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martes, 28 de junio de 2016

UN PERSONAJE QUE DESPIERTA PASIONES ENCONTRADAS: Francisco Pizarro

Para unos fue un genio militar, para otros un aventurero sediento de riquezas que destruyó una civilización. Su nombre: Francisco Pizarro, quien al mando de un grupo de expedicionarios en 1532 dio el tiro de gracia al Imperio de los Incas, debilitada por una sangrienta guerra civil y lo conquisto para España. Sin embargo, su azarosa vida y trágico final así como el misterio de lo que pasó con su cuerpo, ha apasionado a los historiadores españoles quienes tratan de rehabilitar su memoria, deformado por la “leyenda negra” propiciada durante siglos por los enemigos de España, como Inglaterra y Holanda. En efecto, en su último año de vida, Pizarro parecía que iba a gozar al fin de los dulces frutos de sus conquistas. A pesar de los fantasmas que le perseguían a sus 63 años, el extremeño vivía feliz en su recién construido palacio en Lima. Disfrutaba de cierta calma, aplastada la rebelión de su viejo aliado, Diego de Almagro, hasta que la muerte a manos de sus enemigos lo sorprendió en su palacio. El conquistador casi sobrevivió a todo. A la ingrata tierra extremeña, al duro viaje a través del Atlántico y a una lucha para conquistar a los Incas, pero no pudo hacer nada contra la ira de sus propios compatriotas. Cuando Pizarro pensaba que moriría de viejo rodeado de sus hijos, su esposa - una princesa inca - y sus fieles hermanos, junto a los cuales había dado muerte al traidor de Almagro, irrumpieron sorpresivamente los seguidores de este el 26 de junio de 1541, hace 475 años, en su palacio para darle “tantas lanzadas, puñaladas y estocadas que lo acabaron de matar con una de ellas en la garganta”, según la descripción de un cronista. Terminaba así a puñaladas una vida marcada por las armas y las aventuras. Nacido en la localidad de Trujillo (Extremadura), Francisco Pizarro era un hijo de un hidalgo emparentado con Hernán Cortés, que combatió en su juventud junto a las tropas españolas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia. En 1502, se trasladó a América en busca de fortuna y fama, donde oyó historias sobre un rico territorio al sur del continente que los nativos llamaban “Birú” (transformado en “Perú” por los europeos). Francisco Pizarro, de 50 años de edad, decidió unir sus fuerzas con las de Diego de Almagro y con las del clérigo Hernando de Luque para internarse en el sur del continente. Una vez finalizada la conquista del Imperio, las luchas internas entre los partidarios de Almagro y los de Pizarro, que luchaban por delimitar los territorios que pertenecían a cada uno de los bandos, entraron en conflicto armado en 1535. Tras la batalla de Las Salinas, Pizarro logró capturar a Almagro y lo condenó a muerte, siendo ejecutado el 8 de julio de 1538 en la cárcel por estrangulamiento de torniquete y su cadáver decapitado en la Plaza Mayor del Cuzco. Aplastada la revuelta en sus dominios, Francisco Pizarro seguía conservando su vitalidad, jugaba a los bolos y la pelota a diario. A sus 63 años, el extremeño ya era un anciano, un hombre de otro tiempo que disfrutaba mezclándose con el pueblo y observando cómo la ciudad de Lima -fundada por él - crecía un poco más cada día. Y entonces le llegó la muerte. Ante las amenazas que le llegaban de parte de los partidarios de Diego de Almagro el Joven, hijo de su antiguo compañero de armas, Pizarro aumentó la seguridad en su palacio y, tal vez por estos temores, el día de su muerte pidió que se oficiara misa en su residencia. No se equivocaba el extremeño, puesto que los almagristas le esperaban junto a la iglesia para asesinarlo. No obstante, al ver que permaneció en su palacio, el grupo armado se dirigió allí al grito de “Viva el rey, muera el traidor”, provocando una enorme espantada entre los acompañantes del conquistador del Perú, quien virtualmente quedo solo para enfrentarse a sus asesinos. Relata el cronista Pedro Pizarro que “todos los que se hallaban en la salón de banquetes del palacio salieron corriendo, incluso el teniente gobernador Juan Velázquez con su vara de mando en la boca, y que se tiraron por las ventanas para salvar la vida... dejando solos al anciano gobernador, su hermano Martín y dos pajes”. Francisco Pizarro y su hermano Martín murieron a manos del grupo de almagristas. El extremeño a pesar de su avanzada edad, se defendió bravamente y fueron necesarias al menos 20 heridas de espada para acabar con su vida. Tras uno de lo mayores magnicidios de la historia de la Edad Moderna, los agresores obligaron a las autoridades de Lima a nombrar gobernador al asesino Diego de Almagro el Joven y forzaron que Francisco Pizarro fuera enterrado de forma casi clandestina en un patio de la Catedral de Lima. Y precisamente aquí empieza la otra parte del desgraciado ocaso de Pizarro. Como narra la historiadora Carmen Martín Rubio en su obra “Francisco Pizarro: el hombre desconocido” este había dejado escrita su voluntad de ser enterrado en la iglesia mayor de esta Ciudad de los Reyes, en la capilla mayor de la dicha iglesia. Con el paso de las décadas los restos de Pizarro sufrieron distintos traslados hasta que, en 1623, se decidió su definitivo emplazamiento: en la bóveda sepulcral debajo de la capilla mayor de la Catedral de Lima. Allí permanecieron hasta que, en 1881, el cabildo de la ciudad estableció una comisión para exhumar e investigar sus restos como conmemoración del 340 aniversario de su muerte. Sin excesivo rigor, los investigadores hallaron en el lugar una momia que creyeron la de Pizarro y la colocaron en un suntuoso mausoleo para la ocasión situado en la parte derecha de la catedral. Durante más de un siglo esa momia representó al conquistador del Perú y fue objeto de diversos actos de homenaje, sin que nadie sospechara que no se trataba de los restos de Pizarro. Fue el 18 de julio de 1977, durante unos trabajos de remodelación del recinto, se encontraron una caja de plomo y otra de madera. En la de madera se hallaron huesos. Por su parte, en el interior de la de plomo había un cráneo y una inscripción inequívoca: “Aquí está la cabeza del señor marqués Don Francisco Pizarro que descubrió y ganó los reinos de Perú y puso en la real Corona de Castilla”. Se abría el misterio: ¿cuáles eran los auténticos restos de Pizarro? Al no alcanzarse un acuerdo en la comunidad científica sobre a quien pertenecían esos restos recién encontrados, los investigadores decidieron abrir también la urna donde reposaba la momia del supuesto Pizarro. Dos antropólogos forenses procedentes de EE.UU. confirmaron las sospechas: aquella momia no pertenecía al extremeño; en tanto, se procedió a trasladar los restos de las cajas a una capilla ubicada en la parte derecha de la catedral. El solemne traslado no significó el final de la polémica. Distintos historiadores continuaron desconfiando de los procedimientos empleados y exigieron nuevos estudios. Fue así que entre el año 2006 y el 2008 el arqueólogo forense Edwin Raúl Grenwich, de la Universidad de San Marcos, realizó análisis bio-arquiométricos que dieron fin al misterio, identificando los restos como los de un hombre diestro, robusto, de 1,74 centímetros, y que al fallecer tenía entre 50 y 68 años en el momento de su muerte, confirmando que se trataba del conquistador del Perú. Pizarro al fin puede descansar en paz :)
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