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sábado, 28 de septiembre de 2024

PERÚ: Democracia o anarquía

Es innegable que la delincuencia venezolana, presente desde el 2016 en el país andino y procedentes de las cárceles chavistas - llegados por obra y gracia del conocido lobbysta y Traidor a la Patria, el judío Pedro Pablo Kuczynski, quien abrió las fronteras de par en par para que ingresen libremente esos indeseables, y ello no hay que olvidarlo - hace tiempo le han ganado el pulso a las Fuerzas del Orden y al Gobierno de la Presidenta Constitucional Dina Boluarte, que se muestran impotentes para combatir a esa lacra criminal que han desatado el terror en las calles como nunca se había visto antes, con mayor razón cuando estos se encuentran “protegidos” por los parásitos caviares enquistados en la administración de Justicia, ya que los liberan al día siguiente de ser capturados para que sigan delinquiendo con total impunidad, por lo que la inseguridad ciudadana que ha llegado a niveles críticos se ha convertido en un asunto de Seguridad Nacional. No es de extrañar por ello que muchos sectores reclamen que la acción de esos grupos delincuenciales sea catalogado como terrorismo urbano, sean juzgados por tribunales militares que les apliquen la Cadena Perpetua e incluso la Pena de Muerte para los más peligrosos, así como ampliar el Penal de Challapalca y reabrir los de Yanamayo y El Frontón para encerrar de por vida a los demás. Una medida justa y necesaria por donde se le mire, pero cuando no, la basura caviar ya salió al frente para rechazar esta posibilidad, arguyendo falazmente que “atentaría con los derechos humanos de los acusados.” Me pregunto ¿Y que hay de las víctimas asesinadas salvajemente por esos miserables que defienden con tanto ardor? ¿Ellos no tienen derechos? Es la misma posición que han tomado con relación a los terroristas de Sendero Luminoso y que los sienten tan suyos - a los que ‘victimizan’ mientras que a su vez persiguen con saña y odio indisimulado a los valerosos agentes del orden que cumplen con su deber - por lo que mientras no se reforme profundamente el Poder Judicial, expectorando a los caviares del Ministerio Público, Fiscalía de la Nación y la Junta Nacional de Justicia, nada va a cambiar, por más operativos que haga la Policía para colocar tras las rejas a esas bandas asesinas, liberados ipso facto por jueces y fiscales, que en el fondo son sus cómplices. Si bien el Gobierno decreto este jueves el estado de emergencia en 14 distritos de Lima para combatir a la delincuencia venezolana, así como anunciar que las FF.AA, saldrían a las calles para apoyar a la Policía - e incluso se piensa aplicar el toque de queda - estas medidas no van a tener efecto alguno si el Gobierno y el Congreso no se deciden de una vez por todas de encargarse de los caviares, cuya agenda es hacer ingobernable al país. La prensa basura también tiene culpa de ello porque mediante campañas mediáticas impulsadas por la mafia caviar atacan sin cesar al Gobierno y la Policía, pero nunca - repito - nunca señalan a los verdaderos responsables que son quienes financian esas campañas desestabilizadoras. Si la Policía atrapa a esos delincuentes, es la justicia caviar quienes lo sueltan automáticamente. Entonces ¿Quiénes son los culpables? Para todo observador, es patente que el Perú vive un franco proceso de deterioro institucional y democrático. Algunos sectores sugieren que la vulneración permanente del Estado de Derecho implica que se acercan a un autoritarismo. Adornan estas presunciones calificando interesadamente al Perú como un “régimen híbrido” entre democracia y dictadura. Sin embargo, hay quienes sugieren lo contrario. La competencia y el canibalismo político-judicial, el desmanejo y la ineficacia generalizada en las políticas públicas, el apabullante crecimiento de la delincuencia y, ante todo, la reiterativa vulneración del Estado de Derecho, lo han convertido en un “régimen híbrido” entre la democracia y la anarquía. En el Perú, políticos y operadores judiciales han autodestruido el sistema, llevándolo a un estadio de hiperfragmentación del poder, más cercano a una anarquía que a una dictadura. No parece haber válvula de escape a esta situación. Es más, las próximas elecciones a realizarse en el 2026 avizoran un panorama de aún mayor fragmentación ante la posibilidad de que decenas de agrupaciones fantasmales participen en el proceso, a pesar de que no cumplen los requisitos para ello, pero contando con la complicidad de las cuestionadas autoridades electorales - las cuales al igual que la administración de Justicia - inexplicablemente aún continúan en manos de los caviares, listos para repetir el fraude montado el 2021, cuando de una forma por lo demás escandalosa, otorgaron la “victoria” al delincuente terrorista Pedro Castillo, hoy pudriéndose en la cárcel por golpista y ladrón, pero que ahora pretender repetir la maniobra favoreciendo al despreciable asesino de policías y sucio drogadicto, Antauro Humala. Llama la atención por ello que los responsables de esa chapuza, comenzando con el titular del JNE Jorge Salas Arenas (alias Camarada Coquito, por sus conocidos lazos con Sendero Luminoso), sigan en sus puestos como si nada. Tampoco parece haber un freno a la confrontación entre las diferentes partes del sistema de justicia. La batalla campal entre el Ministerio Público, la Defensoría del Pueblo, la Junta Nacional de Justicia (JNJ) y el Poder Judicial -en manos de la mafia caviar - y el Congreso, parece ser una en la que solo habrá perdedores. A ello hay que sumarle que la base misma del sistema está en entredicho. Según Datum, un 63% de los peruanos no confía en los organismos electorales del país, mientras la caviarada agazapada en la JNJ usa todo su poder para mantener a las cabezas de dichas instituciones en sus cargos de forma ilegal porque hace mucho tiempo culminaron sus periodos. Esta confrontación de poderes ha desestabilizado completamente la ya baja capacidad del gobierno central para establecer políticas eficientes. Y si a ello le sumamos el mal diseñado sistema de autoridades subnacionales, no llega ninguna política o atisbo de mejora a una ciudadanía que, además de vivir con unos servicios básicos prácticamente inexistentes, soporta las secuelas de la pandemia, el desgaste económico nacional y la gigantesca ola delincuencial fomentada por jueces y fiscales que son sus mayores defensores. Esta situación supone un descontento ciudadano profundo, cataclísmico. Para resolver la involución anárquica, se pueden desarrollar miles de propuestas de reforma. Muchos están convencidos de repetir el modelo Bukele en el Perú, pero con los caviares controlando la justicia y la inacción del Gobierno para limpiar las instituciones públicas de ese cáncer maligno, va a ser muy difícil que se aplique. Como sabéis, existe un consenso sobre la gravedad del deterioro institucional y la necesidad de frenar las vulneraciones permanentes al Estado de Derecho. Para ello, creemos que lo esencial, el punto de partida, es una reforma profunda en el sistema de justicia. En ese sector - en manos de los caviares - la crisis es endémica y afecta todos los ecosistemas de vida de los peruanos. Desde el policía de la calle hasta las máximas autoridades electorales están cuestionados. La validez de los procesos electorales no existe y, al mismo tiempo, vemos noticias diarias sobre cómo los caviares no quieren procesar a delincuentes comunes, pero a su vez, cómo se dan investigaciones abusivas sin fin contra elementos policiales, por autoridades judiciales completamente politizadas. Si en los años ochenta y noventa el país involucionaba por culpa de la hiperinflación aprista y el terrorismo comunista, los males endémicos de la última década han sido la politización de la justicia y la judicialización de la política infiltrados por la mafia caviar. Eso debe parar de una vez y cambiar, ya que al día de hoy es el mayor freno al desarrollo nacional, hundiendo al país en un sistema anárquico. Hay propuestas ya encaminadas, como la creación de una Escuela de la Magistratura, que ayudaría a crear un servicio judicial autónomo y profesional, pero reiteramos que se necesita ir más allá. Es menester realizar una reforma integral del sistema judicial peruano. Acabar de una vez por todas con toda esa lacra caviar, que cual garrapatas se resisten a dejar de seguir viviendo a costa del Estado. Así como en su momento se realizaron reformas profundas y dolorosas en la macroeconomía, se debe aspirar a una reforma total, integral del sistema judicial. Sin ello, el país seguirá trazando el sendero hacia la anarquía y el subdesarrollo.

martes, 24 de septiembre de 2024

CHIMÚ: La caída de una civilización

En las áridas llanuras costeras del norte del Perú, una majestuosa civilización se alzó solo para encontrarse con un trágico destino. En efecto, el Imperio Chimú (1000-1470) glorioso y próspero, escribió su epopeya en las arenas del desierto, y su historia es un relato cautivador de grandeza, conquista y un colapso inesperado. En su apogeo, esta civilización forjó una estirpe de esplendor en el siglo IX d.C. Su joya, Chan Chán, la ciudad de adobe más grande del mundo, resonaba con el murmullo de sus habitantes. La grandeza de sus murallas y la magnificencia de sus palacios eran una oda al ingenio arquitectónico de los Chimú, cuyas manos diestras dieron vida a estructuras que aún asombran al mundo moderno. Pero Chimú era el reino más ambicionado por los Incas en sus guerras de conquista, famoso principalmente por su orfebrería en oro, que adornaba profusamente sus templos y palacios. Este imperio se extendió por el norte hasta Tumbes y por el sur hasta Carabayllo, en Lima. Según antiguas crónicas, el territorio chimú fue gobernado por 10 soberanos antes de ser conquistados por los incas. Algunos cronistas relatan que Huacricaur y su lugarteniente Nañcentico (el primero cumplía funciones administrativas, mientras el segundo las militares, ya que funcionaba una diarquía), hijos del mítico Takaynamo, iniciaron la expansión de sus territorios desde Trujillo hasta los valles de Zaña y Santa (Jequetepeque). Luego de ellos, gobernaron 7 gobernantes - de los cuales no se conservaron sus nombres - hasta la llegada de Michancaman V, el gran conquistador Chimú, quien con su lugarteniente Querrotumi, extendió los límites de su imperio, pero que al encontrarse con los incas, significo su caída en 1470. Al respecto, en el libro VI de los Comentarios reales de los incas, del Inca Garcilaso de la Vega, se narra la caída de esta civilización (Capítulo XXXII: «Van a conquistar al reino Chimú, y la guerra cruel que se hacen» y Capítulo XXXIII: «Penitencia y aflicciones del Gran Chimú, y como se rinde este».) Garcilaso sitúa esta conquista bajo el reinado del Inca Pachacútec, con quien empezó la expansión imperial incaica. Las fuerzas invasoras estuvieron comandadas por el príncipe heredero Túpac Yupanqui y contaron con el apoyo de los reyezuelos de Chuquimancu y Cuismancu (valles ubicados en el actual departamento de Lima), antiguos enemigos de los chimúes. Cuando Yupanqui llego con sus tropas al valle de Barranca, Lima, mando a decir a Michancaman V que se someta a los incas, pero la respuesta del soberano chimú fue: “los espero con las armas en la mano para morir en defensa de mi patria, sus leyes y costumbres. Que el Inca se entere de esto, porque no daré otra jamás”, desatando una guerra que fue larga y sangrienta. Con grandes esfuerzos los incas avanzaron por Paramonga y Santa, pero al no poder doblegar la resistencia del enemigo, el príncipe inca pidió más refuerzos al Cuzco, que le llegaron en número de 20.000 soldados. Ante ello, Minchancaman V, viendo que era imposible resistir más y presionado por sus propios súbditos, se rindió, sometiéndose en vasallaje a los incas. Pero ello no fue impedimento para que los incas se vengasen de los vencidos, y en qué forma, matando a casi todos sus habitantes, saqueando e incendiando la ciudad, que abandonada, no tardo en cubrirse con las arenas del desierto. Los incas trasladaron al Cuzco los tesoros de Chan Chán así como a los reputados orfebres chimúes, para que adornasen el Coricancha o Templo del Sol, tal como posteriormente fue descrito por los españoles. De esta masacre aparte de los orfebres, se salvo el propio Michancaman V, quien capturado en su huida fue llevado como rehén al Cuzco, donde fue obligado a casarse con una vieja matrona inca y recluido en un palacio ubicado en las afueras de la ciudad, donde al poco tiempo moriría de melancolía. En cuanto a su heredero, su hijo Huacricaur, de 25 años, a punto estuvo de ser degollado y fue enviado de vuelta al reino conquistado como gobernante títere de los incas, teniendo como “consejero” al general Querrotumi quien aparentemente traiciono a Michancaman V y se pasó al enemigo. Es indudable que la caída de Chan Chán marcó el principio del fin para la cultura Chimú. La conquista incaica trajo consigo estragos, desde la destrucción física de sus monumentos hasta la desestructuración de su orden social. Las huellas de los Chimú fueron borradas lentamente, dejando un vacío en la historia que resonaría por siglos. Aunque la conquista inca llevó a la desaparición física de la civilización Chimú, su espíritu no fue completamente extinguible. En efecto, una vez conquistados, los chimúes no mantuvieron una actitud pusilánime, sino insurrecta por el trato brutal al que fueron sometidos, originando tres levantamientos. El primero liderado por Querrotumi, quien luego de una larga resistencia, termino suicidándose en 1475; la segunda estuvo a cargo del general Huamanchumo, que también fracasó; y pasado 57 años de ello, quien tomo las armas fue Cuyuche, el cual masacro a la guarnición inca en Pacatnamú al enterarse de la llegada de los españoles y la captura del bastardo Atahualpa en Cajamarca, pero desengañado de los recién llegados al comprobar su sed de oro, se rebeló, siendo capturado por Hernando Pizarro y ejecutado. Fueron héroes de una historia olvidada. En siglos posteriores, los arqueólogos comenzaron a desenterrar los secretos sepultados por el tiempo, desenterrando tesoros enterrados entre las ruinas de Chan Chán. Este resurgir arqueológico no solo reveló la magnificencia pasada de Chimú, sino que también encendió una llama de reivindicación y recordación. A medida que las excavaciones arqueológicas revelaron los vestigios del Imperio Chimú, el mundo volvió su mirada a esta civilización perdida. Museos y académicos se unieron para tejer juntos la historia de los Chimú, reconociendo su contribución al tapiz de la civilización andina. Cada artefacto desenterrado contaba una historia, un eco resonante de la grandeza que una vez fue. El colapso de la cultura Chimú sirve como una conmovedora advertencia sobre los estragos de la conquista y la fragilidad de la grandeza. La historia de los Chimú no es solo un capítulo olvidado, sino un recordatorio de cómo las glorias de un imperio pueden desvanecerse en el viento de la conquista. Hoy, mientras los vientos del Pacífico acarician las ruinas de Chan Chán, la memoria de los Chimú se erige una vez más. Los esfuerzos por preservar y reconstruir esta ciudad perdida están en marcha, dando esperanza de que, a pesar de la tragedia, la grandeza de los Chimú pueda encontrar su lugar en el tapiz continuo de la historia peruana. Aunque la tragedia marcó el final de la civilización Chimú, su eco persiste en las brisas del desierto y en la resiliencia de quienes buscan recordar. La grandeza de los Chimú, grabada en la piedra y el metal, resiste al implacable paso del tiempo, recordándonos que incluso en la derrota, el espíritu de una cultura puede vivir eternamente. La historia de los Chimú es una llamada a la reflexión sobre la fragilidad de la grandeza y la importancia de recordar, incluso cuando las arenas del tiempo y “la historia oficial” de los incas intentaron borrar sus huellas.
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