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sábado, 2 de noviembre de 2019

CHILE: Días de Furia

Como no podía ser de otra manera, nuestra atención continúa concentrada en el país sureño donde la violencia no cesa y por el contrario, las multitudinarias protestas que la sacuden desde el pasado 14 de octubre son cada vez más contundentes, mostrando la rabia, el agobio y el malestar acumulado de una generación que, en medio de una represión atroz, ha hecho saltar por los aires el falso oasis que era Chile dentro de una América Latina convulsionada, del cual se jactaba vanamente Sebastián Piñera. En efecto, los distintos estratos sociales que sostenían y nutrían ese estado de aparente éxito se han rebelado finalmente contra el sistema. Millones de jóvenes y adultos se niegan hoy a seguir siendo los acreedores de la élite chilena y de las transnacionales. Algunos le llaman revolución social, insurrección popular, otros, revuelta, pero con seguridad es una explosión de hastío por las injusticias acumuladas, en una república privatizada hasta la médula. Lamentablemente, el Chile del genocida Augusto Pinochet no es cosa del pasado. Sigue presente hasta el día de hoy. Más allá del despliegue mercadotécnico para embellecer sus horrores, sobrevive en sus fuerzas armadas, en su marco legal, en sus instituciones de gobierno, en su clase política, en su cultura. La doctrina neoliberal que guía el funcionamiento de su economía como si fuera un oráculo, maquillada con la fantasía de su inevitabilidad, es su herencia directa. En su momento, las fuerzas políticas tradicionales de una forma cobarde se negaron a ajustar cuentas con el pasado dictatorial. Simplemente se desentendieron y, en los hechos, exoneraron a los responsables de sus monstruosos Crímenes de Lesa Humanidad cometidos desde el sangriento golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973. De esta manera, tanto la derecha como la “izquierda” (?) arroparon y profundizaron el inhumano modelo económico del pinochetismo, con el beneplácito de aquellos embriagados por el consumo suntuario y las posibilidades de endeudamiento, sin imaginar que se trataba de una burbuja que tarde o temprano terminaría por estallar. Pero, más allá de sus quimeras, el neoliberalismo impuesto a sangre y fuego por Pinochet generó enormes desigualdades, alimentada por la cruenta superexplotación de la fuerza de trabajo, el despojo indiscriminado de tierras, territorios y recursos naturales, la mercantilización de la vida pública, la injusticia para los de abajo, la guerra contra el pueblo mapuche y un modelo de representación política oprobioso y elitista. De la mano de la precarización laboral, la inseguridad en el empleo y la abolición de numerosas conquistas gremiales caminó la privatización de las pensiones, la seguridad social, la sanidad, la educación pública y el agua. Negocio redondo para quienes en medio de esta grave crisis aun defienden desesperadamente aquel modelo económico tan maldecido ya que tienen muchísimo que perder si este llega a su fin. El Estado no garantiza proveer derechos sociales universales garantizados como salud, educación, pensiones, vivienda, pero financia a compañías privadas para que los proporcionen a precios prohibitivos. El temor a enfermarse sin poder pagar el tratamiento médico, o llegar a la vejez sin los recursos suficientes para vivir con dignidad es el pan nuestro de cada día. La media de las pensiones es de, apenas, 290 dólares, menos de la mitad del promedio salarial. En Chile, una parte muy importante de la población vive agobiada por los préstamos, muchos de los cuales deben pagar a tasas usurarias. Setenta por ciento está endeudada. Para estudiar, quienes asisten a las universidades, empeñan su futuro. Y ni así tienen garantizada la subsistencia. No puede extrañar entonces que, ante tantos y tan variados agravios, lo que arrancó como una simple protesta estudiantil contra el aumento al boleto del Metro sea hoy la movilización popular más importante en la historia reciente del país austral. La ciudadanía se convocó por las redes sociales y se organizó. Los inconformes prendieron fuego al Metro y a edificios emblemáticos, asaltaron supermercados, bancos, farmacias y centros comerciales, ocuparon plazas públicas y realizaron gigantescas manifestaciones y cacerolazos locales. Su ira contra el gobierno parece no haber tocado fondo. A pesar de ello, demostrando que se encuentra fuera de la realidad y convencido que debe mantener los absurdos privilegios de ese 1% al cual representa, Piñera quiso señalar que la extrema violencia que sacude al país “es parte de una conspiración extranjera” (en obvia referencia a Venezuela) sin prueba alguna que lo sustente: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable” declaró en la mejor tradición pinochetista y acto seguido, lanzó al Ejército a las calles a hacer lo que aprendieron con el genocida: asesinar, torturar, ‘desaparecer’. Pero, a pesar de esa brutalidad mostrada por los criminales, como si el miedo les fuera ajeno, los jóvenes desafiaron el estado de emergencia y los toques de queda. En unos cuantos días, la imagen de Chile como país ordenado y estable, con una economía boyante y un modelo deseado por sus ciudadanos, el cual debía ser “exportado” a los países vecinos para que allí también disfruten de los ‘beneficios’ que otorga su implementación, naufragó irreversiblemente a la vista de todos. En efecto, para desgracia de quienes ofician como sus profetas, la supuesta infalibilidad de la fe neoliberal reprobó el examen de la realidad. Y de que manera. El clan pinochetista que gobierna Chile se vio sorprendido por las multitudinarias protestas, ya que confiaba en que la adormecida sociedad chilena no reaccionaría ante la asfixia económica de la que son victimas. La rebeldía en las calles mostró el agotamiento del modelo de acumulación de riqueza aplicado en Chile por la escuela neoliberal. El modelo aplicado es tan nefasto, que mantuvo durante años a grandes masas de población trabajando únicamente para pagar sus deudas inmobiliarias y de consumo, de educación, entre otras, con unos intereses astronómicos que a muchos les había quitado la habilidad de protestar. Pero eso se acabó. Para la élite gobernante esto es una “crisis pasajera”, para la gente es un despertar, y nuevos aires de esperanza. La rebeldía en las calles muestra el agotamiento del modelo de acumulación de riqueza aplicado en Chile por la escuela neoliberal. La juventud hizo despertar a masas adormecidas y tal vez temerosas, de padres y abuelos que sufrieron la dictadura pinochetista, pero que hoy se les unieron para denunciar los ultrajes padecidos desde hace 30 años por aquel infame modelo económico que los ha hundido en la desesperación y que por ello, no descansaran hasta expulsar a Piñera de La Moneda y refundar al país. Nada los detendrá en su objetivo :)
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