Una de las características iniciales que comparten los ritos fundacionales tanto en el mundo andino como el occidente antiguo es la trascendencia de la figura del oráculo y de la instrucción divina para la ubicación del lugar de fundación de cualquier asentamiento principal. Al otro lado del mundo, dentro de la cosmovisión y mitología andina, los oráculos fueron también determinantes para la fundación de ciudades, buscar respuestas ante decisiones controversiales o incógnitas importantes, indagar sobre el resultado de batallas, buscar recetas para la quebrantada salud de algún gobernante, y sobre disputas en general. Y fueron importantes no solo para el emplazamiento de las ciudades, sino también para explicar el origen mismo de sus culturas. El Huacapvillac, el que habla con la huaca (como se denominan a los templos indígenas), era el encargado de custodiar el santuario, “hablar” con el ídolo y responder a la gente, además de enseñar sus idolatrías y las maneras de venerarlas. Como sabéis, el valle de Lima fue hogar del santuario más importante de la costa del Pacífico; el templo de Pachacámac fue morada de un célebre y muy respetado ídolo, destino de peregrinaciones y admirado desde grandes distancias y épocas anteriores al Imperio Inca. Su nombre además daba nombre a la región entera: el valle de Pachacámac, el cual abarcaba territorios de los valles bajos del río Lurín, Rímac y Chillón, y fue uno de los lugares preferidos por Francisco Pizarro como “de mayor importancia”, una vez desembarcado en lo que hoy es Perú. Sin embargo, cabe precisar que existió a su vez otro oráculo menos importante que el primero y que se encontraba en la margen baja y derecha del valle del Rímac (que algunos investigadores relacionan con el origen del nombre del río, del valle, y aún de la misma ciudad de Lima). El ídolo Rímac era un demonio que los habitantes del lugar veneraban y consideraban sagrado. Se decía que el ídolo respondía a las preguntas de los habitantes y que era similar al oráculo de Apolo en Delfos. La ubicación de este santuario aun es materia de controversia; sin embargo, parece haber evidencias suficientes para ubicarlo en la zona de la plaza y la iglesia de Santa Ana, en los Barrios Altos. Además, existen diversos testimonios acerca de la demolición de un santuario en épocas cercanas a la fundación debido a la gran adoración que le tenían los indígenas locales, conociéndose luego sus ruinas como “la huaquilla de Santa Ana” y la vía que llevaba a ella como la calle del “rastro de la huaquilla”. Sobre el mismo ídolo del oráculo del Rímac, cuyos vaticinios eran lo que hacia esta huaca tan importante, Cristóbal de Albornoz en su Instrucción para descubrir todas las guacas del Pirú…, nos dice que este santuario se encontraba en la huerta de Gerónimo de Silva, es decir, en la misma zona de la iglesia de Santa Ana, “donde el demonio hablaba”. La gran importancia que tuvieron esta huaca y su oráculo para el valle casi nunca ha sido debidamente valorada ya que ha sido eclipsado por el de Pachacámac. Pero por documentos y testimonios del siglo XVI sabemos que el oráculo del Rímac tenía fama de dar siempre respuestas a la gente común, y además certeras, a diferencia del oráculo de Pachacámac, reservado a asuntos más importantes entre las sociedades locales. Una vez llegado el dominio inca a la región, a mediados del siglo XIV, el oráculo del Rímac fue respetado y asimilado al acervo religioso oficial incaico, y su ídolo fue trasladado al templo de Pachacámac, ubicado en un ambiente distinto al oráculo mayor del templo, y allí estuvo hasta su destrucción a manos de Hernando Pizarro cuando arribo al santuario en una expedición con el objetivo de recolectar el oro prometido por el bastardo Atahualpa tras ser capturado en Cajamarca en 1532. Al respecto, cuenta Garcilaso de la Vega en sus Comentarios Reales de los Incas: “El valle del Rímac está a 4 leguas del de Pachácamac, a cuyo santuario enviaban sus embajadores los señores del Perú a consultar las cosas de importancia. Rímac, quiere decir ‘el que habla’ y respondía lo que le preguntaban, por lo cual el valle se llamaba de la misma manera. Este demonio llamado también Rímac era muy venerado por los yuncas y luego por los Incas que ganaron ese hermoso valle, donde fundaron la Ciudad de los Reyes. Aquel ídolo de madera y ojos nacarados tenía un templo suntuoso, aunque no tanto como el de Pachácamac, que era el dios principal. Tras la conquista de los Incas del valle, este fue reservado para tratar únicamente negocios de los señores, mientras que el ídolo Rímac - considerado su criado - se dedicaba a resolver asuntos de comunes y plebeyos. El Padre Blas Valera refiere también este caso, aunque muy brevemente”. Aunque la ausencia de datos no permite reconstruir claramente este periodo de la historia, es bien conocida la larga data de indagaciones oraculares, quiromancia, astrología y la realización de todo tipo de adivinaciones y auspicios que se realizaban tradicionalmente en Pachacámac, que continuaron durante los tiempos felices del virreynato, e incluso hasta nuestros días.