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martes, 18 de marzo de 2025

CATEQUIL: El oráculo andino que no predijo su propio destino

En las profundidades de la mitología andina, emergió la figura de un demonio cuyo dominio sobre los relámpagos, truenos y tempestades hizo que sea venerado y temido por igual. Nos referimos a Catequil, una deidad que ocupa un lugar especial en el panteón de los caxamarcas, huamachucos y conchucos - teniendo su santuario principal en las faldas del cerro Icchal en Santiago de Chuco (La Libertad) - como posteriormente de los Incas, cuando anexaron esas regiones a su imperio, quienes lo asociaron con Illapa, el dios del rayo. Su historia, cargada de mitos, leyendas y relatos, constituye una pieza fundamental para entender no solo la religión incaica sino también la cosmovisión andina como un todo. En cuanto a su origen, una versión de Walter Krickeberg (1975), tomado del Archivo de Indias, relata: “Catequil surge porque Ataguju (creador de todas las cosas, del cielo y la tierra) tenía tres criados -Uvigaicho, Vustiqui y Guamansuri-, quienes eran intercesores del pueblo y acudían a ellos en busca de favores. Sucede que Guamansuri fue enviado a la zona de los guachemines (habitantes de Cajamarca y Huamachuco), los cuales tenían una hermana llamada Cautaguan a la que mantenían encerrada y cautiva por estar dotada de hermosura. Sin embargo, Guamansuri aprovechó que los hermanos de Cautaguan no estaban para cortejarla y dejarla embarazada. Al enterarse de este agravio los guachemines decidieron prenderle fuego y quemar al criado hasta hacerse polvo, pero al cabo de pocos días Cautaguan parió dos huevos pero murió en el parto. Entonces los hermanos tomaron los huevos y los echaron a un muladar, y de allí salieron dos muchachos dando gritos, a los cuales una señora les tomó y los crió. El uno se era Catequil, quien fue el principio de muchos males y el dios más temido y honrado que había en los andes, siendo adorado y reverenciado desde Quito hasta el Cuzco. Mientras el otro hermano se llamaba Piguerao. Cuando Catequil fue al lugar donde murió su madre, la resucitó, quien le dio dos hondas que su padre Guamansuri le había dejado para que las entregue al que iba a parir, porque con aquellas había que matar a los guachemines y pediría a Ataguju para que se críen indios en estas tierras, la labren y la habiten” . Se cuenta que en su templo, a modo de Oráculo, Catequil respondía a interrogantes contestando a través de las hojas de coca en los canales, ubicados en el centro ceremonial ubicado en Santiago de Chuco en las faldas del cerro Icchal, cuyas ruinas fueron descubiertas por el arqueólogo canadiense John R. Topic y su esposa en 1987. Un segundo templo dedicado a Catequil quedaba en el pueblo de Tauca, provincia de Pallasca. En tanto, el explorador austríaco-francés, Charles Wiener, comprobó en la iglesia de Tauca, que había una imagen en forma de círculo, evocando al Sol. Catequil se consideraba un oráculo de reputación considerable, comparable a Pachacámac en la costa central. Es más, a Catequil se le acreditó enseñar a Lloclayy Huancupa, la principal deidad de los Huarochirí, a hablar. Pero Catequil es mucho más que un simple dios de los relámpagos. Representa la furia de la naturaleza, el poder incontrolable del cielo y su capacidad para decidir sobre la vida y la muerte. Sin embargo, su veneración no surgía únicamente del temor; para los antiguos andinos, Catequil era también un símbolo de renovación y fertilidad, cuyos rayos eran interpretados como una manifestación divina que traía consigo el agua necesaria para la agricultura. La figura de Catequil se arraigó profundamente en las tradiciones y leyendas de los pueblos andinos. Su origen, envuelto en el misterio de los tiempos, se pierde en la memoria colectiva de las civilizaciones preincas. Sin embargo, los investigadores sugieren que su culto podría remontarse a varios siglos antes de la consolidación del Imperio Inca, siendo uno de los dioses compartidos entre distintas culturas andinas. Catequil, en la cosmovisión andina, no era solo un ente aislado, sino parte de un sistema de creencias que integraba a la naturaleza, la sociedad y lo divino en un todo coherente. Se creía que este dios tenía el poder no sólo sobre los fenómenos meteorológicos, sino también sobre la vida y la muerte, haciendo de él una figura central en el panteón religioso. Los relatos acerca de Catequil varían de una región a otra, reflejando la diversidad cultural de los Andes. Aunque los detalles específicos de su mito pueden diferir, la esencia de Catequil como el señor de los relámpagos y protector contra los enemigos permanece constante, demostrando su importancia universal en las tradiciones andinas. Al respecto, el arte y la iconografía inca ofrecen un testimonio visual fascinante de la veneración a Catequil. A través de diversas formas artísticas, los incas y sus predecesores encontraron maneras de representar y rendir culto a este demonio. Estas representaciones no sólo cumplían una función estética; también eran emblemas de poder y protección. Se creía que llevar consigo un objeto con la imagen de Catequil o incluir su símbolo en la vestimenta podía otorgar protección contra los peligros, especialmente durante las tempestades. La representación más conocida de Catequil, sin embargo, no se encuentra en objeto alguno, sino en la propia naturaleza. Los andinos veían la mano de Catequil en cada rayo que rasgaba el cielo, considerando estos fenómenos naturales como manifestaciones físicas de su presencia y poder. Cabe precisar que los atributos de Catequil se extienden más allá de los relámpagos y truenos, abarcando también la protección de sus devotos en tiempos de guerra. Este tríptico de poder -relámpagos, truenos, y guerras- definió su esfera de influencia dentro del panteón andino. Así, los relámpagos eran signos de su ira, pero también de su protección. Se creía que cada rayo era un mensaje de Catequil a su pueblo; En tanto, los truenos eran la voz de Catequil, manifestando de esta manera su presencia. Los truenos anunciaban cambios importantes o advertían sobre peligros inminentes; Por otra parte, durante las guerras Catequil era invocado para proteger a los guerreros y asegurar su victoria. Su ferocidad natural era un modelo para los combatientes. Esta multifacética naturaleza de Catequil evidencia su rol como una deidad tutelar, cuyo favor era indispensable en diversos aspectos de la vida andina, desde el ámbito doméstico hasta el campo de batalla. Dentro de la mitología andina, las historias sobre Catequil son particularmente evocativas, llenas de enseñanzas y simbolismo. Entre ellas, destaca la leyenda de cómo Catequil defendió a su pueblo de una enorme serpiente que amenazaba con engullir el sol. Armado con sus relámpagos, Catequil combatió a la bestia, salvando al mundo de una eterna oscuridad. Otra narrativa popular cuenta el viaje de Catequil a través de los tres mundos andinos: Hanan Pacha (el mundo de arriba), Kay Pacha (el mundo aquí) y Uku Pacha (el mundo de abajo). En cada uno, Catequil enfrentó y venció a diferentes demonios, asegurando el equilibrio y la armonía del cosmos.Estas leyendas, transmitidas de generación en generación, no solo servían para entretenimiento. Eran, además, vehículos para transmitir valores culturales, explicar fenómenos naturales y reafirmar la fe en las deidades protectoras como Catequil. En cuanto a su relación con otros dioses andinos, aunque Catequil es una figura prominente en sí misma, su historia y poderes están enextricablemente ligados a los de otras deidades del panteón andino. Su interacción con figuras como Pachamama (la Madre Tierra) y Inti (el dios Sol) demuestra la complejidad de la religión andina y el equilibrio necesario entre las fuerzas de la naturaleza. Por cierto, la colaboración entre Catequil y Pachamama es particularmente significativa, ya que sus dominios se complementan. Mientras Catequil controla los cielos, Pachamama gobierna la tierra, y juntos aseguran la fertilidad y el bienestar del mundo andino. Esta red de relaciones divinas refleja la visión andina de un cosmos interconectado, donde cada elemento, ya sea natural o sobrenatural, tiene su lugar y función. Cabe precisar que las ceremonias y rituales de adoración a Catequil en la antigüedad eran diseñados para honrarlo y pedir su protección. Estos rituales variaban desde ofrendas simples hasta complejas celebraciones que podían durar varios días. Entre las ofrendas usuales se encontraban alimentos, textiles finamente trabajados y, en ocasiones, animales sacrificados en su honor. Se creía que estas ofrendas aseguraban la benevolencia de Catequil, protegiendo a la comunidad de fenómenos meteorológicos adversos y garantizando el éxito en las batallas. Las festividades en honor a Catequil también eran oportunidades para la reunión comunitaria, reafirmando los lazos sociales y religiosos. Estos eventos ofrecían un sentido de continuidad y pertenencia, fundamentales en la cosmovisión andina. En tanto, la importancia de Catequil en el contexto social y religioso inca interconectaba los aspectos sociales, políticos y naturales de la vida. Catequil no solo era una figura religiosa; era también un símbolo de unidad y fortaleza para el pueblo inca. Su adoración reforzaba la cohesión social, al unir a las personas en un propósito común: la veneración y el respeto hacia las fuerzas divinas que gobernaban su mundo. Simultáneamente, el culto a Catequil legitimaba el poder de líderes y gobernantes, quienes se consideraban elegidos por las deidades para guiar a su pueblo. En este sentido, Catequil funcionaba como pilar del orden social y cosmológico, evidenciando la profunda interrelación entre religión, política y naturaleza en la sociedad inca. Durante la época de la conquista, diversos cronistas han expuesto información sobre sus centros ceremoniales. Según el cronista español Juan de Betanzos, el bastardo Atahualpa hizo quemar su templo por haberle dado trágicos augurios, cuando mando a consultar sobre quién sería el vencedor en la guerra contra el Inca Huáscar. El sacerdote encargado del santuario, un anciano con una larga túnica recubierta de conchas marinas (posiblemente mullu), luego de entablar conversación con el ídolo de piedra, vaticinó un resultado irremediablemente adverso para Atahualpa. El sacerdote mencionó que, debido a su comportamiento sanguinario y tiránico, había suscitado la furia de Wiracocha y, por tanto, este usurpador tendría un desenlace fatal (lo que al final efectivamente ocurrió, ya que al ser capturado por los españoles en 1533 fue estrangulado por regicida). Atahualpa, furioso, ordenó entonces la destrucción del templo y así se hizo: los restos despedazados del ídolo fueron arrojados al río y el santuario, saqueado. Pero la historia de este célebre oráculo no terminó ahí: los sacerdotes andinos de Huamachuco recuperaron la cabeza del ídolo y volvieron a rendirle culto hasta que, en 1561, esta fue descubierta por los frailes agustinos Antonio Lozano y Juan Ramírez, quienes la hicieron polvo y la echaron al río. Sin embargo, la veneración a Catequil y otras deidades andinas no desapareció por completo. En la sociedad contemporánea, especialmente en regiones de Perú y Bolivia, es posible encontrar ecos de estas antiguas creencias en las prácticas culturales y religiosas actuales. Esta persistencia cultural no solo es testimonio de la profundidad y riqueza de la herencia andina, sino también un recordatorio del poder de las creencias para trascender el tiempo y transformarse, manteniendo vivas las raíces de un pueblo. La figura de Catequil, con sus profundos orígenes en la historia andina y su presencia en la cultura contemporánea, actúa como un puente que une el pasado con el presente. Su evolución desde una divinidad temida y reverenciada hasta un símbolo cultural adaptado a la modernidad refleja la capacidad de las tradiciones andinas para perdurar y reinventarse. Por medio de Catequil, se puede vislumbrar el tapiz de la religión y la cosmovisión andina, donde lo divino y lo humano se entrelazan de manera inextricable. Esta deidad nos invita a explorar no solo las creencias de un pueblo antiguo, sino también las formas en que esas creencias continúan influyendo en la vida y la identidad de las comunidades andinas hoy. En resumen, Catequil no es solo un recuerdo del pasado; es una presencia viva que continúa inspirando, protegiendo y guiando a las generaciones actuales, demostrando la permanencia y el dinamismo de la cultura andina a través de los siglos.
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