Traicionada por los mismos sectores que la auparon al poder un 7 de diciembre del 2022, como consecuencia de la ignominiosa caída del régimen filosenderista del delincuente terrorista Pedro Castillo (hoy en la cárcel por golpista y ladrón), la señora Dina Boluarte fue vacada por el Congreso la madrugada de este viernes y reemplazada por el Pdte. del Congreso José Jerí Ore, cuyo breve mandato de 9 meses, quizá sea más corto de lo que cree, ya que sectores de la izquierda terrorista y los parásitos caviares ya han anunciado una serie de violentas protestas para provocar su salida, intentando reeditar lo sucedido con Manuel Merino, quien como recordareis, sucedió al lagarto Martin Vizcarra, pero no duro ni una semana en el cargo, renunciando cobardemente tras la muerte de dos terroristas durante la asonada senderista que se originó en aquel entonces, siendo reemplazado por el conocido admirador de terroristas Francisco Sagasti, el cual se encargó de digitar las elecciones que posibilito mediante el fraude, el “triunfo” del analfabeto Pedro Castillo, aquel oscuro individuo de limitado lenguaje y nula inteligencia que cogobernó abiertamente de la mano con Sendero Luminoso. Hoy se pretende reeditar aquel oscuro escenario, arrastrando al país andino a un periodo de incertidumbre total sobre su futuro a pocos meses de las elecciones generales programadas para abril del 2026. Y todo por el cálculo político de aquellos sectores irresponsables que vacaron a Boluarte, quienes ilusamente creen que así van a ganar votos cuando muchos los ven como quienes la sostuvieron en el Poder - blindándola de todos los ataques orquestados de la prensa basura - y hoy Jerí es visto solo la continuación de aquello, por lo que su mantenimiento en el cargo se ve incierto. Estamos asistiendo así, al suicidio de un país. Como sabéis, el Congreso del Perú aprobó la madrugada de este viernes una moción de vacancia contra la presidenta Dina Boluarte por “permanente incapacidad moral” en medio de una ola de inseguridad que azota el país andino. El Pleno del Congreso decidió proceder con la vacancia tras aprobar, con 122 votos a favor, las cuatro mociones presentadas por distintos partidos políticos. Por cierto, Boluarte se negó a asistir al Congreso, luego de que su abogado Juan Carlos Portugal, cuestionara el proceso parlamentario, alegando que el plazo de preparación de la defensa no cumple con las exigencias mínimas y esenciales. "Cincuenta minutos entre la notificación y la hora de audiencia, es, en paridad, sencillamente violatorio a cualquier procedimiento", escribió en su cuenta de X. Entretanto, Jerí, se dirigió al país tras asumir el cargo presidencial. "Pueblo peruano, hoy asumo con humildad la Presidencia de la República por sucesión constitucional para instalar y dirigir un gobierno de transición, de empatía y de reconciliación nacional de amplia base", fueron las primeras palabras de quien se espera que permanezca al frente del país hasta el 26 de julio del 2026. En ese sentido llamó a construir juntos una serie de acuerdos mínimos, “en medio de la crisis política constante que atraviesa el país, con Gobiernos que no terminan su mandato, instituciones debilitadas y una ciudadanía cansada, todo ello en medio de una aguda ola de criminalidad. Tenemos que tomar acciones inmediatas. El mal que nos aqueja en este momento es la inseguridad ciudadana, las bandas criminales, las organizaciones criminales. Ellos son el día de hoy nuestros enemigos y como enemigos debemos declarar la guerra a la delincuencia”, expresó, llamando a las instituciones del Estado a comprometerse con la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas para ganar esa batalla. Finalmente, se comprometió a "garantizar con transparencia la legalidad y la neutralidad del proceso electoral" que habrá de conducir a la elección de un próximo gobierno constitucional. Con apenas 38 años y un historial cargado de denuncias, Jerí asumió la presidencia de la República tras la vacancia de Boluarte, pero su permanencia está en entredicho. Su carrera ha sido tan vertiginosa como polémica: ingresó al Congreso de manera accesoria, se convirtió en titular de la Comisión de Presupuesto, fue elegido presidente del Legislativo en julio pasado, y hoy aterriza en Palacio de Gobierno con un prontuario de denuncias, acusaciones archivadas y controversias que lo persiguen desde antes de llegar al poder. Nacido en Lima el 13 de noviembre de 1986, Jerí se formó en la Universidad Nacional Federico Villarreal y en la Inca Garcilaso de la Vega, donde estudió Derecho. Desde los años universitarios militó en Somos Perú, el partido fundado por el fallecido alcalde Alberto Andrade, en el que ocupó cargos de dirigencia juvenil. Su salto político vino de la mano de la casualidad institucional: asumió la curul en reemplazo del inhabilitado lagarto Martín Vizcarra, quien no pudo jurar como congresista en el 2021. Desde entonces, Jerí intentó construir un perfil moderado, pero su gestión pronto quedó marcada por los excesos de la política de transacción. Como presidente de la Comisión de Presupuesto (2023-2024), Jerí cultivó relaciones con alcaldes, gobernadores y empresarios del rubro de obras públicas, redes que - según fuentes parlamentarias - le permitieron tejer el bloque que lo catapultó a la presidencia del Congreso el 26 de julio del 2025 con 79 votos y apoyo transversal de bancadas de derecha y centro. Ese consenso, que se explicaba más por conveniencia que por ideología, lo convirtió en el hombre de los acuerdos prácticos en un Parlamento fragmentado. Pero el nuevo presidente no llega libre de controversias. En enero del 2025 fue denunciado por una mujer que lo acusó de violación sexual tras una reunión de Año Nuevo en Canta. El caso derivó en medidas de protección judicial, y un informe psicológico que hablaba de “impulsividad y conducta sexual patológica”. Jerí negó los cargos y los calificó de “maniobra política”. En agosto del 2025, la Fiscalía Suprema archivó la investigación, pero el episodio dejó una marca imborrable que ya está siendo utilizado por sus enemigos. Durante su paso por Presupuesto, una empresaria lo señaló además por presuntos cobros irregulares - una soborno de 150 mil soles - para favorecer proyectos regionales. La denuncia nunca prosperó judicialmente, pero la bancada Alianza para el Progreso (APP) exigió explicaciones y pidió levantar su secreto bancario. Como podéis imaginar, Jerí negó los hechos y los atribuyó a “una operación mediática”, aunque el episodio fortaleció su fama de operador tras las sombras. También enfrenta una investigación por desobediencia a la autoridad por presunto incumplimiento de medidas judiciales derivadas del caso civil de Canta. Pese a ello, sus aliados del Congreso lo blindaron, argumentando que “ninguna de las causas había concluido con condena”. Hace pocas horas, un semanario local dio cuenta de un sospechoso y millonario cambio en la contratación de los seguros médicos para trabajadores del Congreso. Esa historia que lo involucra recién empieza. En el hemiciclo, Jerí se ha caracterizado por un discurso formalmente institucionalista, pero de fondo transaccional. Su elección como presidente del Congreso fue posible gracias al voto conjunto de Fuerza Popular, APP, Acción Popular, Avanza País, Perú Libre y Somos Perú, una coalición impensable en otro contexto. Esa transversalidad pragmática lo convirtió en el vehículo perfecto de las bancadas que hoy controlan el Parlamento y que prefieren un presidente manejable a uno confrontacional. Si algo une a los últimos jefes de Estado del Perú es la falta de legitimidad de origen. Jerí asume con ese mismo lastre, agravado por sus antecedentes judiciales y la percepción pública de que el Parlamento ha cerrado filas para controlar el Ejecutivo. Su primera tarea será formar un gabinete que ofrezca estabilidad y continuidad institucional, pero las bancadas que lo llevaron al poder ya preparan su cuota, tal como hicieron con Boluarte, quien, sin partido propio, se sometió a los caprichos de sus “socios” quienes la utilizaron cuanto quisieron y luego la desecharon cuando ya no les servía y era un lastre para sus aspiraciones electorales del próximo año, (si es que aun los tienen). En cuanto a Jerí, fuentes del Congreso anticipan que su gabinete podría mantener el tono conservador de Boluarte, con figuras provenientes de APP y Fuerza Popular en carteras clave como Economía e Interior. Por cierto. con la llegada de Jerí a Palacio, el Perú suma su octavo presidente en menos de una década. De esta manera, el país se encamina a un nuevo interregno, gobernado por un Congreso que devora a sus propios aliados, y encabezado por un mandatario cuyo principal activo no es el respaldo popular, sino la aritmética parlamentaria. A sus 38 años, Jerí encarna la paradoja de la política peruana: un presidente sin votos, sin partido sólido y con causas pendientes, llamado a encabezar un gobierno transitorio que podría durar menos de un año. Su destino dependerá menos de su discurso que de su capacidad para sobrevivir a los mismos que lo pusieron ahí, y que tal como hicieron con Boluarte, no dudaran en deshacerse de el para “desmarcarse” del Gobierno y aparentar ser “opositores” a medida que se acerque el día de las elecciones para que no los salpique su desgaste. Una tarea algo imposible (Por lo visto, a la mafia caviar no le ha gustado para nada que Jerí sea el nuevo Presidente del país, y especialmente porque su némesis y enemigo jurado Fernando Rospigliosi – conocido por promover y lograr la aprobación de leyes de amnistía a favor de los integrantes de las FFAA y la PNP que lucharon contra el terrorismo homicida en la década de los 90 - sea ahora quien está al frente del Congreso, por lo que, fuera si, ya anuncian una asonada terrorista este 15 de octubre .... Pobres diablos ¿a qué no querían que se vaya Dina? así sucedió, pero lo que no esperaban es tener al fujimorista bien metido adentro. Sigan llorando malditos, vomitando bilis y votando espuma por la boca, que su derrota ha sido total)
Curioso país el Perú, donde los perdedores son considerados ‘héroes’ y le levantan monumentos a su derrota. En efecto, imaginen un país que sufrió una catastrófica derrota militar, que significo el saqueo de su capital y la perdida de territorios cedidos al vencedor a cambio de la paz. Imaginen que esa provoca una crisis nacional que lo postra durante décadas e incluso, según muchos autores, lo puso en riesgo de desaparecer. Imaginen que - paradójicamente - ese país declara feriado la fecha y cada año la recuerda con orgullo a los vencidos. Ese país es el Perú. Esa es su peculiar relación con uno de los episodios más decisivos y trágicos de su pasado: el combate naval de Angamos del 8 de octubre de 1879, en el que el buque Huáscar, comandado por el almirante Miguel Grau Seminario, sucumbió al fuego de un grupo de naves chilenas liderado por las fragatas Blanco Encalada y Almirante Cochrane, donde Grau perdió la vida con su cuerpo volando por los aires y despedazado por una bomba - y del cual solo se pudo encontrar una pierna - mientras que el Huáscar, capturado, paso desde entonces a ser un preciado trofeo de guerra para el enemigo. Una derrota clamorosa y fulminante en todo el sentido de la palabra, sí, pero mucho más que ello. Porque hay maneras y maneras de perder, y los peruanos como - buenos perdedores que son - todavía se enorgullecen de aquel desastre en Angamos. Como sabéis, en la primavera de 1879 había estallado una guerra entre Bolivia y Chile por la explotación del salitre de la región de Antofagasta. El salitre es un mineral que vivió un auge a finales del siglo XIX por su amplio uso en la industria de la época. Perú, que había firmado una alianza con Bolivia, se vio arrastrado al conflicto con los chilenos. Fue la denominada Guerra del Pacífico (1879-1884). La superioridad militar de Chile era notoria, pero no había logrado imponerla en el mar, lo que dificultaba sus planes de desembarcar y desplegar tropas en los territorios ricos en el apreciado salitre que se disputaba con sus vecinos. Un hombre, el almirante Miguel Grau, y un barco, el monitor Huáscar, habían sido la causa principal. Desarrollando una audaz táctica de guerrilla, Grau, conocido como "el caballero de los mares", había sacado el máximo rendimiento a su monitor, un barco de guerra blindado típico de la guerra naval de entonces, y logrado mantener a raya a la superior armada chilena. Avezado y experimentado hombre de mar, evitaba el enfrentamiento directo y castigaba sus objetivos en apariciones inesperadas y fulgurantes tras las que se retiraba rápidamente. Sus certeras incursiones dejaban en mal lugar al gobierno y al alto mando militar enemigo que pusieron precio a su cabeza. Capturar al Huáscar se había convertido en la obsesión de los estrategas chilenos. La oportunidad se presentó finalmente en la mañana del 8 de octubre de 1879 en las aguas de Punta Angamos, en lo que entonces era el litoral boliviano. Ese día, tras tenderle una emboscada, los barcos chilenos lograron por fin dar caza al Huáscar y al barco que lo acompañaba en sus correrías, la fragata Unión. Sabedor de que no podía escapar, pero sí resistir para facilitar la huida de la Unión, Grau combatió hasta que el impacto de un proyectil lo hizo pedazos. Según los relatos de la época, del Caballero de los Mares no quedó más que una pierna ensangrentada, la que hoy reposa en el Panteón de los Héroes del Cementerio Presbítero Maestro de Lima. Desde un primer momento quedó clara la trascendencia que para el devenir de la contienda tuvieron la derrota de Angamos y la neutralización del Huáscar. Chile obtenía vía libre para avanzar y golpear a su vecino del norte. A las pocas semanas, el cronista del The New York Times que informó de la batalla acertó al vaticinar que "el 8 de octubre de 1879 figurará siempre en los Anales peruanos como un glorioso, pero al mismo tiempo desastroso aniversario". Imbuido de la visión romántica de la guerra propia del siglo XIX, el corresponsal celebraba que "el contraalmirante Grau, junto con la mayor parte de sus hombres y oficiales, murió como deben hacerlo los hombres, al pie del cañón". Si Bolivia lleva desde entonces reclamando, incluso en los tribunales internacionales, que se le restituya la salida al mar que perdió en la contienda, Perú también sufrió graves consecuencias. En 1881 tropas chilenas ocuparon y saquearon Lima, mientras el país vio como la región de Tarapacá y la provincia de Arica se incorporaban definitivamente a Chile. Al respecto, Max Hernández, fundador de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis y autor de un estudio sobre la memoria histórica peruana, afirmó: "La derrota fue terrible y en Perú quedó una herida muy grande de la que nos llevó mucho tiempo reponernos." Para el historiador Cristóbal Aljovín, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, "la derrota en la guerra con Chile fue un trauma porque supuso reconocer que Perú, que en la época colonial había sido más importante que Chile, dejaba de ser el país clave en el Pacífico Sur". Es entonces cuando arraiga un fuerte sentimiento antichileno en gran parte de la sociedad peruana y Perú se ve sumido en una etapa de inestabilidad y atraso que, según algunos, llegó a poner en cuestión su propia viabilidad como país. ¿Por qué entonces conmemorar lo acaecido en Angamos cada 8 de octubre con un feriado nacional? Como sucedió en España en 1898 tras la pérdida de las últimas posesiones ultramarinas de su imperio, en los círculos intelectuales y políticos peruanos se instaló la idea de que su país había fracasado y vivía una decadencia irreversible. El ejemplo de Grau y otros hombres de guerra actuaron entonces como una suerte de asidero moral. "En Perú no conmemoramos Angamos, conmemoramos a Grau", responde Hernández. Según él, "la sola idea de Perú hubiera perecido sin el ejemplo de Grau, porque la idea de la patria es mucho más difícil de mantener en la derrota". Como ponen de manifiesto los centenares de plazas, calles y monumentos que se les han dedicado en todo el país, Miguel Grau y Francisco Bolognesi - aquel coronel que murió en la batalla de Arica - son los dos grandes héroes nacionales, ambos forjados a base de dignidad en la derrota. Si de Bolognesi, el militar que prefirió pelear "hasta quemar el último cartucho" en la defensa de Arica, los peruanos admiran su coraje y determinación, la figura de Grau presenta además otras aristas que explican por qué fue elegido "el peruano del milenio" asevero. Por su parte, Michel Laguerre, jefe del Archivo Histórico de la Marina de Guerra del Perú, dijo que Grau "fue un marino extremadamente audaz y tenaz que logró durante mucho tiempo contener a un enemigo superior a base de ingenio, por lo que se le reconoce no solo en Perú, sino también en Chile y Bolivia". Efectivamente, los historiadores coinciden en que las correrías de Grau mantuvieron en los primeros meses de la guerra la ilusión de una victoria peruana. Pero, tanto como a su genio náutico, el reconocimiento a Grau se debe a su caballerosidad en la victoria. Sus biografías repiten el episodio en el que, tras hundir la fragata chilena Esmeralda en la batalla de Iquique, en mayo de 1879, dio orden de rescatar a los supervivientes que habían caído al mar, en vez de ametrallarlos como hacían los chilenos. También dispuso el envío a la viuda del capitán de la Esmeralda, Arturo Prat, de una sentida carta de condolencias acompañada de las pertenencias de su marido. Fueron actuaciones como esta las que le ganaron el sobrenombre de "caballero de los mares". Por cierto, los chilenos también tuvieron su héroe en aquella guerra, precisamente el mencionado capitán Prat, un veterano de la guerra de 1865 contra España, a la que peruanos y chilenos combatieron juntos entonces, que se convertiría en protagonista de la lucha contra sus antiguos aliados en años posteriores. Según los manuales que desde entonces estudian los escolares chilenos y recuerdan centenares de placas en todas las estatuas que lo recuerdan en su país, Prat prefirió morir combatiendo en la batalla de Iquique del 21 de mayo de 1879 antes que rendir su nave precisamente a Grau. Desde entonces, cada año se conmemora la fecha como una de las "glorias navales" de la Armada chilena y sus compatriotas reconocen en Prat las mismas virtudes de arrojo y sacrificio que los peruanos admiran en su adversario. Son retratos paralelos. La muerte de Prat en Iquique es una de las razones por las que en Chile se celebra cada año en esa fecha el Día de las Glorias Navales, que incluye un desfile militar al que acude el presidente de la República en el Monumento a la Marina Nacional de Valparaíso. En el último, el presidente Gabriel Boric recordó el ejemplo de Prat y los otros caídos del Esmeralda: "Nos recuerda los valores que tiene nuestra patria, la lealtad, el coraje, la humildad, la hidalguía y son cosas que hoy tienen plena vigencia". El historiador chileno Rafael Sagredo, último ganador del Premio Nacional de Historia de Chile, dijo que "ya en la época la figura de Prat, como un hombre que se había sacrificado por la República, se utilizó para construir la unidad de los chilenos en torno a la guerra". El Chile que emergió de la contienda sería muy diferente, un país fortalecido por los ingresos del salitre, con los que pudo llevar a cabo grandes inversiones y una modernización general. Sagredo explica que "el desenlace de la guerra y el desarrollo de los años posteriores instalaron en Chile una cierta visión de superioridad respecto a sus vecinos". El paso del tiempo ha ido difuminando tanto en Chile como en Perú el recuerdo de todo lo que significó la guerra y cambiando el relato que se hace de ella. Cristóbal Aljovín afirma que "en las generaciones más jóvenes se ha perdido algo del patriotismo de la guerra, también por cómo se enseña ahora la historia en las escuelas". Lejos queda ya el espíritu de 1924, cuando el dictador Augusto Leguía decretó que cada 8 de octubre se guardaran dos minutos de silencio en todo el país en memoria de Grau y los otros héroes de Angamos, y que en las escuelas peruanas se dictaran lecciones sobre el gran almirante. Y en los últimos años algunas voces han destacado algunos aspectos más cuestionables de su biografía, como el hecho de que fuera uno de esos militares del XIX que con su constante participación política impidieron el despliegue de un verdadero gobierno civil en la joven república peruana. Estudios publicados en los últimos años se han centrado además en el papel jugado por los indígenas peruanos que fueron enviados a combatir contra el ocupante chileno en una guerra que les resultaba ajena. Pero si en Perú la Guerra sigue siendo objeto de interés para los investigadores, en Chile ese interés ha decaído. Sagredo indica que "quizá hay un cierto complejo por haber sido los vencedores, y mientras en Perú se siguen publicando libros sobre el tema, ningún historiador chileno ha producido una obra relevante en los últimos años". Según el historiador, eso se refleja en que la celebración institucional de la batalla de Iquique tiene cada vez un tono "más deslucido". También parece haberse impuesto una mirada más crítica. Pablo Artaza, director del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile, señaló que "en realidad, la heroicidad de Prat debe ser puesta a prueba, ya que fue levantada por la historiografía tradicional y el mando militar", y "sirvió para evitar la crítica interna dentro de un contexto bélico". Artaza señala que el tono nacionalista en torno a la Guerra del Pacífico fue constante durante el gobierno militar del general Augusto Pinochet (1973-1990) y durante los años finales de la década de 1980, cuando Chile recibió a muchos inmigrantes peruanos, volvió a repetirse la idea de la ‘superioridad’ chilena. "Pero con la llegada de la democracia, se impuso una visión más crítica y menos nacionalista, e incluso se empieza a hablar de que aquello no fue más que una guerra de élite para lograr una expansión del estado nacional chileno", indica Artaza. Es así como cada 8 de octubre, Perú vuelve a rendir homenaje a Grau y a recordar el combate de Angamos, aunque su significado haya cambiado mucho desde que los peruanos convirtieron al almirante en su gran héroe.