas y destrozos, las batallas campales son cotidianas. Los Carabineros, conocidos como pacos, y el Ejército se desempeñan con una dureza rayana en la brutalidad con total impunidad. Ya son decenas los muertos en todo el país. Cientos de personas han perdido los ojos o sufrido lesiones oculares graves porque las fuerzas de seguridad disparan a la cara cartuchos de perdigones. Hay además miles de detenidos, sin contar con los “desaparecidos” en manos de los esbirros del régimen asesino. Pero los jóvenes siguen manifestándose sin miedo. Los heridos reciben atención médica en centros improvisados. “Tienen un coraje que nosotros, amedrentados por la experiencia de la dictadura, no pudimos tener”, confiesa Carla Peñaloza, doctora en Historia y profesora en la Universidad de Chile. Con Peñaloza hay que conversar en un café, porque el edificio de la Universidad ha sido tomado por los estudiantes. Se trata de una ocupación ordenada y un recepcionista atiende con amabilidad tras una mesa que bloquea la entrada. Fuera discurre una manifestación de docentes. El ambiente parece propio de una situación revolucionaria. “Todo esto cansa a veces y da miedo, pero la ‘normalidad’ en que vivíamos antes era falsa; la realidad es lo que vivimos ahora”, dice la docente. Pinochet promulgó la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza y fue publicada en el Diario Oficial el 10 de marzo de 1990, el mismo día en que el dictador cedió la presidencia a Patricio Aylwin. Su último legado fue un sistema educativo que entregaba a los municipios la enseñanza pública, favorecía la segregación entre centros para ricos y centros para pobres y limitaba un gasto estatal que aún hoy, tras varias reformas, se mantiene en el puesto más bajo de la OCDE. Era una educación ajustada a los dogmas neoliberales. La universidad privada exige a los estudiantes que se endeuden durante años o décadas para pagarse los cursos. La primera gran explosión estudiantil se produjo en 2006. Fue la llamada revolución de los pingüinos, por los uniformes escolares. Más de 400 centros cerraron y 600.000 muchachos participaron en las marchas y huelgas del 30 de mayo: fue la gran crisis con que se abrió la presidencia de la ‘socialista’ (?) Michelle Bachellet, una antigua víctima de la dictadura que acababa de llegar a la Moneda, pero que una vez en el cargo no hizo nada para cambiar ni una coma de la constitución pinochetista en su vano intento de conservar el status quo. No sorprende por ello que desengañados, la rebelión de los muchachos estalló de nuevo en 2008, 2011, 2012, 2015 y 2018. Al pinochetista Sebastián Piñera, se le ocurrió una idea para acabar con las rebeliones estudiantiles. Su ley Aula Segura, aprobada el año pasado por el Congreso, permitía expulsar a los alumnos que portaran algún tipo de arma, cometieran algún tipo de agresión o causaran “daños en la infraestructura”. En la práctica, permitía expulsar a quienes protagonizaran protestas como la ocupación de una escuela. Aquello convenció a muchos chicos de que no debían esperar nada de este impresentable sujeto nostálgico de la dictadura y de los parlamentarios. El Congreso es hoy una institución sin ningún prestigio entre los jóvenes y es percibido por la mayor parte de la sociedad, según distintos sondeos, como casi irrelevante, cómplice del sistema que hoy buscan derribar a como de lugar. El darwinismo social legado por Pinochet, culto a lo individual y lo privado en oposición a lo colectivo y público, legado de la dictadura, marcó a una generación. “En las manifestaciones de estos días he experimentado por primera vez en mi vida un sentimiento de comunidad”, nos cuenta una joven escritora nacida cuando la dictadura se transformó en una farsa de ‘democracia’ vigilada por el propio genocida desde la jefatura del Ejército. La joven prefiere no darnos su nombre. Se trata de una cautela frecuente. Quizá por una (justificada) desconfianza hacia la prensa, quizá por temor a expresar opiniones divergentes del sentimiento colectivo. Un grupo de escolares que se sienta en la Avenida Providencia y corta el tráfico a mediodía prefiere también que sus comentarios sean atribuidos a “nosotros”. “Nosotros queremos que este sistema injusto termine ya, que los represores paguen y que Chile deje de ser propiedad de los cuicos [clase alta y dominante]”, afirma una adolescente uniformada, poco antes de que los Carabineros dispersen al grupo con agua a presión. Los escolares que cortan el tráfico no pertenecen a familias desfavorecidas, pero tampoco se sienten parte de ese “cogollo” abstracto que suele resumirse en unos cuantos apellidos convertidos en símbolos (Larraín, Walker, Edwards, Zaldívar) y que se recitan como una letanía. No hay dudas de que el sistema privilegia a los poderosos. Un ejemplo sangrante fue el de los empresarios Carlos Délano y Carlos Lavín, quienes el año pasado, tras cometer un abultado fraude fiscal, fueron condenados a cuatro años de cárcel que el propio juez sustituyó por la ‘obligación’ de asistir a unas clases de ética. “Los abusos son escandalosos”, nos confeso un ejecutivo español que trabaja para una sociedad chilena al comprobar que tenemos la misma nacionalidad. “Antes los vuelos entre Madrid y Santiago llegaban repletos, pero ello se acabó. Es mas, muchos estamos pensando en irnos porque no sabemos que sucederá mañana” indicó. “Luchamos por la educación, pero también por unas pensiones decentes, por un salario mínimo digno, por el fin del sistema opresivo”, enumera el vocero estudiantil Víctor Chanfreau. “Que no nos digan que esas cosas no son asunto nuestro, porque sí lo son: afectan a nuestros familiares y nos afectarán a nosotros en el futuro”, añade. Chanfreau, que sufrió detenciones durante los mandatos de Bachelet y de Piñera, es nieto de Alfonso Chanfreau, un desaparecido en la dictadura en 1974. No reprocha a sus mayores el miedo a protestar en la calle: “Sufrieron en carne propia la dictadura militar y una represión terrible con ejecuciones sumarias a plena luz del día, es normal, comprendo que mi madre tema por mí. Lo importante, es que el miedo se acabo y esta convirtiéndose en rabia, alegría, capacidad de organización. Los chicos no somos los héroes de esta historia, cada persona que se ha movilizado es heroica” precisa. “Nuestra lucha continuara imparable hasta acabar con el neoliberalismo. Y lo vamos a lograr” expresó. “El colapso del régimen esta cerca y luego llegara la hora de ajustar cuentas con estos asesinos. No nos detendremos en nuestras demandas. Antes tendrán que matarnos” puntualizó. No cabe duda que son de armas tomar y un ejemplo a seguir en América Latina, como ya esta viéndose en Colombia. Si bien los sectores “duros” temerosos de perder sus insultantes privilegios, exigen que el ejército vuelva a salir a las calles “para restaurar el orden” esta vez nada ni nadie los van a callar. La hora del neoliberalismo - así no lo quieran reconocer - ha llegado a su fin :)