martes, 29 de octubre de 2024

DEL PUENTE DE LOS SUSPIROS A LA ALAMEDA DE LOS DESCALZOS: Una ruta por Lima a través de su música criolla

Este 31 de Octubre se celebra en Lima el Día de la Canción Criolla (que bien pudo haber sido el 18 de enero, aniversario de la fundación de la ciudad por Francisco Pizarro), y hablar de ella es referirnos a Chabuca Granda, la compositora y cantautora peruana más universal y la cronista de la Ciudad de los Reyes. Su legado incluye más de 150 canciones grabadas y decenas de temas inéditos que han dado la vuelta al mundo, como La flor de la canela, José Antonio, Fina estampa, Cardo y ceniza, El surco o Bello durmiente. Empezó a cantar a los 40, luego de su divorcio, libre y renovada. Su labor como investigadora y difusora del folclore popular es imperecedera y hay plazas con su nombre en Madrid, Méjico o Buenos Aires. A propósito de ella, Vargas Llosa escribió: “A Chabuca Granda le pasó lo mejor que puede pasarle a una artista: el mundo que inventó en sus canciones sustituyó al Perú real y es a través de aquel que se imaginan o sueñan con la realidad peruana millones de personas en el mundo que no han puesto los pies en nuestro país y que solo han sabido del Perú a través de las composiciones de la fabuladora sentimental que fue la autora de La flor de la canela”. Una ruta limeña sobre Chabuca Granda requiere empezar por Barranco, uno de los 49 barrios más notorios del mundo, según dijo en el 2019 la revista Time Out (donde viven unos 35.000 habitantes de los 12 millones que hay en Lima). Es un distrito tan agradable y tan identitario que, por momentos, uno casi le perdona la gentrificación que lo ha convertido en un lugar prohibitivo en cuanto a la vivienda. Su historia empieza en la época precolombina. La ermita de Barranco es del siglo XVIII y por fin se va a remodelar. En esta zona llegó a vivir Chabuca Granda entre los 5 y 11 años, precisamente en la Bajada de los Baños número 344, donde resiste aún su casa (hoy un albergue de Siervas de Jesús Obrero), y aquí despertó su devoción por la música criolla. Chabuca Granda dignificó Lima en sus canciones y a través de ellas proclamó una defensa de su patrimonio y luchó por la conservación de la memoria visual arquitectónica. Tanto fue así que su primera canción, compuesta en 1948, fue Lima de veras: “Así es la Lima que quiero y esta es la Lima que lloro, / la ciudad de mil quimeras, la del trapío que añoro, / la que dio la marinera, la que sabe a resbalosa, / a qué volverla modosa si esta es la Lima de veras”. No había nadie más limeña que ella, aunque María Isabel Granda Larco nació el 3 de septiembre de 1920 en Cotabambas, en el departamento de Apurímac, dado que su padre era ingeniero de minas y se veía obligado a pasar temporadas fuera de casa. Fue en 1923 cuando la familia se mudó a Lima. Junto a las hermanas Martha y Rosario Gibson, creó un trío que llegó a debutar en Radio Miraflores y Radio Nacional. Al mítico vals Lima de veras le siguieron Callecita encendida, Zaguán (dedicado a ese clásico de la arquitectura del centro de Lima, espacio de transición entre el exterior y el interior de una casa, lugar de encuentro y despedida, de secretos y de recuerdos) y la marinera limeña Tun tun…abre la puerta. Peleaba tanto por la buena conservación del patrimonio arquitectónico que llegó a decir: “Los alcaldes son peores que los terremotos”. A causa de sus problemas respiratorios, Barranco le resultaba ideal y por estos cerros cercanos al mar se crio yendo al colegio a través del puente de los Suspiros (hoy convertido en una de las mayores atracciones turísticas de la capital peruana), al que le dedicó la canción que cualquier limeño recita de memoria y que describe la realidad del paisaje tal cual es. Sobre su barrio tan querido Chabuca diría: “El Barranco mío es el lugar natural donde transcurre mi niñez. No es que esté en mi recuerdo, si allá está, en su mismo sitio, en la misma Bajada de los Baños; no le altera siquiera algún ruido diferente, las mismas algarabías infantiles, ningún automóvil. Acaso le falta el lejano tranvía desde lo alto y desde lejos; los mismos gallos de madrugada, los mismos perros desde la ermita”. Más allá de la que fue su casa, rumbo al mar, barranco abajo, se aprecian terrazas como la del restaurante Javier y, enfrente, la del albergue La condesa de Barranco. Estamos en la esquina con la Bajada de la Oroya, junto al camino de los murales. Hay en Barranco continuas referencias a Chabuca, pero la más vistosa es el inmenso y hermoso mural del fotógrafo, pintor y artista plástico Eric Cárdenas, que se puede apreciar en la pared de la Municipalidad de Barranco en el pasaje Chabuca Granda. En Perú, la poesía es como la comida, apunta y llega directa al corazón. Para comprobarlo, en Barranco hay lugares imprescindibles como Central, de los mejores restaurantes del mundo, más camuflado imposible, encontrarlo requiere su esfuerzo. Por el lado de la ermita de Barranco, antes de cruzar el puente de los Suspiros, se encuentra la plazuela Chabuca Granda con el monumento a su figura, una escultura de piedra de Fausto Jaulis que recuerda su característica forma de levantar los brazos mientras interpretaba. El conjunto escultórico se cierra con la efigie al chalán José Antonio Lavalle, uno de los grandes amigos de Granda, criador de caballos de paso, a quien la artista le dedicó el tema José Antonio, compuesto como homenaje tras su muerte. En 1951, Chabuca asistió a una conferencia de Raúl Porras Barrenechea en la que el historiador y ensayista pidió “piedad para el puente, el río y la alameda” y que se trataran mejor los edificios y las calles de Lima. Coincidió que en aquel entonces Chabuca trabajaba en la Botica Francesa de Jirón de la Unión y siempre veía pasar a una señora morena, alta, hermosa, madura, de pelo entrecano (“jazmines en el pelo”) con una forma de caminar elegante que llamaba poderosamente su atención. Un día la siguió, la detuvo y se puso a hablarle. Esa señora se llamaba Victoria Angulo, era una lavandera negra que iba todos los días del puente a la alameda, y esa señora fue su flor de la canela. La amistad que se dio entre ellas duró toda la vida. De ahí Chabuca sacó la inspiración para su canción más célebre, nuevamente en defensa del patrimonio histórico y reivindicando a figuras corrientes y autóctonas. No es el puente de los Suspiros, sino el puente de Piedra sobre el río Rímac del que habla y la cercana Alameda de los Descalzos. Puente, río y alameda se mantienen intactos y conforman una estupenda puerta de entrada al casco histórico de Lima. Frente al restaurante El mirador de Chabuca (en la Alameda Chabuca Granda, cómo no) se levanta una polémica escultura en hierro recortado de Rhony Alhalel que simula una mujer danzando. Es el Monumento a la Marinera, baile tradicional del Perú. Lo que inevitablemente se desprende de tantas referencias es la identificación de Chabuca con su ciudad, con los barrios, con sus tradiciones, con sus personajes más sencillos, con la buena gente que camina. En el centro histórico hay lugares que deben visitarse, como el convento de Santo Domingo, imprescindible para cualquier interesado en historia, arte religioso y/o arquitectura colonial. Un complejo religioso y cultural fundado por los frailes dominicos en 1535. La belleza de sus claustros, de sus retablos, sus pinturas y la extraordinaria biblioteca dan la razón a quienes lo consideran uno de los monumentos históricos más importantes de Lima. La Casa de Literatura, ubicada en la antigua estación de tren de los Desamparados, con sus detalles art nouveau y su cambiante programación, es siempre una visita reveladora. Enfrente está el restaurante Cordano, clásico imperecedero, abierto en 1905. Aquí hay que probar sí o sí el sándwich de jamón o el de butifarra. Además, en esa onda conviene no descuidar otro bar centenario y acogedor como es la Antigua Taberna Queirolo (la de centro histórico, hay otra en el distrito de Pueblo Libre), escenografía central de La lealtad de los caníbales, impresionante novela de Diego Trelles Paz en la que el personaje principal, en la ficción dueño de este bar, escucha música criolla y menciona a Lucha Reyes. Cerca queda uno de los mejores restaurantes de hoy en día: Casa Tambo, en el que el ceviche clásico, el anticucho o el tiradito de ají amarillo conmueven como canciones de Chabuca y Lucha. Este es el centro histórico al que tanto cantó Chabuca en la Lima de los años cincuenta. Y es que de adolescente, a los 13 años, su familia volvió a vivir aquí, concretamente en el número 100 de la plaza Dos de Mayo. La ventana de su habitación daba a un solar en el que se preparaban jaranas criollas hasta altas horas y así fue como se aficionó a esas parrandas, fiestas bulliciosas donde se cantaba defendiendo la alegría y de cuyo recuerdo nació la canción Callecita encendida. En una entrevista le preguntaron por la Lima de sus canciones y respondió: “Yo conocí una Lima distinta, mis letras están siempre en pasado… airosa caminaba. Yo conocí Lima cuando tenía dos pisos y estaba empedradita. Yo a Lima la amo, pero con ese cariño que se le tienen a las cosas perdidas… se me ha muerto Lima como se me murieron mis padres, por eso odio a los alcaldes… han bombardeado la ciudad con su estupidez. Hay cosas que me deprimen tanto”. Chabuca llegó a tener en Lima su propio café concert, llamado Zeñó Manué, y se espera que algún día se concrete la apertura del museo Casa Chabuca en Jirón Ica. Las huellas de Chabuca Granda y de la música criolla se encuentran hoy en varias peñas de Lima donde realmente se respeta a pies juntillas la tradición, lugares en los que se promueve y se difunde el folclore a base de música, baile, comida y bebida, jaranas en modo familiar que se encienden con valses, polkas, marineras y pisco. Chabuca vivió y murió del corazón. Renovó el folclore criollo introduciendo nuevos aires, ritmos y altura poética. Murió en Miami en 1983. Su cortejo fúnebre reunió en Lima a miles de admiradores que siguieron su recorrido desde la Alameda de los Descalzos, pasando por la Plaza Mayor hasta llegar a su última morada: el cementerio El Ángel, donde también está enterrada Lucha Reyes. Convertidas en glorias del Criollismo, ambas son leyenda y son mito. Sus repertorios evocan la nostalgia de un país, dignifican con sus voces la poesía popular, el sentimiento, la melancolía. Son parte esencial del acervo de Perú, de su historia y de su gente, de su resistencia y temperamento.