sábado, 24 de agosto de 2019

ARGENTINA: El miedo se acabó

Venga ya, en esta ocasión quisiera referirme al proceso político en la Argentina, con mayor razón cuando ese fin de semana estuve en Buenos Aires, donde fui testigo de la debacle del liberalismo y cuyos pormenores paso a detallar a continuación ¿vale? Ya eran las diez y doce de la noche. Las urnas habían cerrado más de cuatro horas antes, había rumores que se preparaba un fraude, crecía la expectativa y la autoridad electoral seguía sospechosamente sin dar un solo número, cuando el impresentable de Mauricio Macri apareció por fin en televisión y dijo lo que era de esperar: “Hemos tenido una mala elección”. La escena sintetizaba sus tres años de desastroso gobierno: otra vez habían fallado - las cifras electorales debían haber aparecido mucho antes - y él trataba de arreglarlo con palabras. Se lo veía desolado: el miedo creado artificialmente por una vomitiva campaña mediática de la prensa conservadora en contra de su rival, no había sido suficiente. Un gobierno que consiguió fracasar en todo confiaba ilusamente en que millones de argentinos votarían por el rechazo que - aseguraban - les inspiraba el gobierno anterior, pero para su desdicha, ello no sucedió y el resultado de estas elecciones fue un duro golpe aun difícil de asimilar. En ellas, dos posiciones se enfrentaban. Macri pretendía hacer creer la falacia que “nadie mejor para manejar un Estado que quienes hayan manejado alguna empresa”. Su gobierno produjo una situación de penuria económica y social incomparable: falta de trabajo, la inflación no cede, los salarios no alcanzan. En junio la Universidad Católica Argentina anunció que más de la mitad de los niños argentinos son pobres y que uno de cada diez pasa hambre. El kirchnerismo, por su parte, que había sido derrotado sorpresivamente en el 2015 tras doce años de gobierno en la mejor coyuntura económica continental, sufrió desde entonces una constante campaña difamatoria por parte del gobierno y sus medios afines como el Grupo Clarín, cebándose especialmente en denigrar cobardemente a su jefa, Cristina Fernández de Kirchner, creyendo que ella iba a ser la candidata a batir, pero para sorpresa del oficialismo otro fue el nominado, lo que descoloco completamente al macrismo que no supo como enfrentarlo y hoy vemos los resultados. Para tapar su absoluto desastre económico, el gobierno intentó una agresiva campaña cargada de mentiras. Lo resumió uno de sus propagandistas más activos, el cineasta Juan José Campanella, el día anterior a la elección en un tuit: “Luego de meses de discutir economía, valores, república, seguridad, narcotráfico, mafias, futuro y pasado, al final la elección es más sencilla y primitiva: mañana elegimos entre la cordura y la insanía. Solo estos dos platos ofrece el menú argentino. Todo lo demás es secundario”. Demás esta decir que esa ridícula soberbia termino por pasarle factura. Al kirchnerismo, mientras tanto, solo le alcanzaba con recordar a todos lo que todos sabían - la penuria que los argentinos viven a diario, producto de las políticas económicas neoliberales impuestas a rajatabla por el macrismo - y alzarse con la victoria. “No nos une el amor sino el espanto”, escribió famosamente Borges para retratar a los argentinos. Y dicen que Fernández de Kirchner, lo definió con precisión: “La gente va a votar al que odie menos”. Macri confiaba vanamente en que el miedo y el repudio del contrario, gracias a la activa propaganda oficialista, le diera los votos que necesitaba: pero estaba claro que en estas elecciones, la mayoría de los argentinos no lo elegiría por ningún motivo y votaría por el otro. Aunque, en realidad, en estos comicios no elegirían a nadie, ya que fueron unas elecciones primarias que eligieron a los candidatos a participar en las elecciones generales de octubre, pero que en todo caso, es un claro síntoma de cómo votaran los argentinos. De allí el desconsuelo macrista con los resultados que le fueron tan adversos porque es un claro aviso de lo que se le viene. Se llaman PASO -primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias- y es cierto que son abiertas porque todos los argentinos pueden participar en las internas de cualquier partido, es cierto que son simultáneas porque se hacen todas al mismo tiempo, es medio cierto que son obligatorias, porque todos deben votar aunque saben que si no votan no les pasa nada. Pero lo que se preveía como una gran encuesta pagada por el Estado -3000 millones de pesos, unos 65 millones de dólares- se convirtió, por sus resultados, en un rotundo castigo para el oficialismo. Sin ambigüedades, rechazaron a ese grupo que creía que podría seguir gobernándolos pese al desastre social que ha ocasionado: los candidatos opositores sacaron alrededor del 47 por ciento de los votos, 15 puntos más que los gobiernistas. En la Casa Rosada no esperaban que la diferencia fuera mayúscula y hasta aplastante: todas las encuestas pronosticaron diferencias de menos de cinco puntos. Es sorprendente ver que haya quienes siguen guiándose con unas herramientas que han demostrado, una y otra vez, que no funcionan. El viernes anterior a la elección, por ejemplo, las acciones de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires subieron un ocho por ciento de promedio. Nada en la economía nacional o global justificaba semejante salto; esa tarde se supo que se debía a un ataque de optimismo de “los mercados” por una encuesta de último momento, comisionada por un banco extranjero, que imaginaba un empate electoral. Así de serios, así de responsables son los patrones de la economía argentina; así está, desde hace décadas, esa economía; así les fue a varios de sus gerentes convertidos en dirigentes del gobierno. El golpe recibido ese domingo fue brutal. Los números fueron terminantes pero repetimos, formalmente, aun no se eligió nada: falta la elección verdadera, la del 27 de octubre y posiblemente, de haber un ballotagge, el 24 de noviembre. El sistema electoral argentino dice que no hay segunda vuelta si el ganador tiene más de 45 por ciento de los votos o más de 40 por ciento y diez puntos de diferencia con el segundo: por ahora, ambas condiciones se cumplen, y la diferencia es tan amplia que es virtualmente imposible que el gobierno macrista pueda revertirla, a menos que recurra al fraude. En su campaña, Macri repitió una y otra vez “con que no había que volver al pasado”; pero la inmensa mayoría de los argentinos le contestó que no soporta este nefasto presente y para mostrarle su repudio, votaron masivamente por la otra opción, la de Alberto Fernández, quien hace tres meses no era siquiera candidato y hoy sería muy difícil que en octubre, no sea presidente. Entonces empezará otra odisea: la de Macri y sus secuaces que deberán enfrentar a la justicia por los graves delitos de corrupción ocurridos durante su gobierno y a quienes por cierto les esperan muchos años de cárcel. Con el resultado de las elecciones, empezaron cuatro años de nuevas historias argentinas. Pero para su inicio efectivo, aun falta que el 10 de diciembre se vaya por fin este gobierno hundido en el fracaso, que ha recibido una cachetada brutal de millones de argentinos y que no controla ni garantiza ni promete nada y, para colmo, debe empezar una campaña que la tiene perdida de antemano porque ya nadie cree en sus mentiras. No con sus medidas populistas de última hora va a poder revertir la situación. La bestia macrista esta herida y hay que rematarlo en octubre. No saben el gusto que me va a dar ver a este impresentable cuando lo echen de la Casa Rosada. Donde las dan, las toman :)