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martes, 10 de enero de 2023

CRÓNICAS DEL HORROR: De Vilcashuamán a Lucanamarca

A raíz de la ignominiosa caída del régimen filosenderista de Pedro Castillo el pasado 7 de diciembre, hay quienes me han preguntado si esta serie iba a continuar y es obvio que si, ahora con mayor razón al ver la asonada terrorista que ha estallado en el país andino, por parte de quienes como fieles herederos de Sendero Luminoso, utilizan sus mismos métodos sanguinarios para tratar de imponerse por medio de la violencia, pero volverán a fracasar miserablemente. Como recordareis en capítulos anteriores, debido al asalto de la cárcel de Ayacucho en marzo de 1982 por parte de los terroristas para liberar a sus secuaces, que dejo como saldo decenas de muertos, y luego de rechazar el ultimátum de 72 horas dado por Belaunde Terry para que depusiera las armas, a este - muy a su pesar - no le quedo otra opción que entregar a las FF.AA. el control de la zona de emergencia de Ayacucho. Y la respuesta de Sendero fue feroz. Es precisamente a raíz de este asalto, que se constituyo la «1era Compañía» militar senderista. En los meses siguientes se multiplicaron los ataques a puestos policiales, primero en capitales distritales alejadas pero luego en pueblos importantes como Vilcashuamán, realizado el 22 de agosto de 1982. Capital de la provincia de Vilcashuamán perteneciente al departamento de Ayacucho, Vilcashuamán (en quechua: Willkawaman; 'halcón sagrado') está situada a una altitud de 3.490 msnm en la vertiente oriental de la Cordillera de los Andes. Ubicada sobre un antiguo sitio arqueológico, Vilcashuamán fue un centro administrativo de los Incas, establecido luego de que estos conquistaran a los chancas y a los pocras. Según los cronistas, debió albergar a unas 40.000 personas. La ciudad estaba conformada por una gran plaza en la que se realizaban ceremonias con sacrificios, alrededor de ésta se encuentran los dos edificios más importantes: el Templo del Sol y el Ushnu, los cuales perduran hasta la actualidad. Se cree que la ciudad tenía la forma de un halcón en cuya conformación el Ushnu ocuparía el lugar de la cabeza. El ataque senderista duró 5 horas y se concentró en el puesto de la Guardia Civil de la localidad. El saldo de fallecidos fue de siete policías y aproximadamente una treintena de senderistas. Fue considerada una de las acciones armadas más exitosas del grupo subversivo. Meses antes, el 1 de abril, Belaunde acudió a Vilcashuamán para infundir ánimos a una población atemorizada ante un inminente ataque senderista. Días antes se habían reportado movimientos y luces en los cerros aledaños, y se esperaba una incursión de unos 50 subversivos. La mañana del 22 de agosto de 1982, un grupo entre 50 y 60 senderistas sorprendió a los guardias civiles del puesto policial de Vilcashuamán. Para el ataque fueron utilizados fusiles y ametralladoras, además de granadas artesanales. Los policías pidieron refuerzos sin éxito; algunos lograron escapar. (Cabe precisar que entre los atacantes se encontraba Víctor Quispe Palomino - alias Camarada José - quien tras la captura de Abimael Guzmán en 1992, desconoció el Acuerdo de Paz firmado por este en prisión y se convirtió en cabecilla de los remanentes de SL en el VRAEM, con fuertes vínculos con el narcotráfico). Una vez tomada la plaza, los senderistas capturaron a los policías restantes, e iniciaron un mitin en la plaza de armas de la localidad, donde realizaron arengas a favor del presidente Gonzalo, la guerra popular y la República Popular de Nueva Democracia; además, repartieron víveres saqueados entre los espectadores. Finalmente, los atacantes abandonaron la localidad en dos camiones tomando de rehenes a los policías capturados, a quienes abandonaron a las pocas horas. La acción terrorista tuvo como saldo la muerte de siete guardias civiles y de un número indeterminado de senderistas, que se ha calculado en una treintena. A pesar de ello, la propaganda senderista lo considero “un gran triunfo” multiplicando sus acciones criminales en el país. Uno de los que causo gran conmoción ocurrió el 26 de enero de 1983 cuando un grupo de periodistas provenientes de Lima, fueron capturados, torturados y brutalmente asesinados por integrantes de la comunidad campesina de Uchuraccay, hecho del cual se vanaglorio posteriormente Sendero, al señalarlos como “informantes del Ejército”. Pero lo peor aún estaba por llegar. Cabe recordar que Guzmán, el genocida más grande de los últimos tiempos, sostuvo en más de una oportunidad en diálogos sostenidos con sus captores, que “los derechos humanos se basan en la concepción burguesa del mundo que se centra en el individuo, y que concibe la humanidad como una familia para negar la lucha de clases”. ¿Libertad para quien nunca reco¬noció los derechos humanos? Para Guzmán la violencia y el terror tienen valor ético, es por eso que las atrocidades cometidas por la banda maoísta eran una especie de “justicia popular” que no respetó niños, mujeres y ancianos. En efecto, la madrugada del 3 de abril de 1983, una horda de aproximadamente de cien terroristas de SL incursionaron en la localidad de Lucanamarca, Ayacucho, y asesinaron con crueldad y sadismo a machetazos a unos ochenta comuneros en lo que fue una verdadera orgía de sangre. Lo primero que hicieron fue identifi¬car a los ronderos, que habían sido organizados por el desaparecido dirigente aprista Alberto Valencia Cárdenas y adiestrados por el Ejército, para luego acuchillarlos y desmembrar sus cuerpos. Prosiguieron con el resto de la población; muchos no murieron inmediatamente por lo que fueron acribillados a tiros o les rompieron sus cráneos a pedradas “para ahorrar municiones”. En el cuartel “Los Cabitos” de Huamanga, Julio Tito Quispe, uno de los pocos que logró huir, narró con lágrimas en los ojos que a Zoraida, su esposa embarazada, una mujer terrorista ordenó colgarla de un árbol para luego abrirle el vientre y extraerle el feto el cual fue lanzado para que lo devoraran los perros. “A mí me cortaron una oreja y el cuello, felizmente no morí. Vi cómo dos mujeres con blue jeans mataban a siete niños que lloraban reclamando a sus padres. Me creyeron muerto y se fueron”, dijo tras agregar que a 42 campesinos fueron degollados y que a su anciana madre la tiraron al suelo y le clavaron una barreta. Esta masacre fue difundida por todos los medios de comunicación, pero como era de esperar ningún organismo “de derechos humanos” alzó su voz de protesta ante semejantes atrocidades. Amnistía Internacional, American Watch y la Comisión Andina de Ju¬ristas de Diego García Sayán guardaron absoluto silencio, demostrando una vez más, su complicidad con los asesinos. Sólo en el Parlamento algunas voces expresaron su preocupación. Por cierto, en la famosa “Entrevista del Siglo” publicada por El Diario, vocero oficial de SL, Guzmán, refiriéndose a la masacre de Lucanamarca, señaló: “frente al uso de mesnadas (ronderos) y la acción militar reaccionaria, le respondimos contundentemente con una acción: Lucanamarca. Ni ellos ni nosotros la olvidamos. Claro que ahí vieron una respuesta que no se imaginaron. Ahí fueron aniquilados más de 80. Eso es real, y le decimos, ahí hubo excesos, pero toda cosa en la vida tiene dos aspectos: nuestro problema era un golpe contundente para sofrenarlos, para hacerlos comprender que la cosa no era tan fácil. La propia Dirección Central planificó la acción…” Así entonces, Guzmán reconoció el genocidio que él y su cúpula criminal planificaron contra campesinos inocentes ajenos totalmente a la guerra antisubversiva. Posteriormente, en conversaciones que tuvo tras su captura con Vladimiro Montesinos y otros estrategas militares, sin temblarle la voz y con sangre fría, este despreciable asesino (a quien Castillo considera “su guía y mentor”) volvió a reconocer la autoría de la matanza que sacudió a todos los peruanos. “No hay una revolución auténtica que no atraviese el río de sangre”, repitió una y mil veces cuando tuvo delante de él a psicólogos y sociólogos del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), demostrando que siempre actuó con absoluta frialdad y desprecio por la vida humana. Sin embargo, las bestialidades cometidas por las hordas asesinas a su mando no quedaron allí, ya que el beño de sangre recién estaba empezando, pero antes y aprovechando las circunstancias, debemos ocuparnos de un siniestro personaje de corta vida y sangriento final, cuya temprana desaparición la convirtió en un mito senderista. (Próximo capítulo: Edith Lagos, el icono de la muerte)
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