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sábado, 14 de diciembre de 2019

ARGENTINA: La herencia de un desastre

Venga ya, podría parecer banal y hay quienes tratan de olvidarlo: ‘gracias’ a las políticas neoliberales seguidas por Mauricio Macri que la han precipitado al abismo, ahora la Argentina es un país arruinado, un país que tiene más del 40 por ciento de su población bajo la línea de pobreza. Increíble lo que ese miserable hizo con un país considerado como el mas culto, elegante y sofisticado de América Latina y con Buenos Aires, llamada con justa razón como la París del nuevo mundo por su estilo europeo. Ahora, dos de cada cinco argentinos son pobres; tres de cada cinco chicos argentinos pasan hambre; uno de cada diez argentinos no tiene que comer. Es justo reconocer que siempre los hubieron, pero no en la cantidad de ahora. Como recordareis, el día en que ese impresentable sujeto asumió el cargo, hace exactamente cuatro años, prometió ‘reducirla’ y pidió que lo juzgaran por cuánto reducía la cantidad de pobres al finalizar su periodo. El balance es preciso: hoy hay cinco millones más que entonces. Semejante catástrofe social pudo producir cualquier efecto. En un continente en llamas - Chile es un trágico ejemplo de ello - es casi milagroso que uno de sus países más inflamables no se haya incendiado. Lo salvó la cercanía de unas elecciones que permitían enfocar las expectativas en una dirección precisa - que para eso, finalmente, sirven estos actos - votando a favor de quienes prometieron acabar con ese drama que los agobia, eligiendo a quien representaba una opción política que hace cuatro años con Cristina Fernández de Kirchner había dejado al país en una mejor situación y que hoy se presentaba a las urnas, esta vez con Alberto Fernández a la cabeza con Cristina en la vicepresidencia, una hábil jugada que desconcertó a los macristas que no se esperaban aquello, no pudiendo reaccionar a tiempo para tratar de impedir su triunfo, ocupados como estaban hasta ese momento en anatemizar por medio de un infames y vomitivas campañas mediáticas a la ex presidenta - incluso mediante juicios amañados por una justicia corrupta al servicio del gobierno - convencidos como estaban que ella seria la candidata. Pero les salio mal la jugada y su derrota fue clamorosa. No debe sorprendernos por ello que ante la corrupción macrista que entrego al país a la voracidad del FMI, millones de argentinos votaron por el retorno del kirchnerismo al poder, recordando sin duda los tiempos en que esa amenaza había sido extirpada de raíz con el pago total de la Deuda Externa y que solo volvieron a mostrar su horrible cabeza con la llegada de Macri a la Casa Rosada que endeudo al país hasta limites inimaginables. Por ese motivo, los argentinos eligieron a la formula liderada por Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner - los cuales por cierto, no son parientes - quienes ahora tienen un gran reto por delante como es sacar adelante al país del desastre macrista. Si bien el nuevo Presidente es un peronista clásico, uno que trata de quedar bien con todos los que puede y que intenta integrar a cuantos más mejor, ahora eso ya no será suficiente; es fácil decirle a cada uno lo que espera oír; pero será mucho más complicado contentar a todos cuando hay que definir qué se hace y qué no. Como sabéis, al asumir el cargo el pasado martes, Fernández no se anduvo con rodeos a la hora de explicar la situación económica del país que encontró: “Con un 40% de la población en situación de pobreza y una virtual quiebra de su economía, he recibido de herencia un desastre” afirmó. Aunque pueda terminar convirtiéndose en un lugar común, no es posible dejar de constatar la perplejidad que produce el que Argentina, que en principio cuenta con todas las ventajas, desde las riquezas naturales hasta su estructura de industrialización pasando por el alto nivel educativo y cultural de su ciudadanía, se encuentre en esta situación por culpa exclusiva del neoliberalismo. Las explicaciones pueden ser más o menos discutibles pero la realidad es que a Fernández le toca ahora lidiar con esta grave situación. Por la crisis galopante, el nuevo gobierno empieza con tres necesidades principales: devolver la esperanza a los argentinos, conseguir pronto algunos resultados económicos y sociales y mantener la unidad de un frente interno muy complicado. Sobre todo ahora que los derrotados intentaran bloquear desde el Congreso cualquier iniciativa del gobierno, teniendo para ello a los medios de comunicación al servicio de la corrupción - liderados por el Grupo Clarín - quienes se encargaran de realizar burdas campañas mediáticas intentando indisponer al kirchnerismo con la población, como ya lo hicieron en el pasado: para ello son expertos. Demás esta decir que desmontar el andamiaje neoliberal hasta su completa erradicación es una tarea ardua, pero los Fernández - tanto Alberto como Cristina - confían en hacerlo, así como también acabar con la influencia maligna que esos sectores aun mantienen en el sistema de justicia utilizado en el macrismo para perseguir a sus adversarios. No debe sorprendernos por ello que la semana pasada en uno de sus juicios y ante esos tribunales politizados, la señora Kirchner, triunfante y a su vez desafiante, repitió con creces una frase célebre de la política latinoamericana: allí donde uno afirmaba “la historia me absolverá”, ella dice “a mí me absolvió la historia” pensando sin duda en quienes ahora la juzgan y la difaman, con el fin del macrismo, serán los juzgados y castigados con todo el peso de la ley. Junto con el crecimiento imparable de la pobreza, otro efecto del nefasto gobierno de Macri fue la constitución de una deuda externa desmesurada - solo el año próximo vencen más de 60.000 millones de dólares - que el país debe encarar de algún modo. “No hay pagos de deuda que se puedan sostener si el país no crece. Para poder pagar hay que crecer primero”, dijo Fernández en su investidura, confirmando la hipótesis dominante: que piensa pagar pero no sabe cuándo, y eso es lo que le va a ofrecer al Fondo Monetario Internacional. Antes que nada, el nuevo gobierno necesita recuperar la actividad económica. La crisis actual es despiadada. Algunas cifras permiten atisbarla. Unas son macro: el Producto Bruto Interno argentino bajó, en los dos últimos años, 11 por ciento, y la inflación de este año superará el 50; otra, muy micro: en 2019 se publicó un 45 por ciento menos de libros que en 2016. Y otra, más decisiva: el consumo de alimentos bajó un 15,1 por ciento. No hay dinero, no hay actividad, la necesidad aumenta. Por eso el nuevo gobierno anuncia medidas para poner plata en el bolsillo a los sectores más golpeados por el macrismo. Se trata de reactivar el consumo con aumentos de las pensiones y los sueldos bajos para aliviar a los más apretados, dar sensación de que la crisis pasa y conseguir que la economía vuelva a funcionar. El problema, como siempre en la Argentina, es cómo lograrlo sin disparar la inflación; Queda entonces, restaurar la esperanza. El nuevo Presidente ha demostrado, por ahora, ser bueno para eso: su oratoria funciona. Los hechos, queda dicho, se le complican más. Pero, como suele pasar con los nuevos gobiernos, una buena parte de los argentinos está dispuesta a esperar que les mejore las vidas. En Fernández, por peronista, confían más los que más necesitan. Al peronismo siempre le resultó más fácil aplacar a los más necesitados, los grandes olvidados del neoliberalismo: para eso sirvió, históricamente, desde sus principios. Por ello, son quienes los apoyan más que ningún otro. De otro lado, en el campo internacional, la política exterior del nuevo gobierno será totalmente opuesta a la que tenía Macri. Las relaciones con Rusia, casi inexistentes durante la administración anterior, serán ahora mucho más fuertes. Asimismo, Buenos Aires fortalecerá aún más la cooperación económica con Beijing. Los dos países han mantenido estrechos vínculos durante bastante tiempo a pesar de los cambios políticos en Argentina. Por el contrario, se prevé un alejamiento en sus relaciones con los EE.UU. más aun con la desquiciada decisión de Trump quien en un acto de locura acaba de reestablecer aranceles para el acero y el aluminio argentinos. En cuanto al Brasil, que bajo Macri era su principal socio comercial y primer destino de sus exportaciones, con un demente como Bolsonaro que desvergonzadamente apoyo a su adversario y critico duramente la elección de Fernández como Presidente, inmiscuyéndose groseramente en la política argentina - con posiciones diametralmente opuestas en relación al golpe fascista en Bolivia, los ataques a la Revolución Bolivariana en Venezuela y la insurrección popular en Chile por ejemplo, así como su estrecha amistad con Lula, enemigo personal del loco del Planalto - su relación con el nuevo gobierno argentino no va a ser precisamente de las mejores. Como podéis notar, empieza un tiempo diferente y los desafíos que se les vienen a los Fernández son inmensos; es de esperar que logren lo que se proponen y vuelvan a convertir a la Argentina en el gran país que siempre fue, manteniéndola al margen de la hoguera que consume al resto de América Latina. Felicidades :)
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