sábado, 25 de noviembre de 2023

ARGENTINA: El despertar de la libertad

La mayoría de los ciudadanos argentinos que le dieron el triunfo a Javier Milei en el ballotage del último domingo, no percibieron que su soberana decisión pudiese ser equiparada a ‘un salto al vacío’, como pretendía el oficialismo. De ningún modo podía ser concebido ese voto de tal forma cuando gran parte de la población ya tenía la sensación de estar en el fondo del abismo. La campaña del miedo que intentó imponer hasta el último minuto utilizando fondos públicos la derrotada coalición gobernante, fue insuficiente frente al hartazgo de la sociedad ante las prácticas corruptas del kirchnerismo y un modelo económico agotado que condujo a la Argentina a niveles de inflación del 142% interanual que no se sufrían desde hacía 32 años y a tasas de pobreza superiores al 40%.El electorado que le dio la espalda a Sergio Massa esta vez pareció decirle definitivamente basta a una dirigencia corrupta empeñada en garantizar impunidad a la vicepresidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner y a otros funcionarios kirchneristas que hace mucho deberían estar en la cárcel por ladrones. Del mismo modo, el electorado desconfió de quien puso su gestión al frente del Ministerio de Economía al servicio de sus planes electorales, sometiendo al país a un despilfarro de recursos pocas veces visto, propio del más rancio populismo. Una economía que muestra signos de estancamiento desde hace 15 años, un déficit fiscal crónico como consecuencia de un Estado tan elefantiásico como ineficiente, un mercado cambiario sujeto a cepos que impone cada vez más trabas al comercio exterior, políticas tributarias asfixiantes para el sector productivo, elevadas tasas de empleo informal y más de 18 millones de personas por debajo de la línea de pobreza marcaron el contexto en que la ciudadanía optó esta vez por llevar al poder a una fuerza política nueva, cuyos líderes carecen de antecedentes relevantes en la función pública, más allá de apenas un par de años como diputados nacionales. La herencia que recibirá el nuevo gobierno libertario da cuenta de una de las peores crisis económicas de la historia argentina. Además de una dinámica inflacionaria similar a lo sucedido en 1975, exhibe un Banco Central quebrado, con reservas negativas del orden de los 12.000 millones de dólares, y pasivos remunerados (Leliq) que superan los 23 billones de pesos y ya alcanzan el 10% del PBI; niveles de emisión monetaria insostenibles y un riesgo país de 2500 puntos que ha puesto otra vez a la Argentina fuera del mercado financiero internacional, al margen de haberse incumplido con las metas fiscales negociadas con el FMI. Ni empezar a resolver este caótico estado de cosas, ni avanzar hacia un Estado limitado, ni poner fin a los regímenes de privilegio de una `casta’ acostumbrada a vivir de las prebendas estatales entre la cual hay dirigentes políticos, empresarios y sindicalistas, será fácil para Milei. Mucho menos con una representación parlamentaria que apenas constituye el 15% de la totalidad de la Cámara de Diputados de la Nación y el 10% del Senado, y sin gobernadores aliados. Sin duda, el principal capital del futuro jefe del Estado es el acompañamiento del 55,6% de los votantes. Pero a esta base electoral, de origen heterogéneo, Milei deberá sumar necesariamente acuerdos políticos de largo alcance para ver facilitada la gobernabilidad. Su alianza con Juntos Por el Cambio de Mauricio Macri no es suficiente, ya que no alcanzan los votos para poner en práctica sus promesas de campaña, como la privatización de las empresas públicas. La idea de unidad nacional lanzada por su competidor Sergio Massa podía carecer de credibilidad en alguien que, como el actual ministro de Economía, ha exhibido numerosas máscaras a lo largo de su trayectoria política. Pero no por eso debería ser desechada. Resultan positivas las primeras palabras del futuro presidente tras confirmarse su triunfo electoral, en el sentido de que “todos aquellos que quieran sumarse a la nueva Argentina serán bienvenidos”. No son pocos los problemas que atraviesa el país a partir de los cuales se podrían alcanzar amplios consensos que se traduzcan en políticas de Estado que se sitúen al margen de las rencillas partidarias. La lucha contra el narcotráfico es una de esas cuestiones, que no fueron mencionadas por Milei en su primer mensaje como presidente electo. Dejar atrás la inflación y sus consecuentes efectos en el incremento de la pobreza debería ser parte de otra política de Estado. Milei ha demostrado que tiene claro lo que desea para el país y que tiene un sueño: volver a poner a la Argentina entre las principales potencias económicas del mundo abrazando las ideas de libertad que legaron Juan Bautista Alberdi y los padres fundadores de la Patria. También ha dejado testimonio de su voluntad de avanzar hacia cambios drásticos que dejen atrás la idea del Estado populista, por un camino en el que asegura “no habrá lugar para la tibieza ni para el gradualismo”. Su desafío es llevar adelante ese programa persuadiendo a muchos de quienes lo votaron sin estar demasiado convencidos de apoyarlo, con la Constitución en la mano, respetando el principio republicano de división de poderes y anteponiendo la indispensable prudencia y la tolerancia de la que todo presidente que apunte a convertirse en estadista debe hacer gala. Solo así podrá transformar el hartazgo que potenció su éxito electoral en genuina esperanza. Lamentablemente, desde el oficialismo derrotado no quieren hablar de consensos y que dolidos por la aplastante derrota de su candidato, han anunciado que sus piquetes “tomaran las calles” algo que no hicieron durante los años del desastre económico que deja como una pesada ‘herencia’, Alberto Fernández. “Si se quiere cargar a Aerolíneas, nos van a tener que matar. Y cuando digo matar, literalmente. Va a tener que cargar muertos, que me anoten primero. Si nos quiere meter en cana y abolir el derecho de huelga, detenernos, perseguirnos, gobernar por decreto, como Fujimori en el Perú, la historia lo juzgará y terminará en cana”, afirmó Pablo Biró, secretario general de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) y uno de los defensores acérrimos del principio que señala que “Aerolíneas Argentinas debe seguir siendo una línea de bandera”. Su declaración no sorprende, la empresa aeronáutica es un experimento de gestión camporista que les sale muy caro a todos los argentinos. Biró, como La Cámpora y el kirchnerismo en general, sabe que Aerolíneas puede ser privatizada o entregarse llave en mano a los trabajadores para que la administren, como sugirió el presidente electo, pero se terminarían los subsidios estatales que tapan el déficit y la hacen funcionar a pérdida. Esta demás agregar que el kirchnerismo intentará defender sus “cajas” con las banderas demagógicas de siempre. Ganar la calle de la mano de la protesta social ante un gobierno que ideológicamente está en sus antípodas, es un escenario que los deja cómodos, porque les da una razón de existencia y de contención para la militancia, aunque también evalúan que los tiempos y el humor social no son tan favorables como en otros momentos. Allí veremos una disociación entre el comportamiento de los gobernadores peronistas del interior y los sindicatos y organizaciones sociales, más cercanas al kirchnerismo, con ánimo de revancha. Las responsabilidades son distintas, unos gobiernan para defender los intereses de sus provincias y otros militan para defender cajas y sus empleos en el sector público. Es por eso que no actuarán de la misma manera, pero no objetarán en el otro esos modos y comportamientos distintos. Una lógica básica para un partido de poder. Como recordareis, tanto Aerolíneas Argentinas, como los medios públicos (Televisión Pública Argentina, Radio Nacional y la agencia Télam) junto con la YPF, fueron los primeros objetivos apuntados por el gobierno que asume en unos días. Los medios públicos intentarán resistir de la mano de la poderosa representación gremial Sipreba, combativa ante toda administración no kirchnerista. Ahí también habrá un nuevo foco de conflicto. Aunque con escaso apoyo de la sociedad en su defensa, como sí podría tener YPF. ¿Qué pasará con los planes sociales que hoy administran las mismas organizaciones sociales que jugaron muy fuerte en la elección, incluso con candidatos propios, en peleas contra los barones del conurbano y de la misma Cámpora? Si les tocan la caja seguramente se unirán para dar esa batalla, y estarán en las calles, lastimando donde más duela, porque cada protesta, acampe y corte de la vía pública afecta el humor social, y la gente suele culpar tanto a los que protestan como a quienes se lo permiten. Ese será un punto peligroso y necesitará de mucho equilibrio político para saber administrarlo. Una pregunta que comenzará a rondar los despachos libertarios cuando anuncian convencidos que toda empresa pública deberá ser privatizada: las empresas estatales que dependen del área de Defensa: FAdeA, Coviara, Tandanor y Fabricaciones Militares, ¿estarán en ese grupo de remate? ¿O la vicepresidenta, Victoria Villarruel las defenderá como parte de la política de devolución de un rol esencial a la familia militar que tanto le interesa defender? Las FFAA tienen mucho interés en administrar ese patrimonio y no verían con buenos ojos privatizarlos o concesionarlos, al contrario, desean tener mayor protagonismo en su administración. Sería al menos tendencioso no medir con la misma vara a todas las empresas públicas que pueden ser privatizadas, pero Villarruel no será un jugador menor en el nuevo gobierno y podrá influir en favor de la “familia” militar. Javier Milei lo anticipó el domingo a la noche: “seguramente habrá resistencia a los cambios” dijo y se respondió: “a ellos les decimos, dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”, aclarando que no permitirá desbandes sociales. Es inimaginable pensar en contener una protesta social multitudinaria sin represión, porque en cada protesta colisionan dos derechos, ambos dentro de la ley, como mencionaba el presidente electo: el derecho a protestar y el derecho a circular libremente. Cuando asumió Cambiemos la entonces ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, anunció un protocolo de protestas, para garantizar ambos derechos, nunca lo pudo aplicar. No es una tarea sencilla, se trata de un punto débil de todos los gobiernos, por más que se quiera no se pueden meter presos a 15.000 o 20.000 manifestantes, es irreal, y reprimirlos podría desencadenar un escenario de violencia social que el kirchnerismo desea con ansias. Desde la tarima de la campaña y desde un estudio de televisión es muy fácil, y hasta convincente, anunciar mano dura a la protesta y las manifestaciones. Desde un despacho, con firmas que comprometen hasta penalmente al funcionario, no es sencillo dar órdenes a las fuerzas de seguridad, tampoco para éstas cumplirlas a rajatabla. No es imposible, pero debe ser una de las tareas más difíciles que debe afrontar un funcionario público porque el marco de la ley le otorga facultades, pero también lo condiciona en su responsabilidad. El presidente electo sabe que hoy cuenta con apoyo social para llevar adelante esos cambios traumáticos. El voto del domingo pasado tuvo esa impronta, el genuino 30% que Milei obtuvo en la primera vuelta subió a un 55% en el balotaje, prácticamente se duplicó movilizado por la necesidad de un cambio y de ponerle fin a un ciclo que dejó al país inmerso en una crisis social y económica profunda. Ese voto que se sumó en la segunda vuelta está dispuesto a acompañar las medidas que tiendan a mejorar la economía: bajar la inflación, bajar impuestos, tener una moneda con valor, acceder al crédito, mejorar las condiciones de la economía informal, entre otras. Pero atención, no es un electorado proclive a acompañar otras medidas que Milei anunció y que son tan polémicas que podrían alejar ese apoyo. Si el presidente libertario entiende esto y contiene algunas voces del espacio que rozan lo ridículo, pretendiendo jugar al Senku con el poder, comiéndose a sí mismo el espacio ganado, y se aboca de lleno a la economía aún con resultados pausados, sostendrá ese apoyo esencial para bancarse las protestas callejeras, sin que éstas pongan en peligro la gobernabilidad. El escenario es muy similar al que tuvo Carlos Menem en 1989, quien tardó un año y medio en lanzar con profundidad su plan privatizador de la mano de la convertibilidad, enfrentó ciertas resistencias gremiales con protestas callejeras encarnadas por la izquierda y el radicalismo, pero fueron mínimas comparado con lo que puede llegar a pasar el año próximo en el país. En los 90 el peronismo estaba del otro lado del mostrador, no del lado de la protesta. De hecho, los sindicatos fueron cómplices y acompañaron la impronta liberal a cambio de su participación en los nuevos negocios, como fueron la creación de las AFJP y las empresas tercerizadas que pasaron a cumplir el rol que antes era 100% estatal. Es que los que hicieron campaña con la consigna “la democracia está en peligro”, en otras ocasiones pusieron contra las cuerdas al sistema con el fin de asestarle un golpe letal: lo fue en 1989, en el 2001 y también en el 2017, siempre cuando fueron oposición. Milei y los suyos suelen decir que su “enemigo es el radicalismo, no el peronismo”. La victoria otorga poder pero no redime los errores estratégicos y Milei rompió muchos puentes durante la campaña que hoy necesitará reconstruir. No parece inocente el presidente electo, tampoco desconoce la experiencia que le transmitió estos días el expresidente Mauricio Macri, pero debería evaluar cierta escala de valores políticos, porque una cosa es patear el tablero del estado con el peronismo adentro, como pudo hacerlo Carlos Menem, y otra tenerlo en la vereda de enfrente, agazapado, dispuesto a sacudir el polvo de la modorra burocrática que sabe tenerlo contenido mientras está en el poder. Como dijo un viejo dirigente sindical, ahora muy cercano a una organización social: “Cada tanto al peronismo le viene bien estar en la oposición, porque la vida política es un viaje largo y necesitamos estas pausas para estirar las piernas”. No cabe duda que tiempos difíciles le esperan a la Argentina desde el 10 de diciembre. Es de esperar que el presidente electo tome la determinación para que al cabo de su gestión, brindar a la posteridad una profusa obra de gobierno, y asimismo, saque la fortaleza necesaria para enfrentar y desbaratar los pérfidos planes del kirchnerismo que se asoman en el horizonte. A Milei le toca asegurar que el despertar de la libertad no se convierta por obra y gracia de sus adversarios, en una pesadilla.