Mientras en el país andino un burdo operativo mediático montado por la corrupción vizcarrista acapara las portadas de la prensa que se deja engatusar tan fácilmente, una siniestra amenaza se cierne sobre el horizonte y no es otro que Antauro Humala - ese despreciable asesino de policías y adicto a la marihuana, quien además padece de graves alteraciones mentales - que con el apoyo de los caviares que usurpan cargos en los organismos electorales, pretende llegar a Palacio en el 2026 mediante el fraude, tal como sucedió en el 2021 con el burro chotano de Pedro Castillo, quien hoy se pudre en la cárcel por corrupto, golpista y ladrón. En efecto, mientras los principales partidos peruanos se están desgastando en procesos judiciales, el ex convicto recorre el país propagando fake news en su precampaña electoral, repitiendo hasta el cansancio entre una indiada soliviantada, la desgastada mitología velasquista, reivindicando el fracaso económico, las recetas estatistas y las fórmulas fallidas que tanto daño hicieron al Perú. “Hubo un Estado poderoso y patriota con Juan Velasco Alvarado”, dice Humala ante un público ignorante que lo escucha y graba con su celular. “Hizo un Estado empresario”, grita. El video da vueltas por WhatsApp. En él se ve al secuestrador y homicida de policías en un mitin en Piura, en el norte del país. Y es solo una muestra de las muchas mentiras que repite en sus giras por las provincias del Perú. “Creó empresas nacionales”, celebra Humala. Pero no dice que para que una empresa sea operativa esta debe ser eficiente. Y lamentablemente ese no fue el caso de las empresas estatales del velasquismo, las cuales acumularon enormes pérdidas y condujeron al fracaso la aventura empresarial del Estado. Petroperú es un claro ejemplo de ello. Como sabéis, el etnocacerista tiene 18 meses en libertad. Salió de la cárcel por una ilegal redención de pena en el 2022, luego de cumplir 17 años y ocho meses de los 19 a los que fue sentenciado por el ‘Andahuaylazo’, esa asonada terrorista disfrazada de “gesta reivindicativa” que cobró la vida de cuatro policías en el 2005. Desde que fue excarcelado, ha venido recorriendo el país; mira al 2026 y no ha cambiado su discurso extremista y radical. En su mensaje de odio y resentimiento, sigue hablando de fusilar a los expresidentes - entre ellos su hermano Ollanta - despotrica de las instituciones democráticas, reivindica el quebrantamiento de la ley, desafía el ordenamiento jurídico, pero paradójicamente dice también que su ‘partido’ Alianza Nacional de los Trabajadores, Agricultores, Universitarios, Reservistas y Obreros (A.N.T.A.U.R.O) tiene entre sus fines “preservar la vigencia de los derechos humanos (…) y asegurar la vigencia, defensa y consolidación del sistema democrático pleno, real y del Estado de derecho” (?). Sus antecedentes y su discurso violentista no han logrado calar en el extenso de la población, afortunadamente. A lo largo de estos meses ha visitado Huancayo, Iquitos, Cuzco, Tumbes, Pucallpa y otras regiones donde no han faltado ciudadanos que lo confronten por su extremismo. Por eso, quizás, Humala pretende ahora colgarse del saco de Nayib Bukele y capitalizar la aceptación que ha generado en algunos sectores el autoritario presidente de El Salvador, que ha reprimido a las pandillas de su país con arrestos arbitrarios y un sistema carcelario calificado como violatorio de los derechos humanos. Y es que, aunque afirme que no es él sino sus simpatizantes los que le endilgan la etiqueta del ‘Bukele peruano’, Humala no ha perdido tiempo para obtener réditos y hablar de una “bukelización” del Perú, pero hasta ahí nomás, solo enunciados, porque medidas concretas no da, porque no los tiene. Para el exministro del Interior Carlos Morán, “Humala está descalificado moralmente porque es un asesino de policías, tiene las manos manchadas de sangre. No tiene ninguna propuesta viable sobre cómo combatir la inseguridad ciudadana; solo se ha limitado a amenazar con fusilar a cualquier oponente político, expresidentes y autoridades, eso es inviable legalmente (…). Hay que entender que estamos en una sociedad donde se respeta el Estado de derecho, donde se respetan las libertades fundamentales y los derechos de las personas por más delincuentes que sean, así que eso de matar, de fusilar, está fuera de todo contexto”, declaró. Añadió que, frente a estos enunciados radicales, es la ciudadanía, ante la inacción de los poderes Ejecutivo y Legislativo, la que debe tomar cartas en el asunto. “La solución la tenemos los propios peruanos. Si elegimos estas posturas antidemocráticas, es porque las asumimos como tal; es momento de que el ciudadano asuma la responsabilidad de su voto”, subrayó. Carlos Basombrío, por su parte, advierte que esta suerte de ‘marca Bukele’ está tratando de ser capitalizada en todos los países de América Latina y añadió que, en el caso de Perú, esta situación se ve alimentada por “un gobierno que no da pie con bola” en la lucha contra la inseguridad ciudadana. “Junto con la economía, ese tema es el más urgente para la población y creo que eso va a marcar las elecciones. Esta competencia por ser un Bukele nos puede llevar a una situación desastrosa para el país”, manifestó el exministro del Interior, y agregó que frente a ello lo que toca es que el gobierno trabaje para desarmar el sustento de la plataforma política de quienes pregonan la implementación de una política a lo Bukele en el país. ¿Cómo? Fortaleciendo los equipos de Inteligencia e investigación criminal. “La población, ya en el 2026, podría percibir que, por el camino sensato de hacer las cosas profesionalmente, no salvajemente, se puede llegar a resultados importantes y eso disminuiría significativamente la necesidad que tiene un sector de tener este tipo de respuesta. Así podríamos tener mejores resultados y alejar al fantasma de Bukele. Es una vergüenza que en el Perú pueda postular a la Presidencia gente como Antauro Humala y de delincuentes de la misma calaña que sirvieron al régimen delincuencial de Castillo y que no ocultan su admiración por Sendero Luminoso” sentenció. La respuesta estaría en el Parlamento, pero, no se sabe si priorizará el debate de las reformas constitucionales que garantizarían elecciones generales con candidatos idóneos y no prontuariados con mensaje extremista. Una de ellas es la aprobada en la Comisión de Constitución en diciembre, que establece que los condenados por terrorismo, tráfico de drogas, violación sexual, homicidio, secuestro, entre otros delitos, no podrán postular ni ejercer cargos públicos. La iniciativa del congresista Alejandro Muñante, sin embargo, no tiene aún los 87 votos requeridos para su aprobación en primera votación en el Pleno. Muñante señaló que seguirá buscando el consenso. Mientras, ha solicitado al Jurado Nacional de Elecciones, la Defensoría del Pueblo y el Ministerio Público que tomen acciones para declarar la ilegalidad del recientemente inscrito partido A.N.T.A.U.R.O., propuesta que ya ha sido anticipadamente desestimada de una forma escandalosa por el cuestionado titular del JNE, Jorge Luis Salas Arenas, contra quien el congresista Alejandro Cavero ha presentado una denuncia constitucional por permitir la inscripción de un partido “de carácter antidemocrático e inspiración violentista”. Para el congresista por Avanza País, la normativa legal vigente no deja lugar a interpretaciones, ya que señala que las agrupaciones que participan en el sistema de partidos deben ser democráticas para impedir que se pretenda socavar ese mismo sistema desde dentro, como pretende Humala. “La resolución del JNE dice que A.N.T.A.U.R.O., su ideología y su estatuto no tienen nada que ver con Humala, llegan a caer en lo absurdo y a tomarles el pelo a los peruanos porque, en la práctica, quien dirige la agrupación es él; está en todos los eventos y en ellos se reivindica su ideología extremista. Una organización de tendencia violentista y antidemocrática no puede competir en igualdad de condiciones con quien está dispuesto a usar las armas contra quien piensa diferente; la sociedad no puede permitir que este tipo de discursos tenga espacio en una democracia”, puntualizó. Históricamente, varias dictaduras se han erigido en el mundo bajo el cobertor de considerarse nacionalistas. Todo en exceso consume, intoxica, obnubila. Es así como el nacionalismo, un sentimiento patriótico acorde a la valoración legítima y necesaria que debe tener todo ciudadano, se puede transformar en racismo y xenofobia. La confusión se agrava cuando buscas imponer tus ideales por la fuerza, rompiendo el orden democrático de un país azotado por las desventuras como el Perú. Antauro Humala, hartamente conocido por sus tropelías y disparatadas declaraciones, encarna la distorsión peruana del nacionalismo que tantas muertes ha traído en el mundo. El etnocacerismo, o etnonacionalismo peruano, busca dinamitar el Estado desde adentro para imponer la anarquía. Exalta la “raza cobriza” y, entre otras cosas, destaca al dictador Juan Velasco Alvarado, que gobernó desde 1968 luego de asestar un golpe de Estado. En aquella época, Velasco tomó Palacio de Gobierno por la fuerza, cerro el Congreso, sometió a los partidos políticos y a medios de comunicación. Concebía el subdesarrollo “como producto de la falta de oportunidades de la población históricamente relegada”, una falacia de la que se aprovechan los demagogos en busca del aplauso fácil. El nacionalismo no es una vertiente únicamente de izquierda, centro o derecha; es un movimiento cuyo fin se ha distorsionado, y causado una peligrosa aceptación en el mundo por la “mano dura” de quienes lo propugnan, revistiendo excesos y violaciones de derechos humanos. Entre el 2016 el 2022, un gobierno sangriento, de combate a las drogas pero muy popular, dejó miles de muertos en Filipinas, país insular al sudeste de Asia, con una retórica nacionalista de rechazo a la democracia liberal. Su presidente, Rodrigo Duterte, ordenó “matar, matar y matar” para reducir la inseguridad y dijo estar “feliz de masacrar” a los traficantes. Según grupos de derechos humanos, el régimen habría asesinato a 30 mil presuntos consumidores. Antauro está muy cerca de ese discurso. En Sudamérica, recientemente Brasil también vivió un gobierno nacionalista con Jair Bolsonaro, militar en retiro ultraconservador. Los ejemplos van y vienen, desde los nacionalismos dictatoriales, hasta la actualidad de Antauro, que está listo para ‘refundar’ al Perú con sus ideas extremistas, hundiéndola en la barbarie. De ustedes depende que ello no ocurra... Que alguien le dispare, por favor.
Los Tocapus (también llamados Tokapus en quechua) son enigmáticos cuadrángulos con signos geométricos o figurativos estilizados que aparecen en forma de series en los tejidos y vasos ceremoniales del periodo inca y de los inicios del periodo colonial. Varias interpretaciones han sido propuestas para explicar su posible significado, pero ninguna convincente a la fecha. Algunos investigadores han sugerido que se trata de un sistema de comunicación gráfica prehispánica andina, una presunta “escritura perdida” de los incas. Otros investigadores han propuesto en cambio que se trataba de una especie de heráldica perteneciente a la nobleza incaica destinada a caracterizar dinastías o monarcas. Las investigaciones sistemáticas se iniciaron con Victoria de la Jara, que fue la primera investigadora que quiso ver en este conjunto de figuras un sistema de notación escrita registrando 294 figuras con aparente significado silábico-fonético. La teoría fue recogida por Thomas Barthel, pero redujo el catálogo de glifos a solo 24 proponiendo el desciframiento de algunos de ellos. Ambas propuestas, la de Barthel y la de Victoria de la Jara no han sido acogidas por la comunidad científica que mira con recelo y escepticismo la existencia de una “escritura perdida de los incas”. Desde entonces se ha trabajado en nuevos modos de interpretar dicho conjunto gráfico de gran complejidad. Investigadores de la talla de William Burns Glynn, Thomas S. Cummings, Mariusz Ziólkowski, Margarita Gentile, Mary Frame, Tom Zuidema y más recientemente Gail Silverman y Christiane Clados se han abocado a su estudio bajo distintos enfoques. Algunos con la opinión de que fuera una forma escritura fonética o semasiográfica; y otros defienden el concepto de que fueron símbolos o emblemas hieráticos que denotaban prestigio para la élite e incluso expresiones rituales. "Tocapu" o "tokapu" (Toka= surgir, emanar/ Apu= montaña sagrada) en los antiguos vocabularios quechuas y aymaras parece referirse a ciertas labores de bordado en vestidos finos y trajes elaborados para la nobleza. No necesariamente se refieren a las mismas labores o símbolos bordados sino a la calidad del tejido y sus labores. Solo más tarde descripciones de John Rowe y la adopción de Victoria de la Jara para describir estos mismos gráficos han acuñado el término para estas representaciones extendiéndolas a las que aparecen en los keros y en la cerámica. Thomas S. Cummings insiste en que no se debe limitar al tocapu al medio textil sino que es un gráfico usado en múltiples superficies y que se refiere generalmente a lo sagrado. Victoria de la Jara (1967, 1970) afirmó en sus estudios sobre los diseños que denominó tocapus que se trataba de una escritura logográfica. Según ella cada signo significa una palabra y era posible que fuera leída por individuos de cualquier lengua. Por su parte Thomas Barthel (1970) redujo el catálogo de signos a solo 24 y afirmó que se trataba de una escritura de palabras, no de letras ni de sílabas coincidiendo con De la Jara. Sin embargo ambos investigadores no pudieron probar, ante la comunidad científica, como habían descifrado algunos de aquellos glifos como “Atahualpa” por Victoria de la Jara y “Viracocha” y “Vilcabamba” por Barthel quedando sus estudios en el terreno de la conjetura. En 1979 el ingeniero norteamericano William Burns Glynn en su artículo “La Escritura Secreta de los Incas” propuso un sistema que se apartaba de las teorías de De la Jara y Barthel. Tomando como punto de partida la crónica de Guaman Poma de Ayala observó que en las figuras de gobernantes incas que este cronista dibujó en su obra Nueva Crónica y Buen Gobierno aparecían tocapus en los que se combinaban signos con números arábigos. Tuvo la idea de que el significado de estos símbolos tenía que ver con su sistema decimal de contabilidad y reemplazó los números del uno al diez con su respectivo signo y significado en quechua con el que obtuvo, luego de eliminar las vocales, un alfabeto consonántico con el que logró polémicos desciframientos. Este sistema no pudo ser probado o demostrado en piezas originales debido a sus limitaciones lingüísticas y criptográficas y, por ende, no fue acogido por la comunidad científica. El arquitecto colombiano Jaime Salcedo Salcedo se propuso corregir estos vacíos y en un estudio que se prolongó por 25 años llegó a siete principios o “claves” de desciframiento en su obra: “Los Jeroglíficos Incas: introducción a un método para descifrar tocapus-quillca” en el que afirmaba, tomando como ejemplo el Quero 7511 del Museo de América de Madrid, que cada tocapu o “quillca” como los llama, no representa palabras sino textos completos en una combinación de ideogramas con fonogramas atendiendo a los colores cuyos atributos forman parte de su significado. En ese sentido Mariusz Ziółkowski, también gracias al estudio de los queros, parece identificar una correspondencia entre las escenas pintadas y los tocapus en el mismo vaso lo cual, propone, que algunos de aquellos signos parecen identificar a los personajes representados. Recientemente los estudios de Gail Silverman y Mary Frame parecen retomar el sendero dejado por Victoria de la Jara pero desde la perspectiva etnográfica, atendiendo a las comunidades de tejedores. Gail Silverman, gracias a su prolongado trabajo de campo en la comunidad Q´ero del Cusco, llegó a considerar el significado de algunos de esos símbolos con un significado cosmológico que la autora considera un evidente vestigio de una escritura prehispánica. En otra dirección se dirigen los estudios de Tom Zuidema que sugiere el carácter heráldico de los tocapus a partir del estudio de la crónica de Guaman Poma en cuyos dibujos observa que los incas correspondientes a la dinastía de Hanan Cusco poseen mayor cantidad de tocapus en sus vestimentas que los de la dinastía Hurin. Esta conclusión es apoyada por Peter Eeckhout y Nathalie Danis en relación con las pinturas coloniales de personajes incas que lucen tocapus como emblemas o símbolos de prestigio dinástico. Margarita Gentile califica estas interpretaciones como alóctonas y persiste en enfocar el tema desde las comunidades nativas y desde las ofrendas colocadas en los rituales de sacrificio humano. Thomas Cummins vincula los tocapus con un evidente contenido religioso negando que dichos motivos sean exclusivos del arte textil sino que se extenderían a diversos soportes con igual carga simbólica totalmente diferente del quipu al anotar que el tocapu, en las referencias de las crónicas, siempre aluden a un contenido religioso y no como un sistema de registro. El misterio de su origen y significado continúa...