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martes, 26 de enero de 2021

EL MARMOL DE CARVAJAL: Aquel infame recordatorio del pasado

En algún rincón de los depósitos municipales de Lima, tal vez olvidado, debe encontrarse el llamado Mármol de Carvajal, que recordaba a modo de advertencia la rebelión que contra la autoridad del Rey de España promovió Francisco de Carvajal, maestro de campo, consejero y brazo derecho de Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, el fundador de Lima, y que fuera retirado como secuela de la proclamación de la Independencia del Perú. El famoso mármol estuvo colocado en el solar que perteneció al llamado Demonio de los Andes, en la esquina de la avenida Emancipación y el jirón Camaná, donde se levanta el edificio que hoy ocupa el Ministerio de la Mujer, y años antes fuera sede del Banco de la Vivienda. Fue el primer presidente José de la Riva Agüero quien solicitó al ayuntamiento el retiro de dicha lápida, por considerar que era un objeto difamatorio destinado a recordar la pena que sufriera en su persona, honra y bienes quien se rebeló contra la autoridad del rey y concibió la idea de independizar al Perú de España. Una vez conseguido este objetivo, no cabía mantener una placa que condenaba un acto de insurrección contra la Corona, que las autoridades españolas consideraron una traición. Tras ser retirada la lápida y llevarla a los salones consistoriales - según consta en el expediente ‘Cuenta documentada de gastos efectuados por el Ayuntamiento de Lima en las celebraciones de la Independencia’ - se desconoce su paradero final, aunque si bien Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas afirma haberla visto incrustada en una de las paredes del Salón de la Biblioteca Nacional del cual fue su director, actualmente no hay noticias de su paradero. Quizás desapareció con el incendio que sufrió el edificio en 1943 y que la redujo a escombros. Se sabe que el mármol fue colocado inicialmente por orden del pacificador Pedro de La Gasca, el 10 de abril de 1548, luego de la derrota y decapitación de Gonzalo Pizarro y el ahorcamiento de Carvajal, tras la batalla de Jaquijahuana, ocurrida dos días antes. Robado por sus partidarios al poco tiempo, fue repuesto por el virrey Pedro de Toledo, en 1645. Vuelto a desaparecer, fue colocado por tercera y última vez en 1617 por el virrey Francisco de Borja, manteniéndose en el lugar hasta la Independencia. Cabe recordar que Francisco de Carvajal, quien llegó con Pizarro a Lima con más de 70 años a cuestas, fue hijo natural del aventurero italiano César Borgia, hijo del papa Alejandro VI; Estuvo unos años sirviendo en los temidos Tercios Españoles, esas tropas que eran la pesadilla de Europa. Así, estuvo presente en las batallas de Ravena (1512) y Pavia (1525) como en el saqueo de Roma en 1527. Llegado al Perú, destacó en los primeros años de la conquista por su temeridad, audacia y un desprecio solemne de la vida convirtiéndose en un enemigo declarado de los almagristas, y se le atribuye la muerte de no menos de 300 hombres por su propia mano, incluso del propio Diego de Almagro, a quien hizo decapitar en el Cuzco sin consultarlo con Francisco Pizarro. El cronista Agustín de Zárate refiere que se ganó el apodo de Demonio de los Andes durante la campaña contra los realistas por su fama de “mala y cruel condición, que por cualquier sospecha mataba a quien le parecía que no le estaba muy sujeto”. Cuando Gonzalo Pizarro se rebeló contra la Corona de España, en la persona del primer virrey Blasco Núñez de Vela a quien hizo decapitar en el campo de batalla tras su derrota en Iñaquito, proclamándose Gobernador del Perú, el Demonio de los Andes, ya octogenario en ese entonces y dueño de una sabia elocuencia, le aconsejó declararse rey de estas tierras “conquistada por vuestras armas y las de vuestros hermanos. Harto mejor son vuestros títulos que el de los reyes de España. Los gobiernos que creó la fuerza, el tiempo los hace legítimos. Reinad y seréis honrado”, remataba sabiamente. Pero Gonzalo se negó a aceptar su sugerencia y por el contrario busco reconciliarse con sus adversarios, quienes rechazaron su oferta, quienes lo declararon traidor. La suerte estaba echada. Vencidos ambos, fueron condenados a muerte en el propio campo de batalla, tal como ellos hicieron con el primer Virrey. La Gasca ordenó enviar sus cabezas a Lima para ser exhibidas en la picota de la Plaza Mayor. Al mismo tiempo, dispuso confiscar sus bienes, derribar sus propiedades y sembrar sal sobre ellas, para que no crecieran plantas; y colocar en cada lugar sendas placas. En la casa de Pizarro en el Cuzco se colocó una piedra negra con la inscripción: “Por haber sido traidor a la corona real de España”. Lo mismo se hizo con su solar en Lima, en el lugar que hoy ocupa la Municipalidad de Lima. De aquí desapareció muy pronto. En cambio, en el solar de Carvajal, en la calle llamada desde entonces la del Mármol de Carvajal (tercera cuadra de Emancipación), la placa consignaba, entre otras cosas, su condición de “… aleve y traidor a su rey y a su señor natural”. Así se mantuvo, como hemos dicho, hasta su retiro definitivo tras la Independencia, como una especie de reparación póstuma a su memoria. Su recuperación y exhibición pública en uno de los museos contribuiría a las generaciones de hoy a esclarecer algunos aspectos pocos conocidos de la historia del Perú :)
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