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Saturday, December 19, 2015

SODALICIO SAC: La historia jamás contada

Se trata del mayor escándalo que puso al descubierto una serie de violaciones sexuales en contra de inocentes niños cometidas no solo al interior de esa cuestionada organización, sino de toda la Iglesia Católica peruana, convirtiéndose en el caso más polémico de los últimos tiempos. En efecto, contar la historia del nacimiento del Sodalicio es casi como contar la historia de dos hombres. El primero se llama Luís Fernando Figari, limeño, y fundador del Sodalicio de Vida Cristiana. El segundo se llamaba Germán Doig Klinge, fallecido en el 2001. Ambos, fervientes católicos. Ambos, también, tienen denuncias por diferentes tipos de abuso sexual. Los inicios directos del Sodalicio se pueden rastrear hasta 1971, cuando el padre Haby, superior de la comunidad marianista en el Perú, empieza a reunirse con un grupo de jóvenes, la mayoría egresados del Colegio Santa María. Entre ellos estaba el aún estudiante de derecho Luís Fernando Figari. Pronto, Figari abandona los estudios, se decide por la teología y junto a Haby y cinco amigos más, fundan el Sodalicio el 8 de diciembre de 1971. Sodality, del latín sodalis, comunidad, es el nombre con el que se conoce la perspectiva de concebir a la iglesia como una “familia espiritual”. Y la familia espiritual empezó a crecer. A través de diferentes relaciones y contactos, aquel pequeño grupo empieza a aumentar su influencia en la educación marianista. Cuando Figari y un amigo cercano, Sergio Tapia, adquieren demasiado poder, Julio Corazao, ex alumno marianista y director del colegio, decide despedirlos. ¿La razón? La “pugna” por una promoción de quinto de secundaria peligrosamente cercana al Sodalicio. Entre esta primera promoción, “la generación fundacional” para el Sodalicio, se encontraba Germán Doig. Se avanzó de 7 personas hasta ser uno de los grupos católicos más influyentes en el Perú. Un testimonio de su época escolar recuerda a Luís Fernando Figari “cantando el himno 'Cara al sol”, de Falange española. Y digamos que si Figari era Francisco Franco, el líder de la agrupación, Germán Doig (muerto hacía años) pronto se convirtió en su Primo de Rivera: un fantasma de beato que permitió tener un referente ideal de santidad para toda la comunidad sodálite. Basta decir que, al momento de su muerte a causa de un infarto, Figari se refirió a él como “hijo predilecto, hermano y amigo entrañable, sodálite, infatigable compañero de fe, de aspiraciones, de apostolado, de amor a la Iglesia, de la convicción de que cada uno está llamado a la santidad, a ser santo”. Pero Doig, según demuestran los testimonios, nada tenía de santo y si de monstruo..“Cada vez que Germán tenía un arranque de ira, era de temer, pues la persona que era objeto de tales arrebatos era agredida psíquicamente y muchas veces humillada en presencia de los demás”, señala un testimonio. Y eso era lo de menos. Durante el proceso de beatificación, al menos tres testimonios graves en su contra, en los que se denuncian abusos sexuales, salieron a la luz. Las denuncias no sólo paralizaron el proceso, sino que obligaron a Luís Fernando Figari a renunciar irremediablemente, aunque excusado en “problemas de salud”. Posteriormente, mientras las denuncias crecían, pidió su aislamiento. Dato irónico: a Jeffrey Daniels, otro sodálite a quien se le descubrió casos de violaciones a menores de 14 años, también se le “aisló” para después expulsarlo. Pedro Salinas, ex sodálite y periodista, no se equivoca al titular a su columna sobre Figari “Pederastia de Manual”. El coautor de “Mitad monjes, mitad soldados” –tal vez el mejor trabajo de investigación periodística sobre los casos de abuso del fundador del Sodalicio, describe a través de fuertes testimonios los métodos que éste usaba para aprovecharse sexualmente de los menores. Figari desarrolló un complejo sistema de valores en el que la obediencia total era la premisa, y por ello, la “militarización” del Sodalicio. El fundador había sido prácticamente elevado a la categoría de místico, y supo jugar sus cartas para lograr sus oscuros objetivos. De esa obediencia mal llevada, hasta las violaciones sexuales, el trecho no era largo de recorrer. Pero un testimonio puede hablar mejor que una descripción de terceros: “Cuando Figari supuestamente trató de sodomizar a Santiago por primera vez, tuvo dificultades en la penetración. En ese momento, con la frialdad de un cirujano, se detuvo, se dirigió a su mesa de noche, abrió el cajón y sustrajo de ahí un pomo de vaselina para continuar con su ritual envenenado. ‘Lo más extraño de todo es que mientras iba penetrándome pedía que me masturbara. Y algo más extraño todavía: después de todo esto me pidió que lo acompañara a misa’, señala uno de los fragmentos más escalofriantes del texto de Salinas. Como el de “Santiago”, existen decenas de casos que todavía no son juzgados. Si se revisa en Internet el nombre de Daniel Murguía, lo más probable es que uno se choque con una pequeña nota periodística de la web de Perú21. "Capturaron a pedófilo cuando fotografiaba a menor de 11 años", titulan el artículo. Resaltado, la nota indica que Murguía Ward "perteneció al Sodalicio". "Como consecuencia de esta situación, hasta ahora totalmente desconocida para nosotros, que consideramos completamente inaceptable, y que ha sorprendido y golpeado dolorosamente a toda nuestra comunidad, habiendo examinado la seriedad de la denuncia, queremos comunicar que el Sr. Murguía ha sido inmediatamente expulsado de nuestra institución", publicó entonces el Sodalicio, en un fragmento que acompaña a la nota. Lo que se olvidan de decir, sin embargo, es que Murguía Ward recién fue expulsado dos días después (el 29 de octubre del 2007) de encontrársele con las pruebas de pedofilia y pederastia. Tampoco se daba cuenta de que Murguía Ward no era cualquier persona, sino uno de los principales allegados a Doig y a Figari. Al momento de su arresto, el Sodalicio le brinda ayuda legal. En una nota de Lina Godoy para Diario16, tras el destape de los abusos de Doig en el 2011, se le cuestiona al vocero del Sodalicio de Vida Cristina, el Padre Gonzalo Len, sobre las indemnizaciones de aquellos abusados por Doig. La respuesta parece ser una constante en la mayoría de entrevistas a voceros y representantes de sodálites: “toda persona que ha requerido nuestra ayuda se le ha ayudado absolutamente”. La evidencia parecería demostrar, sin embargo, que esto no es cierto, o que en cualquier caso, la caridad cristiana va hacia otro lado. El problema del Sodalicio, sin embargo, no es para nada nuevo, aunque se haya mantenido por lo bajo desde hace más de una década. Durante los años oscuros, dos fuentes resultaron fundamentales para desenmarañar la compleja red que el Sodalicio había tejido. La primera es el ya mencionado Pedro Salinas, quien a través de su novela “Mateo Diez” empezó a revelar, bajo las licencias que permitían la escritura ficcional, algunos de los abusos cometidos por el Sodalicio. La segunda es el ex sodálite Martín Scheuch, quien en su blog Las Líneas Torcidas, inició una serie de publicaciones en torno a los crímenes sexuales de algunos altos jerarcas de la institución católica. El tercer nombre clave, y uno de los más importantes, fue el de José Enrique Escardó. Escardó, periodista y ex sodálite relató, a través de una columna en la revista Gente, algunos de los abusos más escalofriantes del temible Figari en el año 2000. Años más tarde, en su blog personal -titulado "El quinto pie del gato", igual que la columna que encendió la mecha, Escardó no duda más al escribir: "Tengo quince años luchando porque se sepa la verdad y he sido víctima de toda clase de ataques y mentiras para hacer creer a cada persona que pudiera acercarse al Sodalicio, a sus seguidores en los distintos proyectos y misiones que ellos dirigen y a la opinión pública en general que soy un loco, un enfermo, un resentido, un fumón, un predicador anticlerical y todo lo que puedan o no imaginarse". "No fue fácil. Fueron seis columnas. Una por semana. La primera se tituló "Extirparé la raíz del miedo". Ellas nacieron como gemelas de una pesadilla que me persigue hasta hoy. Mi intención era desenmascarar al Sodalicio y a sus miembros que abusaban de cientos de personas y, por encima de todo, advertir a la sociedad", agrega en su publicación. Allí cuenta los abusos físicos y psicológicos que padeció. Uno de ellos, incluso, implicaba una cuchilla suiza en su cuello -todo, ordenado por uno de los sodálites."Quería que los padres cuidaran a sus hijos. El impacto de mis columnas fue inesperado y arrollador. Golpeó al Sodalicio de maneras que no creí que lo haría, pero también dio inicio a una persecución en mi contra que destruyó mi vida en muchos niveles. Si hubiera callado, otra sería mi vida hoy. Pero no me arrepiento", continúa. Y bien que no lo haya hecho. Fue su publicación -la serie de publicaciones - la que convenció ya Salinas de Mateo Diez, y de allí, el barro del Sodalicio empezó a salir de a pocos. Ya no solo se trataban de acusar de sectarismo y aislamiento al Sodalicio, como lo habían hecho los esposos arequipeños Héctor y Martha Guillén en el año 2002 a través de una carta pública y una serie de reportajes. En ellos, se detallaba cómo el hijo de la pareja, Franz Guillén Gross, tras entrar en la comunidad en 1999, había sido impedido de viajar y además, abandonado a su familia y a sus estudios. La militarización de los próximos sodálites consagrados, la misma que incluía nadar un kilómetro hasta la isla de San Bartolo todos los días, “Luego de que nuestro hijo inició su formación en San Bartolo, hace año y medio, ha sido drásticamente limitado en su posibilidad de visitar a su familia en Arequipa, a pesar de habérsele enviado el dinero para su pasaje y de nuestra angustiosa necesidad de tenerlo en casa para eventos familiares trascendentales”, decía la carta reproducida en el diario La República.“La madre, Martha Gross de Guillén, llora todos los días. Se arrepiente de haber firmado la carta con su esposo, piensa que las represalias serán definitivas”, describía el periodista Miguel Ángel Cárdenas para ese entonces. La única respuesta sodálite fue limitarse a señalar, mediante carta notarial, que como el hermano Franz era mayor de edad, se tenía que respetar sus decisiones de entrar en la comunidad. “Cualquier acusación de ustedes que ponga esto en duda equivale a una calumnia”, anunciaba Germán Mackenzie, Superior General del Sodalicio. En un acto bastante lejano a la empatía cristiana, la carta finalizaba de la siguiente manera: “Que Dios, Señor Nuestro, los bendiga y que este tiempo de Navidad les ayude a profundizar en la fe”. Paralelamente, Eduardo Alt, padre de otro de los chicos ingresantes en el Sodalicio anunciaba violaciones graves. Esas violaciones, decía, “tarde o temprano van a salir a la luz”. Y no se equivocó. Hoy Figari, recluido en Roma y protegido por El Vaticano, enfrenta graves acusaciones por diversos casos de violación de menores. Y por más “santo” que sea, lo que le corresponde no es la ley divina, sino la terrena. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. El maldito tiene que pagar :)
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