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martes, 24 de septiembre de 2024

CHIMÚ: La caída de una civilización

En las áridas llanuras costeras del norte del Perú, una majestuosa civilización se alzó solo para encontrarse con un trágico destino. En efecto, el Imperio Chimú (1000-1470) glorioso y próspero, escribió su epopeya en las arenas del desierto, y su historia es un relato cautivador de grandeza, conquista y un colapso inesperado. En su apogeo, esta civilización forjó una estirpe de esplendor en el siglo IX d.C. Su joya, Chan Chán, la ciudad de adobe más grande del mundo, resonaba con el murmullo de sus habitantes. La grandeza de sus murallas y la magnificencia de sus palacios eran una oda al ingenio arquitectónico de los Chimú, cuyas manos diestras dieron vida a estructuras que aún asombran al mundo moderno. Pero Chimú era el reino más ambicionado por los Incas en sus guerras de conquista, famoso principalmente por su orfebrería en oro, que adornaba profusamente sus templos y palacios. Este imperio se extendió por el norte hasta Tumbes y por el sur hasta Carabayllo, en Lima. Según antiguas crónicas, el territorio chimú fue gobernado por 10 soberanos antes de ser conquistados por los incas. Algunos cronistas relatan que Huacricaur y su lugarteniente Nañcentico (el primero cumplía funciones administrativas, mientras el segundo las militares, ya que funcionaba una diarquía), hijos del mítico Takaynamo, iniciaron la expansión de sus territorios desde Trujillo hasta los valles de Zaña y Santa (Jequetepeque). Luego de ellos, gobernaron 7 gobernantes - de los cuales no se conservaron sus nombres - hasta la llegada de Michancaman V, el gran conquistador Chimú, quien con su lugarteniente Querrotumi, extendió los límites de su imperio, pero que al encontrarse con los incas, significo su caída en 1470. Al respecto, en el libro VI de los Comentarios reales de los incas, del Inca Garcilaso de la Vega, se narra la caída de esta civilización (Capítulo XXXII: «Van a conquistar al reino Chimú, y la guerra cruel que se hacen» y Capítulo XXXIII: «Penitencia y aflicciones del Gran Chimú, y como se rinde este».) Garcilaso sitúa esta conquista bajo el reinado del Inca Pachacútec, con quien empezó la expansión imperial incaica. Las fuerzas invasoras estuvieron comandadas por el príncipe heredero Túpac Yupanqui y contaron con el apoyo de los reyezuelos de Chuquimancu y Cuismancu (valles ubicados en el actual departamento de Lima), antiguos enemigos de los chimúes. Cuando Yupanqui llego con sus tropas al valle de Barranca, Lima, mando a decir a Michancaman V que se someta a los incas, pero la respuesta del soberano chimú fue: “los espero con las armas en la mano para morir en defensa de mi patria, sus leyes y costumbres. Que el Inca se entere de esto, porque no daré otra jamás”, desatando una guerra que fue larga y sangrienta. Con grandes esfuerzos los incas avanzaron por Paramonga y Santa, pero al no poder doblegar la resistencia del enemigo, el príncipe inca pidió más refuerzos al Cuzco, que le llegaron en número de 20.000 soldados. Ante ello, Minchancaman V, viendo que era imposible resistir más y presionado por sus propios súbditos, se rindió, sometiéndose en vasallaje a los incas. Pero ello no fue impedimento para que los incas se vengasen de los vencidos, y en qué forma, matando a casi todos sus habitantes, saqueando e incendiando la ciudad, que abandonada, no tardo en cubrirse con las arenas del desierto. Los incas trasladaron al Cuzco los tesoros de Chan Chán así como a los reputados orfebres chimúes, para que adornasen el Coricancha o Templo del Sol, tal como posteriormente fue descrito por los españoles. De esta masacre aparte de los orfebres, se salvo el propio Michancaman V, quien capturado en su huida fue llevado como rehén al Cuzco, donde fue obligado a casarse con una vieja matrona inca y recluido en un palacio ubicado en las afueras de la ciudad, donde al poco tiempo moriría de melancolía. En cuanto a su heredero, su hijo Huacricaur, de 25 años, a punto estuvo de ser degollado y fue enviado de vuelta al reino conquistado como gobernante títere de los incas, teniendo como “consejero” al general Querrotumi quien aparentemente traiciono a Michancaman V y se pasó al enemigo. Es indudable que la caída de Chan Chán marcó el principio del fin para la cultura Chimú. La conquista incaica trajo consigo estragos, desde la destrucción física de sus monumentos hasta la desestructuración de su orden social. Las huellas de los Chimú fueron borradas lentamente, dejando un vacío en la historia que resonaría por siglos. Aunque la conquista inca llevó a la desaparición física de la civilización Chimú, su espíritu no fue completamente extinguible. En efecto, una vez conquistados, los chimúes no mantuvieron una actitud pusilánime, sino insurrecta por el trato brutal al que fueron sometidos, originando tres levantamientos. El primero liderado por Querrotumi, quien luego de una larga resistencia, termino suicidándose en 1475; la segunda estuvo a cargo del general Huamanchumo, que también fracasó; y pasado 57 años de ello, quien tomo las armas fue Cuyuche, el cual masacro a la guarnición inca en Pacatnamú al enterarse de la llegada de los españoles y la captura del bastardo Atahualpa en Cajamarca, pero desengañado de los recién llegados al comprobar su sed de oro, se rebeló, siendo capturado por Hernando Pizarro y ejecutado. Fueron héroes de una historia olvidada. En siglos posteriores, los arqueólogos comenzaron a desenterrar los secretos sepultados por el tiempo, desenterrando tesoros enterrados entre las ruinas de Chan Chán. Este resurgir arqueológico no solo reveló la magnificencia pasada de Chimú, sino que también encendió una llama de reivindicación y recordación. A medida que las excavaciones arqueológicas revelaron los vestigios del Imperio Chimú, el mundo volvió su mirada a esta civilización perdida. Museos y académicos se unieron para tejer juntos la historia de los Chimú, reconociendo su contribución al tapiz de la civilización andina. Cada artefacto desenterrado contaba una historia, un eco resonante de la grandeza que una vez fue. El colapso de la cultura Chimú sirve como una conmovedora advertencia sobre los estragos de la conquista y la fragilidad de la grandeza. La historia de los Chimú no es solo un capítulo olvidado, sino un recordatorio de cómo las glorias de un imperio pueden desvanecerse en el viento de la conquista. Hoy, mientras los vientos del Pacífico acarician las ruinas de Chan Chán, la memoria de los Chimú se erige una vez más. Los esfuerzos por preservar y reconstruir esta ciudad perdida están en marcha, dando esperanza de que, a pesar de la tragedia, la grandeza de los Chimú pueda encontrar su lugar en el tapiz continuo de la historia peruana. Aunque la tragedia marcó el final de la civilización Chimú, su eco persiste en las brisas del desierto y en la resiliencia de quienes buscan recordar. La grandeza de los Chimú, grabada en la piedra y el metal, resiste al implacable paso del tiempo, recordándonos que incluso en la derrota, el espíritu de una cultura puede vivir eternamente. La historia de los Chimú es una llamada a la reflexión sobre la fragilidad de la grandeza y la importancia de recordar, incluso cuando las arenas del tiempo y “la historia oficial” de los incas intentaron borrar sus huellas.
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