martes, 1 de noviembre de 2022

CRÓNICAS DEL HORROR: Ayacucho, tierra de los muertos

Ubicada en la zona central andina del Perú, Ayacucho (que en quechua significa “rincón de los muertos”) fue el lugar elegido por Abimael Guzmán para dar inicio a esa orgia de sangre, muerte y destrucción que sacudió al país durante dos décadas. De esta manera y literalmente, se convirtió en una tierra de los muertos, concentrando el 40% de víctimas y desaparecidos, especialmente a manos de Sendero Luminoso y también de los militares - hay que reconocerlo - que cometieron ciertos excesos en su lucha contra el terror comunista. Actualmente sigue siendo la segunda región más pobre del Perú, donde viven alrededor de medio millón de personas, mayoritariamente indígenas quechua hablantes y campesinos, que fueron las primeras víctimas de la violencia que tuvo su origen en ese apartado rincón de los Andes. En efecto, era un 17 de mayo de 1980, cuando Sendero Luminoso empezó su descarga de terror en el poblado de Chuschi, ubicado a más de 3 000 m.s.n.m. ubicado en la provincia de Cangallo, en Ayacucho, dando inicio a lo que denominó la “lucha armada”. Tras cometido el ataque, las campanas de la iglesia no dejaron de sonar toda la noche. Minutos antes, una columna senderista había perpetrado el primer atentado de su larga trayectoria criminal, robando las ánforas de votación que serían utilizadas al día siguiente en las primeras elecciones generales a realizarse en el país andino luego de 12 años de régimen militar. Las robaron y quemaron. La historia oficial cuenta que Florencio Conde, encargado del material electoral, dormía en un pequeño almacén municipal cuando llegó un grupo de desconocidos. “Tumbaron la puerta, encañonaron a Conde y se llevaron todo para quemarlo en unos pastizales cercanos”. Es la historia que se contó mil veces, la que narraron los periódicos, incluso la que registró la cuestionadisima Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) conformada por caviares (cuyo propósito desde el primer momento fue minimizar los crímenes terroristas - venga ya, poco mas y los santifican - mientras a su vez no dejaron de atacar y cuestionar en su sesgado informe la labor de las fuerzas del orden). Pero lo que dijeron acerca de lo sucedido en Chuschi no es la historia real. En mayo del 2010, un diario local visitó esa remota localidad de los Andes y conversó con Julio César y Bernardo Conde, hijos de Florencio. Julio César había recién publicado un libro, “El lunar rojo del mundo”, en el que por primera vez contaba los hechos tal como ocurrieron. En él se relata que la noche del 17 de mayo de 1980, un amigo de Florencio lo convenció para tomar unas cervezas y este, ya borracho, pidió a sus hijos que cuidaran las ánforas (se presume que ese amigo era un simpatizante senderista). Y fue a ellos, de 10 y 12 años, a quienes amenazaron y robaron el material. ¿Por qué ocultaron durante tres décadas esta historia? Por seguridad, pero también por temor. Por vergüenza, pero también por miedo. Ahora Julio César y Bernardo viven entre Chuschi y Huamanga, trabajando como profesores. Cuenta Julio César que algunos colegas suyos no le creían, y que algunos incluso ni siquiera quisieron leer el libro. Primero tuvieron miedo a los senderistas, luego a los militares, y ahora tienen miedo a conocer la verdad. Haciendo historia, hay que precisar que la primera población de Chuschi fue consecuencia de un intercambio político. Allí hubo asentamientos preíncas (de los cuales ya casi no hay vestigios) que fueron reemplazados por los mitimaes enviados por el inca, mandándoles a poblar otras zonas del Imperio. Los primeros mitimaes que llegaron a Chuschi provenían, hasta donde se sabe, de Apurímac. Pasaron los siglos y debido a su aislamiento, Chuschi vivió prácticamente apartado del mundo hasta finales del siglo XX, cuando sufrió otro gran intercambio, esta vez de disparos entre las columnas de Sendero y las patrullas de las Fuerzas Armadas que llegaron a la zona a combatirlos. Cuentan los ancianos de la localidad que, para alertar al pueblo de que venían los terroristas o los militares, un vigía apostado en un cerro encendía hogueras de humo. Así, cuando llegaban estas visitas no deseadas, solo encontraban a las mujeres y los niños. Los hombres se escondían y solo bajaban en la noche, si no había luna. La de Chuschi es una historia de constantes intercambios. Lo primero que cambió, por cierto, fue su nombre. Antiguamente se conocía a este pueblo como ‘chuspi wayqu’, que significa ‘la quebrada de las moscas’, porque en algunas zonas afloraban aguas subterráneas mezcladas con minerales que atraían a las moscas. Pero en algún momento se decidió cambiar el nombre a Chuschi, y así se quedó. Al estar los campos de labranza lejos del pueblo, en época de siembra y de cosecha, los campesinos se desplazan con su familia a las estancias, unas rústicas construcciones de barro, piedra y paja donde pasan la temporada. Hasta allá las noticias solo llegan a pie. Freddy Huaycha tenía 10 años y descansaba en su estancia cuando un pariente le avisó: “Se han llevado a tu tío Martín”. Era marzo de 1991. Una patrulla militar ingresó a Chuschi esa mañana preguntando por las autoridades del pueblo, a quienes acusaban de colaborar con los terroristas. Manuel Pacotaype (alcalde), Martín Cayllahua (secretario municipal), Marcelo Cabana y un menor de edad, Isaías Huamán, fueron llevados a la base de Pampa Cangallo y nunca salieron. Freddy aun recuerda la desaparición de su tío, pero en cambio no había nacido cuando los terroristas quemaron las ánforas y marcaron para siempre a Chuschi. El ataque mostró además que el uso de la violencia sería el elemento central de la propuesta senderista, quienes habían decidido iniciar e instaurar su república popular de nueva democracia, “a través del derramamiento de sangre y el aniquilamiento de los explotadores y la victoria de los explotados” como decía su propaganda. De esta manera, la guerra sangrienta de estos criminales contra el Estado había empezado, pero pocas personas se enteraron hasta luego de que pasó mucho tiempo. Incluso, el propio Fernando Belaunde desconocía lo que estaba ocurriendo en la sierra del Perú. Muestra de ello fue que, tras ser interrogado sobre los actos cada vez más violentos de Sendero Luminoso, su ministro del Interior, el pintoresco José María de la Jara, calificaba a los terroristas de “abigeos” (ladrones de ganado). Que equivocados estaban. Pero cuando reaccionaron cuando se incrementaron los ataques, asesinatos y atentados de todo tipo, utilizando por ejemplo los llamados ‘burros-bomba’ contra los cuarteles militares y puestos policiales, les fue imposible detenerlos. Es indudable que Sendero Luminoso fue extremadamente cruel y a su vez cobarde, ya que no se distinguía de la población en las comunidades, camuflándose entre ellos, provocando la reacción del ejército buscando combatirlos ya que la represión en ciertos casos, fue indiscriminada, porque para los militares y policías - al ser mayormente provenientes de la costa -, todos los campesinos eran ‘terroristas’ sin excepción y con mayor razón porque solo hablaban el quechua y no el castellano, creyendo que utilizaban su lenguaje nativo para comunicarse entre ellos y organizar ataques, por lo que muchos inocentes pagaron con su vida. De eso se aprovecho Sendero para intentar ganarlos a su causa, y al que no lo hacía, era considerado ‘enemigo de clase’ o peor aún, ‘soplón’ (informante del ejército) siendo asesinado de la forma más atroz a la vista de todos sus familiares, para intimidar al resto si no seguían sus demenciales consignas. Es indudable que la intención de Sendero con Chuschi fue “cercar (el país) del campo a la ciudad” según pregonaban, siendo el inicio de violentas acciones que al poco tiempo transformaron a Ayacucho en un vasto cementerio lleno de cadáveres. Si bien para ese entonces, los asesinatos selectivos de autoridades locales, atentados a lugares públicos y torres de transmisión eléctrica con el objetivo de infundir terror en la población, se estaban convirtiendo lastimosamente en algo cotidiano, su primera acción de gran envergadura ocurrió el 3 de marzo de 1982, cuando Sendero asalto la cárcel de Huamanga para liberar a sus camaradas presos, matando a los policías que custodiaban la prisión y liberando a 354 condenados, entre delincuentes comunes, narcotraficantes y terroristas. Fue el primer ataque estratégico realizado por esas hordas asesinas que además, causó la primera reacción desmedida por parte de las fuerzas gubernamentales. El Comité Central de Sendero con esta acción libero además a gran parte de su cuadro operativo, reforzando la estrategia de la su denominada guerra de guerrillas. En efecto, tras declarar “zona liberada” a gran parte del departamento de Ayacucho, Sendero Luminoso planificó la liberación de importantes cabecillas de la organización terrorista recluidos en el Centro Penitenciario de Huamanga, que en ese entonces contaba con precarias medidas de seguridad, a pesar de contar con una población carcelaria de más de mil reclusos, muchos de ellos vinculados a delitos de terrorismo. Ante la posibilidad de un plan de ataque a la cárcel, alertado por la policía antiterrorista, el ministerio del Interior ordenó el refuerzo de las medidas de seguridad de la prisión. Se destacaron unos veinte efectivos de la Guardia Republicana (cuerpo policial de ese entonces designado a la vigilancia penitenciaria) como refuerzos en un inmueble cercano a la cárcel. La noche de 28 de febrero de 1982 los presos senderistas se amotinaron como parte del plan de fuga. Mientras tanto, desde el exterior de la cárcel un grupo de encapuchados dirigió un ataque asimétrico sin éxito ya que el camión que sería usado como ariete en la puerta principal no llegó a tiempo. Durante la refriega, tres senderistas cayeron abatidos, mientras que dos heridos de gravedad entre los atacantes fueron enviados al hospital. Tras el fallido plan, Abimael Guzmán, fraguó el ataque masivo a Ayacucho y, especialmente, la cárcel. De esta manera, el 2 de marzo de 1982, a las siete de la tarde, tres senderistas disfrazados de guardias civiles detuvieron un camión y pidieron a los ocupantes que les llevasen a Huamanga por una ‘emergencia’. Pasados unos minutos, cerca al reservorio de la Urbanización Mariscal Cáceres, tomaron el control del vehículo, abandonando en la carretera al conductor y al copiloto. Los senderistas llevaron el camión a las inmediaciones de la cárcel, aparcándolo en la parte trasera del complejo penitenciario. A las 23:30 aproximadamente, hubo un apagón general en Huamanga seguido de varias explosiones en los locales de la de la Guardia Civil, de la Policía de Investigaciones y de la Guardia Republicana con el objetivo de neutralizar a los posibles refuerzos policiales. Entonces, un centenar de subversivos emergieron de la oscuridad y comenzaron un ataque generalizado por varios puntos estratégicos de la ciudad. El grupo principal de senderistas atacó la cárcel con seis fusiles, seis carabinas y 15 pistolas ametralladoras como armamento. Utilizaron una carga de dinamita para volar el portón principal. El saldo de bajas en la acción terrorista fue de 12 fallecidos, según el Ministerio de Justicia, o 14, según parte del Ministerio del Interior. En el ataque, que duró media hora, fallecieron dos guardias republicanos y diez subversivos. Fueron liberando más de 70 senderistas, entre los que se encontraba Hildebrando Pérez Huaranca y la ya célebre terrorista Edith Lagos, así como más de un centenar de presos comunes que aprovecharon la oportunidad para huir. Se estima que en total huyeron 254 presos. Tras lograr su objetivo, los senderistas pudieron huir de la ciudad montados en el camión capturado. Lo más grave de todo es que unos 300 efectivos del Ejército acantonados en el cuartel Los Cabitos no intervinieron “por no contar con órdenes de Lima” siendo prácticamente testigos del ataque. Pero la venganza de la policía con los terroristas no se hizo esperar, y en la madrugada siguiente, cerca de la 2 a. m. del 3 de marzo, fuerzas combinadas de la Policía mataron a tres de los cinco senderistas ingresados en un hospital público de Huamanga, e intentaron asfixiar a un cuarto prisionero. Dos de los detenidos asesinados pertenecían al grupo amotinado el 28 de febrero, mientras que el tercero se encontraba en el hospital recuperándose de las heridas sufridas por las torturas a las que había sido sometido por parte de las fuerzas del orden. La quinta detenida vinculada a Sendero Luminoso no pudo ser ajusticiada debido a las protestas del personal sanitario del nosocomio. Los cadáveres de los tres pacientes fueron hallados acribillados en la calle en la mañana del día 3 de marzo. La combinación de ambas acciones, el ataque al penal y la ejecución de senderistas hospitalizados, proporcionó una primera victoria mediática a Sendero Luminoso. Esta acción determinó la entrada de las Fuerzas Armadas en la lucha antisubversiva y el inicio de las operaciones de inteligencia. El 27 de diciembre de 1982, Belaunde Terry - ridículo como siempre - dio un ultimátum de 72 horas a Sendero Luminoso “para que depusiera las armas” lo cual como podéis imaginar, fue rechazado por los terroristas a través de su vocero noticioso El Diario, por lo que el 30 de diciembre el gobierno entregó a las FF.AA. el control de la zona de emergencia de Ayacucho. De esta manera pensaban pasar a la ofensiva, pero Sendero incremento aun mas sus demenciales ataques - demostrándolo tanto con el asalto a Vilcashuamán, como con la masacre cometida en Lucanamarca - de los cuales trataremos más adelante, ya que antes debemos ocuparnos de su infame órgano de propaganda donde se vanagloriaban de sus abyectos crímenes y que de una forma por lo demás vomitiva, calificaba de “actos heroicos” los genocidios cometidos por esas hordas asesinas (Próximo capítulo: El Diario, vocero del terror) :(