martes, 11 de agosto de 2020
EL VALLE DE LOS VOLCANES: Un viaje al pasado geológico
Ubicado en Arequipa, oculto entre gigantescas moles de granito y dominado por los Andes Occidentales, que a primera vista parece un escenario antediluviano propio de épocas prehistóricas, se encuentra el centro de estruendosas convulsiones de la cordillera volcánica, que rompieron la piel del suelo llano brotando pequeños volcanes todos ellos extintos ya. Trescientos setenta y siete kilómetros y seis horas de viaje separan el distrito de Andagua - donde se ubica el Valle de los Volcanes - de la Ciudad Blanca; y como si se tratara de un viaje espacial, el viajero de pronto parece ubicarse en la superficie lunar. Su nombre alude a la actividad volcánica de la zona, que se desarrolló a través de conos volcánicos y de cúpulas o grietas eruptivas. Geólogos han identificado ochenta y cinco conos volcánicos de diversos tamaños que van desde treinta y sesenta centímetros hasta los ochenta a trescientos metros de altura. Consideran además a este espacio una falla abierta de formación geológica porque los volcanes en algunas zonas solo alcanzan el nivel de ampollas, únicas en la orbe, en una zona que se eleva entre 1,900 a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar. A primera vista, parecen ser los rastros de una hecatombe pasada que ha dejado sin vida el lugar, sin embargo el paisaje que rodea el valle dice lo contrario. Flora y fauna se regodean en ese pasadizo lleno de cráteres. Para disfrutarlos se han diseñado la construcción de campamentos, que están ubicados en la laguna de Mamachoca, y en el distrito de Orcopampa. Considerado un extraño capricho de la naturaleza que ha juntado allí bocas de fuego de unos miles de años de antigüedad, se yergue un conjunto de conos perfectos. Sus cráteres miran al cielo, ajenos al paso de los siglos. Algunos de estos son el Chilcayoc, los Mellizos, el Suisuya, el Chapite y el Pucamaura. Una laguna de aguas oscuras, llamada Chachas, completa el panorama. Dicen que sus aguas viajan largos kilómetros bajo tierra para reaparecer y formar otra laguna (Mamacocha), lejos, allá por la localidad de Ayo, a varios días de camino. El origen de estos volcanes es una fosa tectónica ubicada de forma diagonal al Cañón del Colca, donde se dio una intensa actividad volcánica que generó la aparición de conos enanos de diferentes épocas, formas y alturas en el propio valle, y de cúpulas o grietas eruptivas de menor tamaño. Sus diferentes formas se deben, en algunos casos, a la lava que se elevó sobre la terraza del valle sin encontrar salida lateral, lo que propició la formación de conos de varios metros de altura. En otros casos, la ladera del cono volcánico no soportó la carga de lava de su cúpula y se creó un orificio de escape lateral en forma de media luna, por el cual fluyó el torrente de lava. El lugar se distingue también por los vestigios de antiguos pobladores, sitios incas, diversas especies de flora y fauna y pintorescos poblados cuyos habitantes han preservado sus costumbres y tradiciones ancestrales. La zona fue inicialmente difundida en 1934 a través de un artículo que apareció en la revista National Geographic, donde se mostraban las primeras fotografías aéreas que datan de aquella época. Sin embargo, el valle propiamente dicho empezó a ser conocido en el Perú recién en la década de 1960, gracias a una serie de trabajos publicados por topógrafos y vulcanólogos, así como por algunos viajeros que se aventuraban en el área. A partir del siglo XXI, finalmente, se empezó a organizar el turismo de manera formal y diversos estudios y publicaciones comenzaron a promover el lugar. Recorrer el valle permite conocer muchos rituales que han sobrevivido a lo largo de los siglos y que han sido preservados de una generación a otra. Gran parte de la población sigue dedicada a la orfebrería, a la crianza de llamas como animales de carga para comercializar sus productos, y al trueque, que se practica desde las zonas más alejadas de la cordillera por encima de los 5,000 msnm hasta la costa, tal y como fue descrito por los cronistas españoles. Asimismo, los rituales religiosos de ofrendas a sus dioses ancestrales (Apus) y ‘a la Madre Tierra’ (Pachamama) siguen vigentes en estos pueblos que parecen congelados en el tiempo, donde los caminos peatonales o de herradura son utilizados tal como se han venido usando desde hace varios siglos :)