Una buena noticia que no puede ser pasada por alto - más aun en plena arremetida de la prensa basura y los parásitos caviares contra el Gobierno - es que el partido del despreciable asesino de policías y consumidor de marihuana Antauro Humala, denominado Alianza Nacional de Trabajadores, Agricultores, Universitarios, Reservistas y Obreros (A.N.T.A.U.R.O), ya se encuentra oficialmente disuelto y ha sido retirado del Registro de Organizaciones Políticas (ROP) del Jurado Nacional de Elecciones, convirtiéndose de esta manera en una agrupación ilegal. En efecto, transcurrieron varias semanas desde que la Corte Suprema ratificara el histórico fallo en primera instancia que dispuso su cancelación y el cierre de todos sus locales por contravenir los principios democráticos, pero la decisión recién se pudo ejecutar esta semana. "La cancelación responde a que este 18 de marzo, se recibió la notificación de la Corte Suprema de Justicia de la República, la sentencia de fecha 14 de octubre del 2024, que declaró la ilegalidad de la referida organización política por conducta antidemocrática, emitida por la Sala de Derecho Constitución y Social Permanente de dicha Corte, la cual fue confirmada por la Sala Civil Permanente", se lee en el comunicado difundido por el JNE. Se trata, sin lugar a dudas, de una buena noticia para todos los peruanos que creen y respetan los valores democráticos. Era inconcebible que una organización extremista cuya cabeza visible pregonaba un odio exacerbado anunciando ejecuciones extrajudiciales de expresidentes (incluyendo a su propio hermano), así como mostrar su “admiración” por los monstruosos crímenes perpetrados por Sendero Luminoso, pretendiera legitimar su aberrante discurso participando en el próximo proceso electoral. Por ello el fallo judicial marca un importante precedente histórico para cualquier otra agrupación que a futuro pretenda propalar el violentismo como doctrina. La cancelación de ese partido totalitario cuyas iniciales - no era de extrañar - formaban el nombre de ese vil sujeto (A.N.T.A.U.R.O.) fue posible gracias a que el Poder Judicial, luego de superadas varias maniobras dilatorias del antaurismo, notificara la sentencia al JNE. Aquí cabe aplaudir la rápida reacción del organismo electoral, que, sin apelar a formalismos administrativos ni otro tipo de excusas, retiró de inmediato del ROP a la organización proscrita. Con esto, la entidad marca una saludable distancia con la condenable posición que tuvo sobre este asunto la anterior gestión del impresentable Jorge Salas Arenas, (alias ‘Camarada Coquito’, conocido defensor de terroristas) y quien como recordareis, en contubernio con otros organismos como la RENIEC y la ONPE posibilitaron mediante el fraude en las pasadas elecciones generales, el “triunfo” del filosenderista Pedro Castillo - hoy procesado por golpista - y que ahora pretendían repetir la jugada para favorecer a Humala. Como sabéis, la situación del etnocacerista era particularmente relevante dado su oscuro pasado, ya que fue condenado a 17 años de prisión por homicidio, rebelión y otros delitos relacionados con el levantamiento conocido como el “Andahuaylazo”, un conflicto que tuvo lugar en el 2005, cuando Humala lideró una revuelta contra el gobierno del entonces presidente Alejandro Toledo. Tras ser liberado ilegalmente en agosto del 2022, gracias a una espuria reducción de su condena patrocinada por Castillo, a su salida de prisión expresó públicamente su orgullo por sus acciones criminales, sin mostrar remordimiento alguno por ello. Cabe precisar que la cancelación del partido del sentenciado por el ‘andahuaylazo’ no significa que hay que bajar los brazos. La democracia debe seguir vigilante. El sedicioso ya debe estar calculando infiltrarse en el próximo Congreso, con la complicidad de algún ‘partido’ vientre de alquiler - como el denominado Juntos Por el Perú - desesperado por ganar votos. Pero debemos recordar, como lo han señalado diversos expertos electorales, que para poder postular como invitado por otra agrupación debió renunciar en diciembre pasado a su agrupación hoy ilegalizada y no lo hizo. No se puede permitir por ello que pretenda usar alguna artimaña legal para participar a como de lugar. La institucionalidad democrática le ha cerrado las puertas y siempre deben estarlas para este sucio drogadicto. Haciendo un poco de historia sobre su hoy ilegalizado movimiento etnocacerista, este se presentaba como contrario al comunismo, al capitalismo y al neoliberalismo, y fue fundado por Humala a inicios de los 2000, centrándose principalmente en hacerlo llegar a Lima y otras regiones al interior del país. Sin embargo, no fue Antauro quien diseño esta ideología enfermiza, sino que fue su padre, Isaac Humala. Cuando el patriarca de la familia dio una entrevista años atrás, era posible ver desde dónde surgía lo que luego su hijo propugnaría a través de la política armada. Estas ideas tenían origen en Isaac Humala. En aquella ocasión, le preguntaron por el conocido antichilenismo que su ideología planteaba, donde incluso su hijo Antauro planteó que si alguna vez llegaba al poder, le declararía la guerra a Chile. Haciendo alusión a los bajos impuestos que este último pagaba a Perú, aseguró que “para el tamaño de nuestro país nuestra economía tiene exceso de oro y plata en lingotes, estamos como en la época del guano. Pero el gobierno por traición, desde Kenyo Fujimori, hace que todo eso se lo lleven los extranjeros, sin dejar nada para nosotros. (…) Si nosotros reivindicamos ese derecho, tendremos dinero de sobra para convertir en pradera el desierto de la costa. Nos convertiremos en potencia y recuperaremos territorios como Tarapacá y Arica, que son territorios históricamente peruanos”. Isaac Humala mantuvo por muchos años una cercanía con la izquierda antes de que las relaciones se quebraran. Militó en el Partido Comunista Peruano (PCP) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). También fundó el Instituto de Estudios Etnogeopolíticos (IEE) en 1989, cuando su pensamiento ya tomaba forma. Precisamente, la palabra etnocacerismo proviene de la unión entre el rescate étnico que el movimiento busca y el nombre de Andrés Avelino Cáceres, militar y político peruano que luchó en la Guerra del Pacífico. El concepto de la raza es otro de los pilares de esa ideología, donde destacan la presencia de una “raza cobriza”, en referencia a las personas nacidas en los Andes. “La especie humana tiene cuatro razas, de las cuales una está prácticamente apartada, la blanca domina el mundo, la amarilla tiene dos potencias, China y Japón, y la negra, pese a no estar tan bien como las dos anteriores, al menos domina su continente”, explicaba el patriarca de los Humala en la misma entrevista. “En cambio, la cobriza no gobierna en ningún lado. Nosotros pensamos hacer eso, parece algo imposible, pero somos utópicos en ese sentido, tenemos esperanza en momentos en que esta ya se ha perdido, eso es lo que nos diferencia”, apunto. Con una iconografía similar a la de regímenes fascistas - como el uso de estandartes y banderas que en lugar de la esvástica y el águila, llevan la chakana (la cruz inca) y el cóndor - o el resaltar el valor de una raza e intentar validarla en el poder, se presentaba en sus mítines con un discurso radical para ganar adeptos. “Nosotros sostenemos que la raza cobriza es superior a las demás, ya que siempre ha sido víctima y que tiene que reincorporarse. No esperamos que nos reincorporen otros. Nosotros mismos debemos hacerlo, empezando por sentirnos orgullosos de nuestra raza, nuestra sangre y nuestra cultura, por eso debemos estudiar lo nuestro” puntualizó. Tanto Ollanta como Antauro Humala compartían, al menos en un principio, parte de una postura ideológica similar. Para octubre del 2000, cuando ambos eran miembros del Ejército, los hermanos lideraron un levantamiento militar contra el régimen de Kenyo Fujimori (1990-2000) cuando este llegaba a sus últimos días. Su acción falló, pero sentó un precedente, así como la irrupción política de la familia Humala. Luego, cuando Antauro continuó por el camino armado y fue capturado y enjuiciado en el 2005, por el contrario su hermano Ollanta tomaba el camino institucional, cuando ingresó de lleno en el escenario político democrático, siendo elegido presidente en el 2011. Para Isaac Humala, que su hijo Ollanta no hiciera nada para ayudar a su encarcelado hermano cuando era Presidente - algo que considero una “traición” - fue un signo de que el proyecto ideológico se concretaría con Antauro Humala a la cabeza. Pero la tarea política de este último no cesó incluso en la cárcel. Para el 2018, estando privado de libertad, fundó el Frente Patriótico de Perú, que fue definida por analistas como cercano a la extrema izquierda, pero otros lo ligaron a una tercera posición ajena al espectro tradicional, el fascismo. En efecto, las similitudes entre el etnonacionalismo y el fascismo no son pocas. Si este último se presentaba como la tercera vía entre la democracia representativa y el comunismo, el etnonacionalismo se presenta como la tercera vía entre la izquierda y la derecha. Según Humala, “la opción no es ni la derecha pizarrista ni la izquierda almagrista, sino el nacionalismo, que históricamente en ese paralelo podríamos referenciar como la opción de los incas de Vilcabamba”. Tanto el fascismo como el etnonacionalismo, plantean un nacionalismo exacerbado y excluyente. Además, son ideologías militaristas, fundadas por veteranos, y caracterizadas por el estatismo, el colectivismo y el irredentismo, esto es, la reivindicación de territorios ubicados fuera del Estado, los territorios irredentos. Si Mussolini reclamaba los territorios que no le dieron a Italia tras la Primera Guerra Mundial (la “victoria mutilada”), y Hitler los perdidos por Alemania en esa guerra, además de todos los territorios con población étnicamente germana, Antauro Humala pretendía anexar todo lo que perteneció al Imperio Inca incluyendo, como no, los territorios perdidos en la Guerra con Chile. El etnonacionalismo, además, incorporo el tema étnico como elemento central de su ideología, con lo cual, además de promover la división entre peruanos, acabo asemejándose a un tipo de fascismo en particular: el nacionalsocialismo, es decir, el nazismo. ¡Solamente hay que cambiar “raza aria” por “raza cobriza” y tenemos etnonacionalismo! En base a esta visión, el etnonacionalismo pretende refundar el Estado peruano en base a criterios étnicos, negando la ciudadanía a buena parte de la población peruana. Así, legitima el terrorismo étnico llamándolo “contra-terror”, para finalizar tomando como gran ejemplo la siguiente orden dada por Tupac Katari de 1781: “Matar al blanco”. Esta cita también está en su libro Ejército Peruano: Milenarismo Nacionalismo y Etnocacerismo. Lo que hace Antauro Humala es sustituir la “lucha de clases” por la “lucha de étnias”, estableciendo el dilema entre “amar”, que según él es esclavitud, y “contra amar”, es decir, odiar, que para él significa “libertad por acción” para matar “a los que no son cobrizos”, es decir a los blancos, pero también a los mestizos, que son la inmensa mayoría de peruanos, dejando a los cobrizos (indios puros) como los únicos habitantes del país.. Como es evidente, y en consecuencia con su demencial ideología, en caso de llegar al poder, Antauro Humala desconocería inmediatamente la actual Constitución. Esto es algo que ha dicho abiertamente en varias entrevistas. Esto no sorprende si su modelo político es una dictadura, específicamente la del general Juan Velasco Alvarado. En diversas entrevistas Antauro Humala sostuvo que aplicará el Plan Inca del general Velasco, dictadura que, según él, fue “el primer gobierno nacionalista del país”. Como podéis imaginar, todos estos disparatados postulados fueron “traspasados” íntegramente a su nueva agrupación A.N.T.A.U.R.O. para participar en las elecciones del 2026, pero todo ha sido en vano y hoy ha quedado ilegalizado. Teniendo presente todo lo anterior, cabe la siguiente pregunta: ¿A quién en su sano juicio se le puede haber ocurrido pensar que sea considerado un partido político democrático? Su raigambre totalitaria está a la vista de todos y ni lo disimulaba, por lo que su desaparición es lo más conveniente para todos ¿No os parece?
En las profundidades de la mitología andina, emergió la figura de un demonio cuyo dominio sobre los relámpagos, truenos y tempestades hizo que sea venerado y temido por igual. Nos referimos a Catequil, una deidad que ocupa un lugar especial en el panteón de los caxamarcas, huamachucos y conchucos - teniendo su santuario principal en las faldas del cerro Icchal en Santiago de Chuco (La Libertad) - como posteriormente de los Incas, cuando anexaron esas regiones a su imperio, quienes lo asociaron con Illapa, el dios del rayo. Su historia, cargada de mitos, leyendas y relatos, constituye una pieza fundamental para entender no solo la religión incaica sino también la cosmovisión andina como un todo. En cuanto a su origen, una versión de Walter Krickeberg (1975), tomado del Archivo de Indias, relata: “Catequil surge porque Ataguju (creador de todas las cosas, del cielo y la tierra) tenía tres criados -Uvigaicho, Vustiqui y Guamansuri-, quienes eran intercesores del pueblo y acudían a ellos en busca de favores. Sucede que Guamansuri fue enviado a la zona de los guachemines (habitantes de Cajamarca y Huamachuco), los cuales tenían una hermana llamada Cautaguan a la que mantenían encerrada y cautiva por estar dotada de hermosura. Sin embargo, Guamansuri aprovechó que los hermanos de Cautaguan no estaban para cortejarla y dejarla embarazada. Al enterarse de este agravio los guachemines decidieron prenderle fuego y quemar al criado hasta hacerse polvo, pero al cabo de pocos días Cautaguan parió dos huevos pero murió en el parto. Entonces los hermanos tomaron los huevos y los echaron a un muladar, y de allí salieron dos muchachos dando gritos, a los cuales una señora les tomó y los crió. El uno se era Catequil, quien fue el principio de muchos males y el dios más temido y honrado que había en los andes, siendo adorado y reverenciado desde Quito hasta el Cuzco. Mientras el otro hermano se llamaba Piguerao. Cuando Catequil fue al lugar donde murió su madre, la resucitó, quien le dio dos hondas que su padre Guamansuri le había dejado para que las entregue al que iba a parir, porque con aquellas había que matar a los guachemines y pediría a Ataguju para que se críen indios en estas tierras, la labren y la habiten” . Se cuenta que en su templo, a modo de Oráculo, Catequil respondía a interrogantes contestando a través de las hojas de coca en los canales, ubicados en el centro ceremonial ubicado en Santiago de Chuco en las faldas del cerro Icchal, cuyas ruinas fueron descubiertas por el arqueólogo canadiense John R. Topic y su esposa en 1987. Un segundo templo dedicado a Catequil quedaba en el pueblo de Tauca, provincia de Pallasca. En tanto, el explorador austríaco-francés, Charles Wiener, comprobó en la iglesia de Tauca, que había una imagen en forma de círculo, evocando al Sol. Catequil se consideraba un oráculo de reputación considerable, comparable a Pachacámac en la costa central. Es más, a Catequil se le acreditó enseñar a Lloclayy Huancupa, la principal deidad de los Huarochirí, a hablar. Pero Catequil es mucho más que un simple dios de los relámpagos. Representa la furia de la naturaleza, el poder incontrolable del cielo y su capacidad para decidir sobre la vida y la muerte. Sin embargo, su veneración no surgía únicamente del temor; para los antiguos andinos, Catequil era también un símbolo de renovación y fertilidad, cuyos rayos eran interpretados como una manifestación divina que traía consigo el agua necesaria para la agricultura. La figura de Catequil se arraigó profundamente en las tradiciones y leyendas de los pueblos andinos. Su origen, envuelto en el misterio de los tiempos, se pierde en la memoria colectiva de las civilizaciones preincas. Sin embargo, los investigadores sugieren que su culto podría remontarse a varios siglos antes de la consolidación del Imperio Inca, siendo uno de los dioses compartidos entre distintas culturas andinas. Catequil, en la cosmovisión andina, no era solo un ente aislado, sino parte de un sistema de creencias que integraba a la naturaleza, la sociedad y lo divino en un todo coherente. Se creía que este dios tenía el poder no sólo sobre los fenómenos meteorológicos, sino también sobre la vida y la muerte, haciendo de él una figura central en el panteón religioso. Los relatos acerca de Catequil varían de una región a otra, reflejando la diversidad cultural de los Andes. Aunque los detalles específicos de su mito pueden diferir, la esencia de Catequil como el señor de los relámpagos y protector contra los enemigos permanece constante, demostrando su importancia universal en las tradiciones andinas. Al respecto, el arte y la iconografía inca ofrecen un testimonio visual fascinante de la veneración a Catequil. A través de diversas formas artísticas, los incas y sus predecesores encontraron maneras de representar y rendir culto a este demonio. Estas representaciones no sólo cumplían una función estética; también eran emblemas de poder y protección. Se creía que llevar consigo un objeto con la imagen de Catequil o incluir su símbolo en la vestimenta podía otorgar protección contra los peligros, especialmente durante las tempestades. La representación más conocida de Catequil, sin embargo, no se encuentra en objeto alguno, sino en la propia naturaleza. Los andinos veían la mano de Catequil en cada rayo que rasgaba el cielo, considerando estos fenómenos naturales como manifestaciones físicas de su presencia y poder. Cabe precisar que los atributos de Catequil se extienden más allá de los relámpagos y truenos, abarcando también la protección de sus devotos en tiempos de guerra. Este tríptico de poder -relámpagos, truenos, y guerras- definió su esfera de influencia dentro del panteón andino. Así, los relámpagos eran signos de su ira, pero también de su protección. Se creía que cada rayo era un mensaje de Catequil a su pueblo; En tanto, los truenos eran la voz de Catequil, manifestando de esta manera su presencia. Los truenos anunciaban cambios importantes o advertían sobre peligros inminentes; Por otra parte, durante las guerras Catequil era invocado para proteger a los guerreros y asegurar su victoria. Su ferocidad natural era un modelo para los combatientes. Esta multifacética naturaleza de Catequil evidencia su rol como una deidad tutelar, cuyo favor era indispensable en diversos aspectos de la vida andina, desde el ámbito doméstico hasta el campo de batalla. Dentro de la mitología andina, las historias sobre Catequil son particularmente evocativas, llenas de enseñanzas y simbolismo. Entre ellas, destaca la leyenda de cómo Catequil defendió a su pueblo de una enorme serpiente que amenazaba con engullir el sol. Armado con sus relámpagos, Catequil combatió a la bestia, salvando al mundo de una eterna oscuridad. Otra narrativa popular cuenta el viaje de Catequil a través de los tres mundos andinos: Hanan Pacha (el mundo de arriba), Kay Pacha (el mundo aquí) y Uku Pacha (el mundo de abajo). En cada uno, Catequil enfrentó y venció a diferentes demonios, asegurando el equilibrio y la armonía del cosmos.Estas leyendas, transmitidas de generación en generación, no solo servían para entretenimiento. Eran, además, vehículos para transmitir valores culturales, explicar fenómenos naturales y reafirmar la fe en las deidades protectoras como Catequil. En cuanto a su relación con otros dioses andinos, aunque Catequil es una figura prominente en sí misma, su historia y poderes están enextricablemente ligados a los de otras deidades del panteón andino. Su interacción con figuras como Pachamama (la Madre Tierra) y Inti (el dios Sol) demuestra la complejidad de la religión andina y el equilibrio necesario entre las fuerzas de la naturaleza. Por cierto, la colaboración entre Catequil y Pachamama es particularmente significativa, ya que sus dominios se complementan. Mientras Catequil controla los cielos, Pachamama gobierna la tierra, y juntos aseguran la fertilidad y el bienestar del mundo andino. Esta red de relaciones divinas refleja la visión andina de un cosmos interconectado, donde cada elemento, ya sea natural o sobrenatural, tiene su lugar y función. Cabe precisar que las ceremonias y rituales de adoración a Catequil en la antigüedad eran diseñados para honrarlo y pedir su protección. Estos rituales variaban desde ofrendas simples hasta complejas celebraciones que podían durar varios días. Entre las ofrendas usuales se encontraban alimentos, textiles finamente trabajados y, en ocasiones, animales sacrificados en su honor. Se creía que estas ofrendas aseguraban la benevolencia de Catequil, protegiendo a la comunidad de fenómenos meteorológicos adversos y garantizando el éxito en las batallas. Las festividades en honor a Catequil también eran oportunidades para la reunión comunitaria, reafirmando los lazos sociales y religiosos. Estos eventos ofrecían un sentido de continuidad y pertenencia, fundamentales en la cosmovisión andina. En tanto, la importancia de Catequil en el contexto social y religioso inca interconectaba los aspectos sociales, políticos y naturales de la vida. Catequil no solo era una figura religiosa; era también un símbolo de unidad y fortaleza para el pueblo inca. Su adoración reforzaba la cohesión social, al unir a las personas en un propósito común: la veneración y el respeto hacia las fuerzas divinas que gobernaban su mundo. Simultáneamente, el culto a Catequil legitimaba el poder de líderes y gobernantes, quienes se consideraban elegidos por las deidades para guiar a su pueblo. En este sentido, Catequil funcionaba como pilar del orden social y cosmológico, evidenciando la profunda interrelación entre religión, política y naturaleza en la sociedad inca. Durante la época de la conquista, diversos cronistas han expuesto información sobre sus centros ceremoniales. Según el cronista español Juan de Betanzos, el bastardo Atahualpa hizo quemar su templo por haberle dado trágicos augurios, cuando mando a consultar sobre quién sería el vencedor en la guerra contra el Inca Huáscar. El sacerdote encargado del santuario, un anciano con una larga túnica recubierta de conchas marinas (posiblemente mullu), luego de entablar conversación con el ídolo de piedra, vaticinó un resultado irremediablemente adverso para Atahualpa. El sacerdote mencionó que, debido a su comportamiento sanguinario y tiránico, había suscitado la furia de Wiracocha y, por tanto, este usurpador tendría un desenlace fatal (lo que al final efectivamente ocurrió, ya que al ser capturado por los españoles en 1533 fue estrangulado por regicida). Atahualpa, furioso, ordenó entonces la destrucción del templo y así se hizo: los restos despedazados del ídolo fueron arrojados al río y el santuario, saqueado. Pero la historia de este célebre oráculo no terminó ahí: los sacerdotes andinos de Huamachuco recuperaron la cabeza del ídolo y volvieron a rendirle culto hasta que, en 1561, esta fue descubierta por los frailes agustinos Antonio Lozano y Juan Ramírez, quienes la hicieron polvo y la echaron al río. Sin embargo, la veneración a Catequil y otras deidades andinas no desapareció por completo. En la sociedad contemporánea, especialmente en regiones de Perú y Bolivia, es posible encontrar ecos de estas antiguas creencias en las prácticas culturales y religiosas actuales. Esta persistencia cultural no solo es testimonio de la profundidad y riqueza de la herencia andina, sino también un recordatorio del poder de las creencias para trascender el tiempo y transformarse, manteniendo vivas las raíces de un pueblo. La figura de Catequil, con sus profundos orígenes en la historia andina y su presencia en la cultura contemporánea, actúa como un puente que une el pasado con el presente. Su evolución desde una divinidad temida y reverenciada hasta un símbolo cultural adaptado a la modernidad refleja la capacidad de las tradiciones andinas para perdurar y reinventarse. Por medio de Catequil, se puede vislumbrar el tapiz de la religión y la cosmovisión andina, donde lo divino y lo humano se entrelazan de manera inextricable. Esta deidad nos invita a explorar no solo las creencias de un pueblo antiguo, sino también las formas en que esas creencias continúan influyendo en la vida y la identidad de las comunidades andinas hoy. En resumen, Catequil no es solo un recuerdo del pasado; es una presencia viva que continúa inspirando, protegiendo y guiando a las generaciones actuales, demostrando la permanencia y el dinamismo de la cultura andina a través de los siglos.