Tal como se temía, se consumó el megafraude en Venezuela montado por el dictador Nicolás Maduro para entornillarse en el poder y hoy el país llanero arde en llamas por las multitudinarias protestas de miles de indignados ciudadanos, que hasta el momento han dejado decenas de muertos a manos de los colectivos chavistas que a sangre y juego - tal como prometió el sátrapa - pretenden acallarlos, pero no lo lograran. El comienzo del fin de ese régimen asesino ha comenzado. En efecto, ¿en qué cabeza cabe que quien devastó al país, arruinó su economía, destruyó los servicios públicos, provocó la migración de una cuarta parte de la población, acabó con la posibilidad de que las mayorías disfrutasen de medios de sustento dignos, reprimió y se burló de la gente con promesas que jamás cumplió, pudiese ganar unas elecciones libres? ¿Cómo creer que el pueblo venezolano, tan sufrido, haya premiado en las urnas al peor gobierno que ha conocido la historia del país? Los chavistas jamás se pasearon por estas interrogantes porque, para ellos, nunca tuvieron sentido. Siendo expresión de los mejores intereses del pueblo -por “revolucionarios”-, la elección no podía sino confirmar a quien pusieran ellos de candidato. Se llama a votar, sí, ¡pero no para elegir a otro! Desde hace meses se dieron a la tarea de cometer cuanto abuso y atropello se les ocurriera, inhabilitando candidatos, inventando conspiraciones para apresar a figuras opositoras, hostigando a activistas, obstaculizando, como sea, las movilizaciones populares, impidiendo la llegada de observadores internacionales, acaparando medios y mintiendo, mintiendo y mintiendo. Pero lejos de amilanar las ansias de cambio de la gente, las exacerbó aún más. Conscientes de que iban a ser derrotados de manera fulminante, decidieron, entonces, tirar la parada definitiva. Y montaron el sainete del cual somos testigos. Primero, no le entregarían a los testigos de oposición copias de las actas de escrutinio en aquellos centros en que podían salirse con las suyas. Luego, prohibirían la entrada de dirigentes de la oposición a la sala de totalización del CNE. Antes, en horas en que todavía transcurría la votación, grabarían a Jorge Rodríguez y a Diosdado Cabello, sonrientes, felicitando al “pueblo” por la jornada, a la par que Schemel (Hinterlaces) lanzaría – a pesar de la aparente prohibición de dar a conocer resultados antes que el CNE – un “exit poll” señalando un “triunfo” de Maduro en las mismas proporciones en que anunciaría finalmente. Y todo ello, a pesar de que video tras video en circulación los desmentían con la gente celebrando, en cada centro de votación, la contundente victoria de Edmundo sobre Maduro que arrojaba el conteo de votos: 2 a 1 o 3 a 1. Confirmado, además, por los exit polls confiables que se fueron dando a conocer. Pero no, ¡ganó Maduro! El cinismo, la falta de escrúpulos y el desprecio por la voluntad de la gente se pierde de vista. Una de las características más odiosas de las autocracias de inspiración ideológica –como la chavista en Venezuela– es la soberbia y la prepotencia con que se conducen. Dueños de una verdad indiscutible construida a partir del imaginario con que justificaron su ascenso al poder, son impermeables a todo cuestionamiento. Sus críticos son basura. Creyendo haber descubierto los misterios del devenir histórico al haber liderado una “robolución” saqueando las riquezas del país a más no poder desde 1999, despliegan una pretendida superioridad moral para burlarse de todo aquello que refuta su retórica. En posesión de la maquinaria del Estado, desconocen los derechos de todo aquel que no se sume a la buena nueva, amparados en la convicción de que el único rasero de lo “Justo”, de lo que distingue lo correcto de lo que no lo es –es decir, entre el bien y el mal– lo pauta su funcionalidad para con el avance del poder “revolucionario”. Y como la “revolución” son ellos, la defensa de sus intereses –sus privilegios, inmunidad y los despojos de que se han apoderado– absuelve todo atropello ejecutado con ese propósito. Los fines trascendentes involucrados convierten a la Historia en juez supremo. Y ellos son sus custodios. Y, mientras más poder acumulan, más necesitan refugiarse en las argucias con que justifican el desmontaje del Estado de derecho y la imposición de un ejercicio despótico en el que, por antonomasia, la razón siempre estará de su parte. La anomia del poderoso. Los griegos clásicos se referían a posturas semejantes de soberbia y prepotencia como hibris o hubris, una desmesura y falta de modestia respecto a sus propias limitaciones, que pervierten el trato de una persona con otros y con los elementos de su entorno. Es la soberbia que enceguece a los dictadores, porque, emborrachados de poder, confunden las posibilidades reales de que algo suceda con sus pretensiones particulares. Y cometen errores, minando su posición de dominio. Subsumidos en su burbuja ideológica, pierden la capacidad (o el interés) de corregirse. Es la realidad la que debe adaptarse a sus designios. La razón de la fuerza por encima de la fuerza de la razón. En estas horas de lucha que se vive en Venezuela nadie sabe si los chavistas podrán salirse con la suya. Esperemos que no. El liderazgo democrático siente, en estos momentos, el enorme peso de la responsabilidad que le toca asumir en la conquista de la libertad. Ya las primeras reacciones a nivel internacional le exigen a Maduro las cuentas claras. Difícil que el pueblo se resigne a un escamoteo tan grosero. ¿Qué “legitimidad” conquistaron estos miserables con tan vulgar fraude? ¿A quiénes pretenden engañar? ¿Se conquistó “la paz y la tranquilidad”? ¿Se allanó el camino para atraer inversiones y generar empleo? ¿Los países aledaños pueden confiar en que no se incrementará el flujo migratorio hacia ellos? ¿Se levantarán las sanciones? ¿La Corte Penal Internacional y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU desistirán de sus investigaciones ante estos resultados? ¿Quedará sin efecto la orden de captura internacional dictada contra Maduro? ¿Quedará todavía abierta la puerta de una justicia transicional, condicionada al retorno a la democracia? Repito, es muy difícil saber qué va a ocurrir. Pero tengo la convicción de que, lejos de un triunfo pírrico que los chavistas celebran encerrados en Miraflores mientras las calles arden, el sainete que montaron es claramente, su suicidio. Antes de lo que se imaginan, Maduro y sus secuaces pueden terminar perfectamente como Ceausescu y su odiada mujer Elena la zapatera, ante un paredón de fusilamiento, o mejor aún, colgados ¡La Historia NO los absolverá!
Recuay es una cultura del Antiguo Perú que se desarrolló en la sierra del actual departamento de Áncash entre los 1 a. C. hasta los 700 d. C. Corresponde a la etapa del mundo andino llamada Intermedio Temprano, Se le ha denominado también como cultura Huaylas o Santa. Se considera a la tradición Recuay como un conjunto de señoríos y centros regionales con una fuerte variabilidad. Existen pocas evidencias que muestren una configuración política de tipo 'Estado' y de integración funcional entre los diferentes sitios Recuay. Al igual que las otras culturas del Intermedio Temprano, se conoce poco sobre esta civilización. La posición más aceptada es que fue una prolongación de la cultura Chavín, debido a la influencia del estilo “Blanco sobre Rojo” en la región. En 1874 Agustín Icaza ordenó excavar una serie de tumbas ubicadas en el terreno que poseía en el distrito de Recuay. Este terreno se denominaba la estancia de Rapish que luego fue rebautizada y es donde se ubica actualmente el pueblo de Cátac. Hacia 1878 se encontraron 160 cerámicas en el ahora llamado sitio arqueológico de Roko Ama. Icaza luego se las vendió a José Mariano Macedo quien las llevó a Europa junto a su colección de más de 2000 artefactos antiguos. En Europa, Macedo vendió la colección a un agente del Museo etnológico de Berlín por 2000 libras esterlinas. En 1881 se exhibieron en París 152 vasijas cerámicas de la colección original de Icaza caracterizadas por la arcilla fina utilizada para la elaboración y las imágenes decoradas con los colores rojo y negro.El estilo Recuay, caracterizado por su cerámica y su litoescultura, fue descrito por Eduard Seler en 1893, sobre la base de ejemplares de cerámica llevados al Museo etnológico de Berlín por Mariano Macedo. Cabe precisar que el área de Recuay está muy cerca del área de la antigua cultura Chavín. Precisamente, el sitio importante de este último, El Templo de Chavín de Huántar, se encuentra justo al oeste. Los Recuay llegaron a ocupar gran parte del territorio de los Chavín y fue influenciado por estos en la arquitectura (por ejemplo, en el uso de galerías subterráneas) y en la cantería, como en la escultura y las estelas. Si bien las culturas costeras peruanas de esa época como la Mochica y la Nazca, son mucho más conocidas, la sierra alta también vio el surgimiento de poderosas organizaciones políticas culturales. Estos eran Cassamarca en el norte, Huarpa en Ayacucho y Pucará en Puno. Cabe precisar que la relación entre Recuay y los Mochicas en el norte debe haber sido bastante tensa porque compartían fronteras y competían por las mismas fuentes de agua. Al respecto, hay evidencia de una guerra considerable por el control del líquido elemento, y de una sociedad orientada a la guerra para defender sus tierras como se refleja en sus edificios fortificados e iconografía. De hecho, Recuay está asociado con la aparición más temprana de centros y pueblos fortificados en los Andes peruanos. La cultura floreció especialmente en la región del Callejón de Huaylas, y a lo largo del río Marañón. También se extendió a los valles de los ríos Santa, Casma y Huarmey. Al norte, llegó a la zona de Pashash, en Pallasca. Precisamente, Willkawayin fue uno de sus asentamientos más importantes. Su principal forma de expresión del arte era por medio del trabajo en piedra (tallado y mampostería), herencia de su antecesora, la cultura Chavín. Además, realizaron esculturas en bultos que representan guerreros con escudos o cabezas-trofeos, con las que ornamentaron sus complejas construcciones arquitectónicas. En efecto, los Recuay son reconocidos por sus trabajos escultóricos realizados en piedra (litoescultura). Estas esculturas consisten en lajas de piedra labrada, en forma de prisma o estatuaria, que se tallaba en alto o bajo relieve o por incisión en la piedra. Representaron guerreros, felinos y serpientes, cabezas humanas, caras y cabezas trofeo, maquetas y copas con pedestal, etc. De ellos, destacan sobre todo los célebres monolitos Recuay, bloques de piedra de forma casi cilíndrica, esculpidos aparentemente para representar a guerreros de rango elevado. Estos tienen la expresión rígida, en posición sentada con las piernas cruzadas y portando una maza, un escudo o una cabeza-trofeo. Otros monolitos representan mujeres con trenzas largas y vestidas con capuchas o mantos. Tuvieron una función arquitectónica ornamental, sirviendo como dinteles o empotrados en los paramentos. Numerosos ejemplos de esta litoescultura fueron recogidos por el padre Augusto Soriano Infante y resguardados en el Museo Regional de Ancash (Huaraz). Otra muestra de la escultura Recuay son las cabezas clavas que representan a hombres y felinos y que nos recuerdan a los de la cultura Chavín, aunque con el sello propio de los Recuay. Pero a pesar de la solidez de sus fortificaciones, la continua lucha con los Mochicas debilitó seriamente a los Recuay, quienes finalmente sucumbieron en el año 700 d.C. ante los Wari, los cuales paradójicamente también conquistaron a sus adversarios y los integraron a su Imperio. Hoy nos quedan como testimonio de su paso por la historia aquellas enigmáticas litoesculturas, mudos testigos de una civilización desaparecida.