TV EN VIVO

sábado, 11 de diciembre de 2021

PERÚ: Aquel oscuro individuo

Dicen que cada país tiene el gobernante que se merece y no cabe duda que ello se aplica perfectamente al Perú, donde las masas ignorantes eligieron a un burro en unos cuestionadísimos comicios signados por el fraude y ahora pagan las consecuencias de su estupidez. Como podéis imaginar, nos estamos refiriendo a un tipejo de lo más impresentable llamado Pedro Castillo, de ideas trasnochadas, limitadísimo lenguaje y nula inteligencia - empeñado en instaurar a como dé lugar una dictadura comunista - quien pudo salvarse esta semana del primer intento de vacancia formulado en su contra gracias al apoyo de elementos prontuariados en el Congreso quienes le salvaron el cuello de momento, pero ahora le tocara pagar dicho “favor” por lo que no nos sorprenda que más adelante, al ver que no cumple con lo ofrecido - y no lo va a hacer porque no tiene palabra - van a ir a por él. Ante todo, cabe recordar que hace casi cuatro años, en diciembre del 2017, el conocido lobbysta y Traidor a la Patria Pedro Pablo Kuczynski enfrentó el primer intento de vacancia por parte de la oposición en el Congreso. El judío era uno más de los varios políticos peruanos salpicados por los múltiples escándalos de corrupción de la constructora brasileña Odebrecht. Luego de anunciar públicamente que no renunciaría, PPK sobrevivió a ese primer asalto por poco: hacían falta 87 votos (dos tercios del número total de congresistas) para que la moción de vacancia prosperara, pero los vacadores solo alcanzaron 79. Pero para el siguiente asalto, tras conocerse reveladores testimonios que lo involucraban en nuevos actos de corrupción, no tuvo tanta suerte. El nuevo intento de vacancia en marzo del 2018 no llegó a votarse en el Pleno del Congreso. El 14 de ese mes, un día antes del debate y votación, PPK renunció tras conocerse la compra de votos que hizo para evitar su humillante destitución a un sector del fujimorismo, a cambio del “indulto humanitario” que había concedido ilegalmente al exdictador Kenyo Fujimori, al cual no tiene derecho alguno tras ser condenado a 25 años de prisión por Crímenes de Lesa Humanidad. El escándalo origino que este sea anulado y el condenado volvió a la cárcel del cual nunca debió haber salido. En cuanto a Kuczynski y su ignominioso final (quien hoy se encuentra bajo arresto domiciliario “por su avanzada edad” en espera de su juicio), inauguro la temporada de caza al inquilino de Palacio en el Perú que se vive desde entonces. Hubo de pasar tres años, cuando en septiembre del 2020, el sucesor de PPK, su antiguo vicepresidente Martín Vizcarra, sobrevivió a un primer intento de vacancia en el Pleno del Congreso por corrupto y por ladrón. Como recordareis, este lagarto había hecho de la confrontación diaria con el Congreso, su principal - y única- estrategia política. Al punto de que un año antes, el 30 de septiembre del 2019, disolvió inconstitucionalmente el poder Legislativo (como hizo Fujimori en 1992) erigiéndose desde entonces en dictador. El muy infeliz pretendió eternizarse en el cargo y para ello llamo a nuevas elecciones congresales creyendo ilusamente que podía mantenerlos bajo su control, pero se equivoco completamente. Sería este nuevo Congreso, elegido en enero del 2020, el que intentaría en dos ocasiones deshacerse de él, y el que finalmente lo vacó por incapacidad moral permanente con el voto de 105 congresistas, 18 más de los que hacían falta para sellar la suerte de este miserable delincuente. De ahí en adelante, y antes de las elecciones de este año, el Perú sumó dos presidentes más, uno de los cuales no llegó a cumplir una semana en el cargo. Se esperaba, con no poca ingenuidad, que las elecciones generales del 2021 aportaran algo de calma y permitieran al país reencontrar el rumbo en el año del Bicentenario de su independencia. Ocurrió, obviamente, todo lo contrario, ya que el encargado de la presidencia Francisco Sagasti (reconocido admirador de terroristas) hizo todo lo posible para que esas elecciones amañadas de raíz las “ganase” su camarada Pedro Castillo - terrorista convicto y confeso - quien se presento como candidato de la organización delincuencial Perú Libre (organismo de fachada de Sendero Luminoso) no ocultando su deseo en campaña de instaurar en el Perú “su república popular de nueva democracia” siguiendo al pie de la letra las enseñanzas de su maestro y guía Abimael Guzmán, cabecilla de Sendero y condenado por sus abominables crímenes a Cadena Perpetua, al cual Castillo no pudo indultar como era su promesa electoral, porque la muerte del genocida se le adelanto. Era de esperar que tras el fraude consumado en esos comicios, la oposición democrática intentara removerlo del cargo que usurpa ilegalmente a la primera oportunidad. Los vergonzosos inicios del mandato de Castillo, que fue incapaz de nombrar un gabinete completo sino hasta pasado dos días de jurar el cargo - gentuza de la peor calaña igual a él - y que ha debido cambiar a 10 de esos indeseables elementos (incluido a quien eligió como primer Ministro, un cocainómano con comprobadas conexiones con el narcoterrorismo) en poco más de cuatro meses, no auguraban nada bueno. Para sorpresa de casi nadie, ha sido incluso peor. A las idas y venidas y contradicciones habituales en sus improvisados mensajes, al nombramiento de figuras cuestionables como ministros y otros cargos claves, a su negativa a conceder entrevistas a los medios de comunicación y transparentar las acciones de su régimen, se han sumado en semanas recientes nuevos casos de corrupción y tráfico de influencias, que involucran tanto al propio Catillo, como a sus secuaces de su entorno criminal con quienes (des)gobiernan al Perú. Así, pese a que cuando asumió el cargo se le había indicado que ya no podía hacerlo, Castillo ha venido despachando de forma clandestina mismo delincuente - sin registros publicados - en una vivienda privada, en lugar de en su oficina de Palacio de Gobierno como por ley está obligado. Ahí ha recibido a ministros y empresarios para realizar oscuros negociados sumamente lesivos para los intereses del país, lo que a todas luces, constituye un delito. Esa grave revelación, sumada a otros casos por parte de miembros de su entorno delincuencial, hizo que ganara fuerza una primera moción de vacancia presentada por 28 legisladores a finales de noviembre. Sin embargo, la moción no pasó a votarse en el Pleno ya que el 7 de diciembre no consiguió los 52 votos necesarios para ello. Ello debido a que Castillo se reunió en la víspera con ciertos congresistas de la “oposición” involucrados en sonados escándalos de corrupción, quienes a cambio de su impunidad votaron en contra, tal como efectivamente ocurrió. Pero con el pasar de los días se darán cuenta de que las promesas dadas por ese individuo no se cumplirán y la situación cambiará. En la desprestigiada clase política peruana, los “aliados” de hoy son los enemigos del mañana, que se alejaran de su lado cuando vean la “inconveniencia” de seguir blindándolo. Entretanto, Castillo continúa lanzando ridículas arengas y victimizándose como si, en lugar de tener que enderezar el rumbo de su desastroso régimen, se encontrara todavía en campaña. Pero en estos últimos tiempos, la supervivencia de un mandatario en el Perú - que llegue a cumplir los cinco años que la Constitución dicta - debido a los escándalos de corrupción en los que aparecen involucrados, es ya una mera cuestión aritmética. Se cuenta o no se cuenta con los votos - 52 de 130 - para llevarlo al Pleno. Y, una vez superado ese primer escollo, se cuenta o no con los 87 (también de 130) necesarios para dictaminar su incapacidad moral permanente y con ello, removerlo del cargo. Lo que los peruanos han entendido en estos años de crisis política es que, cuando el Congreso dispara una primera vez, sin lugar a dudas volverá a disparar una segunda. También, que los tiempos son cada vez más cortos: de los tres meses entre la primera y segunda moción de vacancia contra Kuczynski, se paso a un interregno de solo un mes en el caso de Vizcarra. Por otro lado, si algo han aprendido los peruanos en estos casi cinco meses de caótico e improvisado mandato de Castillo, es que este sujeto que en su medio lenguaje se autotitula ‘prosor’, es alérgico al aprendizaje y no parece comprender la endeblez de su régimen filosenderista, desaprobado por más del 60% de los peruanos. Puede que haya sobrevivido al primer intento de vacancia, ¿pero sabrá prepararse para el siguiente? Todo parece indicar que no y es solo cuestión de tiempo de que siga el camino ya seguido por quienes lo antecedieron. Castillo cometería un error grave de cálculo si cree que va a seguir en el poder por cuatro años y medio más, al amparo de elementos como César Acuña, José Luna y los de Acción Popular, quienes esta vez no han permitido ni incluso que se acepte la discusión de la moción de vacancia planteada por sus actitudes dictatoriales y sin la menor capacidad para estar al frente de un país que atraviesa una gravísima crisis, agravada por la pandemia del Coronavirus que no ha podido ni sabido enfrentar. Si Castillo insiste en una ilegal y antidemocrática asamblea constituyente de la mano de Vladimir Cerrón y Guillermo Bermejo, mantiene su política de espanto a la inversión privada a través de personajes como su premier Mirtha Vásquez, no cambia a ministros como el de Educación y Transportes y Comunicaciones, no aclara las reuniones en el pasaje Sarratea con proveedores y lobistas, y no explica la bonanza económica de su exsecretario Bruno Pacheco, todo estará perdido para él. Y cuando eso suceda, lo primero que va a reaccionar es la gente a pie, y una vez que esta comience a llenar con su indignación las plazas y las calles exigiendo la salida de quien jamás debió haber llegado a Palacio, los Acuñas, los Lunas y los de Acción Popular serán los primeros en abandonarlo a su suerte, para que no os identifiquen con él. En ese momento ya no servirán de nada los diálogos, las reuniones en Palacio de Gobierno ni los “arreglos” bajo la mesa, como sucedió en la víspera de la votación. Eso de que apoyaron al ahijado de Cerrón por “la gobernabilidad” o para dar “estabilidad”, no se los creerá nadie. Será el precio a pagar por no dejar que Castillo ni dé explicaciones al país por sus delitos. Pese a ser nuevo en política, Castillo debería saber que el Perú muchos de los remedos de “partidos” no se sustentan en ideologías, principios ni vocación de servicio, sino en intereses. Cuando todo se venga abajo, ni las izquierdas de Verónika Mendoza y Marco Arana, hoy cómplice de este oprobioso régimen de quien vive de espaldas al país, moverán un dedo por volver a salvar a quien tendrá que salir por la puerta falsa de Palacio de Gobierno, como ya se ha visto recientemente. Es innegable que en medio de la improvisación más absoluta que se vive actualmente, la historia volverá a repetirse :)

jueves, 9 de diciembre de 2021

YOGURT SBELT LAIVE: Para estar en línea

Con 111 años de existencia, Laive ha ido plasmando a través de estos largos años la visión y los valores empresariales de una compañía en busca de la excelencia. Y ahora nos presenta su yogurt Sbelt, cero grasas y cero azúcares pensando espacialmente en quienes cuidan su figura. Como sabéis, Laive es una empresa dedicada a producir y comercializar alimentos de calidad garantizada, promoviendo la salud y el bienestar de sus consumidores. Entre sus principales alimentos se encuentran leches, yogures, quesos, mantequillas, manjares, jugos y néctares; así como también embutidos y cereales. Reconocida como una de las marcas más innovadoras del mercado, Laive es líder en la elaboración de productos “funcionales” con valor agregado, entre los que destacan los productos con cultivos prebióticos y probióticos, los semidescremados, los 0% grasa, los 0% lactosa y los que contienen omegas y DHA. Cabe destacar que Laive es una compañía cuya razón social en 1910, era Sociedad Ganadera del Centro. No se sabe con certeza de donde viene el nombre de Laive, pero se supone que es la unión de las iniciales de dos nombres de los dueños de las haciendas donde se creó la empresa. Originalmente dedicada a la producción ganadera y agrícola, para lo cual contaba con haciendas tanto en Huancayo como en Huancavelica hasta 1970, cuando todas sus tierras fueron expropiadas ilegalmente por la reforma agraria - durante la dictadura velasquista - obligándole a reconvertirse en una fábrica de producción de quesos inaugurando en Lima una moderna planta procesadora de productos lácteos en 1972 que producía además del queso fundido, mantequilla y queso fresco, el novedoso yogurt, y les fue tan bien en el negocio que hoy son la segunda productora de lácteos en el país. En 1980 inauguraron su planta en Arequipa - donde se procesan y maduran naturalmente los quesos Edam, Danbo, Gouda, Cuartirollo, Parmesano y Mozarella entre otros - consolidándose como una empresa peruana líder e innovadora, orientada al consumidor, que brinda productos de calidad garantizada en alimentación y nutrición son la segunda productora de lácteos en el país. Con el paso de los años, su posición se consolida en el mercado peruano a pesar de la dura competencia que representan Gloria y Nestlé. Confiando en el crecimiento del país a pesar del duro desafío que representa el régimen filosenderista de Pedro Castillo, el 2022 traerá nuevos desarrollos siempre en sus consumidores. Y es que desde su fundación a inicios del siglo pasado Laive nunca ha dejado de crecer y lo seguirá haciendo a pesar de todas las adversidades que se le puedan presentar. Laive es Vida :)

martes, 7 de diciembre de 2021

AYACUCHO: La batalla definitiva

Como sabéis, la emancipación de los extensos territorios que fueron parte del Imperio Español desde el siglo XVI culminó un largo proceso, iniciado a mediados del siglo XVIII, en el que los ciudadanos americanos tomaron conciencia de su personalidad propia y de su fuerza. Muchos comenzaron a preguntarse por qué debía depender todo un subcontinente de una península europea. La discriminación sistemática que sufrían los criollos (hijos de europeos nacidos en América) por parte de los peninsulares que acaparaban los altos cargos de gobierno de las colonias y que se negaban a compartirlo - por lo cual tenían que conformarse con puestos subalternos - contribuyó a radicalizar sus posturas. El autoritarismo de la monarquía borbónica suscitó así entre las clases acomodadas un profundo descontento. Estos sectores estaban acostumbrados a hacer y deshacer en función de sus intereses, manipulando a los virreyes a su antojo. Hasta que la Corona retomó el control y envió a funcionarios dispuestos a imponer su autoridad por la vía expeditiva. El rey trataba, ante todo, de extraer de los territorios ultramarinos todas las riquezas posibles, a través del aumento de los impuestos y la producción de plata. La emancipación de los EE.UU. respecto a Gran Bretaña marcaría a los criollos el camino a seguir. Al poco tiempo, la Revolución Francesa difundiría ideas opuestas a una monarquía absolutista como la española. Esta, anclada en el pasado, iba a demostrar su incapacidad para gobernar desde Madrid unos territorios enormes y lejanos. A falta de comunicaciones rápidas, las decisiones llegaban con retraso, cuando la situación había cambiado y los problemas eran otros. Su dominio será cada vez más precario. La guerra con Inglaterra desatada a finales de siglo le impedirá asegurar eficazmente el ya de por sí lento contacto entre ambos lados del Atlántico. Pero fue la invasión napoleónica, en 1808, el hecho que inició la recta final hacia la independencia americana. La metrópoli tendría que combatir entonces en dos frentes, contra los franceses y contra los brotes secesionistas en las colonias. Cuando concluye la guerra en la península con la expulsión ignominiosa de los franceses, España concentra sus energías en recuperar su imperio cueste lo que cueste. Un país devastado por seis años de contienda feroz contra Napoleón no podía prescindir de los recursos americanos. Por ello, para no perder esta fuente de ingresos, España sacó fuerzas de flaqueza y realizó una apuesta bélica que iba a dejarla aún más exhausta. Según el historiador Josep Fontana, más de 45.000 hombres cruzaron el Atlántico en 25 expediciones de reconquista entre 1811 y 1818. La ofensiva de los realistas, es decir, de los partidarios del rey, tendrá éxito al principio. Hacia 1815, los patriotas, aspirantes a la independencia, se hallaban en retroceso en todo el continente, a excepción de la actual Argentina. Pero pasado tres años, la guerra cambiaría de signo. La pérdida de Chile puso a los españoles a la defensiva. Solo les quedaba una posibilidad: la llegada del ejército que se estaba reuniendo en Cádiz. Pero un hecho inesperado desbarató sus planes. Los refuerzos, en lugar de cruzar el Atlántico, se sublevaron contra el rey a las órdenes del teniente coronel Riego. El pronunciamiento marcó el inicio del Trienio Liberal, en el que Fernando VII se vio obligado a aceptar la Constitución de Cádiz. A menudo se ha señalado que la inestabilidad en la península tuvo efectos desastrosos sobre la causa imperial en América, al trasladar al Nuevo Continente las divisiones entre absolutistas y liberales. Pero lo cierto es que las luchas intestinas entre los peninsulares muchas veces no obedecían a motivos ideológicos, sino a envidias y disputas por el poder. En Perú, el único territorio aún en manos españolas, la situación interna del ejército era caótica. Un motín de la alta oficialidad destituyó al virrey Joaquín de la Pezuela, acusado de pasividad frente a los patriotas, y colocó en su lugar al general José de la Serna. Los problemas no acabaron ahí. Otro militar, apellidado Ramírez, se consideraba con derecho al cargo por ser de graduación superior. Despechado, presentó su dimisión. Pese a todo, las autoridades coloniales aún confiaban en la victoria. Para que la administración virreinal se hundiera definitivamente hizo falta una intervención externa: la del ejército colombiano a las órdenes de Simón Bolívar y de Antonio José de Sucre, su lugarteniente. Los recién llegados no lo iban a tener fácil. A ojos de los peruanos eran extranjeros, por lo que fueron recibidos con desconfianza ya que a diferencia del Libertador José de San Martín (quien renuncio a su titulo de Protector y abandono el país) este par de arribistas eran ambiciosos y tenían planes para dividir el Perú, como efectivamente ocurrió luego, al arrebatarle Bolívar primero Guayaquil y luego el Alto Perú, creando Bolivia. Los realistas, mientras tanto, reconquistaron la capital, Lima, y buena parte del país. Según el historiador John Lynch, la independencia “llegó a parecer una causa perdida”. Bolívar, desesperado, reunió un ejército de cerca de nueve mil hombres con el que venció providencialmente a los españoles en Junín en apenas una hora. Fue una batalla brutal en la que no pudieron emplearse armas de fuego, solo lanzas y espadas. Por eso se ha dicho de ella que parecía una lucha entre caballeros medievales. El virrey, sin embargo, aún contaba con un ejército poderoso y se lanzó a perseguir a Sucre para cortarle la retirada. Se inició así un dramático juego del gato y el ratón. Este bandido bolivariano lograba escabullirse mientras La Serna se encontraba en una situación cada vez más precaria. Sus hombres atravesaban terrenos montañosos que dificultaban su marcha y donde les era cada vez más difícil aprovisionarse. El hambre se hizo tan acuciante que tuvieron que comer la carne de sus burros y mulas. El envío de destacamentos a la búsqueda de ganado tal vez hubiera aliviado la situación, pero se descartaba totalmente para no dar oportunidad a posibles desertores. Los españoles, finalmente, fueron más rápidos. A los independentistas les quedaba una sola opción, aceptar la lucha aunque estuvieran en inferioridad de condiciones, con solo 5.800 hombres contra los 9.300 del enemigo. Sin apenas artillería, además, ya que un solo cañón debía enfrentarse a once. La batalla, que iba a poner fin al dominio español, tendría lugar el 9 de diciembre de 1824. Su escenario fue Ayacucho, una llanura junto a la cordillera del Condorcanqui limitada por dos barrancos. El nombre, en lengua quechua, significaba “el rincón de los muertos”. Poco antes del combate se encontraron en territorio neutral miembros de los dos ejércitos. Unos y otros aprovecharon para saludarse, ya que tenían en el bando contrario a amigos y parientes. En algún caso los lazos familiares eran muy estrechos: si el brigadier Antonio Tur estaba con los peninsulares, su hermano, el teniente coronel Vicente Tur, apoyaba a los independentistas. La confraternización se prolongó durante cerca de una hora, en la que no faltaron comentarios sobre posibles negociaciones de paz. La lucha comenzó bien para los españoles. Su mejor comandante, Jerónimo Valdés, sembró el pánico en las filas patriotas, pero estas consiguieron reorganizarse. Estaban decididas a resistir a toda costa. Uno de sus generales, Córdoba, protagonizó entonces un gesto destinado a infundir moral a sus tropas. Desmontó de su caballo y proclamó con teatralidad que no quería disponer de ningún medio para escapar, si es que llegaban a ser derrotados. Luego ordenó fuego a discreción e hizo avanzar a sus hombres. “¡Hasta la victoria final!”, gritó. El inesperado avance independentista cambió el curso de la batalla. Se produjo una situación confusa, y durante media hora de lucha cuerpo a cuerpo los lanceros americanos masacraron a los peninsulares, que vieron cómo Córdoba les arrebataba su artillería. Desesperado al ver que sus fuerzas se desintegraban, el virrey se lanzó a la lucha como un soldado más. Fue hecho prisionero tras recibir varias heridas de sable, por lo que tuvo que ser sustituido por el general Canterac. En un primer momento este intentó reunir a sus hombres dispersos y continuar la lucha. Pronto, sin embargo, se dio de bruces con la realidad. Los soldados se negaban a combatir. Es más, amenazaron a sus jefes e incluso dieron muerte a uno de ellos, el capitán Salas, que se había empeñado en contener el movimiento de rebeldía. Reclutados a la fuerza para defender una causa en la que no creían, se sublevaban a la primera ocasión. Historiadores como Salvador de Madariaga han supuesto que la capitulación de Canterac estaba pactada desde el primer momento y que la batalla solo fue una escenificación, destinada a salvar el honor militar para que no pareciera que los realistas se rendían sin combatir. No existen pruebas documentales que avalen esta teoría. Sí es evidente, en cambio, que Ayacucho representó un desastre total para el ejército español. Tuvo que lamentar 1.400 muertos y 700 heridos, además de unos 1.000 prisioneros. Los patriotas, por su parte, contaron casi un millar de bajas, de las que unas trescientas fueron muertas. Sin embargo, pese a la derrota, las fuerzas peninsulares alcanzaron un muy generoso acuerdo de rendición. El gobierno del Perú se comprometía a costear el retorno a Europa de los vencidos que desearan regresar, facilitándoles la mitad de su paga mientras permanecieran en territorio americano. También aceptaba no tomar represalias contra nadie que se hubiera significado a favor del régimen colonial, “aun cuando haya hecho servicios señalados a la causa del rey”. Liberaba, además, a todos los prisioneros enemigos y aceptaba hacerse cargo de los heridos a cuenta de sus propios fondos. Y, por si todo esto fuera poco, el último artículo del acuerdo de capitulación establecía que cualquier duda se interpretaría a favor de los españoles. Según el historiador peruano Virgilio Roel, “se les concedieron tantos derechos que da la impresión de que fueron ellos los vencedores de Ayacucho”. Las guarniciones que aún resistían, al conocer la derrota, comenzaron a desintegrarse. Pío Tristán sustituyó a La Serna como virrey, pero nada podía hacer ya. El viejo imperio hacía aguas por todas partes, en medio de un sálvese quien pueda generalizado. El general Maroto, futuro militar carlista, fue uno de los que se apresuró a ponerse a salvo. Comprobó que todo estaba perdido y optó por volver a España. Al poco tiempo, el propio Tristán aceptaba los hechos y se rendía. En la metrópoli, mientras tanto, tardaron cinco meses en enterarse del desastre ayacuchano. Sin una marina que garantizara las comunicaciones entre las dos orillas del Atlántico, las noticias se transmitían con exasperante lentitud. En Madrid, La Gaceta continuaba publicando noticias fantasiosas sobre supuestas victorias. El periódico aseguraba, por ejemplo, que Simón Bolívar había sido vencido y que iba a caer prisionero de un momento a otro. Pero cuando por fin llegaron informaciones de la batalla, las dio a conocer a pie de página como si se tratara de un hecho sin excesiva importancia. Quedaban, pese a todo, algunos irreductibles. En el Alto Perú, el general Olañeta se mantenía activo contra toda esperanza. Sucre, intentó sobornarlo. Si rompía con España, se convertiría en el nuevo gobernador de la región. Olañeta, absolutista convencido, intentó ganar tiempo y propuso un cese de las hostilidades durante cuatro meses. Procuró continuar con el esfuerzo bélico, pero vio cómo sus propias unidades se sublevaban una tras otra a favor de los patriotas. Fue asesinado mientras intentaba sofocar una de estas revueltas. Tras ello, el Alto Perú se constituía como estado independiente. Nacía la actual Bolivia, así llamada en “homenaje” a Bolívar, un déspota quien hasta su muerte llevo su odio al Perú. Ya solo un enclave permanecía en manos españolas, la fortaleza del Real Felipe en el Callao. Su jefe, el brigadier José Ramón Rodil, demostró una obstinación numantina al resistir un asedio de más de un año, negándose a reconocer la Capitulación de Ayacucho. En este tiempo recurrió a métodos despiadados, como fusilar a los desertores. Cuando comenzaron a escasear las provisiones, ordenó que los soldados recibieran una alimentación más completa que los civiles. A medida que el tiempo pasaba, la situación de los sitiados se hizo más y más dramática. Cuando ya no tenían casi qué llevarse a la boca se comieron las ratas, pero una epidemia de peste les diezmó todavía más. Rodil prefirió rendirse a caer prisionero en combate. Su capitulación ponía el definitivo punto final a la guerra de Independencia. En Madrid entretanto, el gobierno aún soñaba con recuperar las antiguas colonias. Cualquier rumor, por infundado que fuese, contribuía a despertar las esperanzas más descabelladas. Los ministros imaginaban que las repúblicas americanas pronto se verían sumidas en tal caos que regresarían encantadas a la tutela española, anhelando salir de la anarquía. En realidad, por inestables que fueran los nuevos países, sus ciudadanos no deseaban volver a la época virreinal. El fin del dominio español implicó un cambio político, pero poco más. Los patriotas que esperaban paz y bienestar pronto comprobaron su error. No se colocaron los cimientos de un desarrollo económico, ni se corrigieron las hirientes desigualdades sociales. Las nuevas repúblicas gobernadas ahora por los criollos, acostumbraron a mostrarse hostiles con los indios, que en países como Perú constituían más de la mitad de población y que veían cómo se deterioraban sus condiciones de vida. Habían alcanzado la independencia, sí, pero la libertad estaba todavía por llegar :(
Creative Commons License
Esta obra está bajo una Licencia de Creative Commons.