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sábado, 30 de mayo de 2020

BRASIL: El final de la historia

Es el sujeto mas odiado en ese país y a su vez por su locura manifiesta, el más peligroso. Nos estamos refiriendo obviamente a Jair Bolsonaro, aquel demente quien como consecuencia de su actitud negacionista, ha sumido al gigante sudamericano en una de las crisis sanitarias más graves de las que se registran en el planeta por el Coronavirus. En efecto, Brasil es ya el segundo país del mundo con más casos detectados luego de los EE.UU. y el quinto en número de muertes - compartiendo además con el Perú el triste privilegio de haber convertido a América Latina en el epicentro mundial de la pandemia - de acuerdo al recuento que hace la universidad Johns Hopkins. Cifras extraoficiales hablan de una situación aún mucho más grave, con más de un millón de infectados y miles de muertos no contabilizados. Ya superó la barrera de los 1.000 muertos por día. Un estudio del Imperial College de Londres encuentra en el Brasil la tasa de contagio más alta para Covid-19 en el mundo: cada persona lo transmite a otras tres. Y ello que todavía no se alcanzó el pico de la pandemia. Las proyecciones fluctúan, pero existe cierto consenso de que el máximo de contagios se alcanzará a fines de mayo y el de los muertos en junio. Todo esto en un contexto de negacionismo de la gravedad de la situación impulsado por el propio Bolsonaro, quien ha perdido en forma acelerada todo el apoyo que tenia para llegar a la presidencia ya que la inmensa mayoría de los brasileños lo culpa de lo que está sucediendo. Bolsonaro se encuentra en el medio de una “tormenta perfecta” de tres frentes: graves crisis política, económica y sanitaria. Y la pregunta que ronda en Brasil es si Bolsonaro podrá sobrevivir a semejante tsunami. Desde que comenzó la pandemia, ya se fueron dos ministros de Salud por no coincidir con la apertura indiscriminada de las actividades y el uso masivo de la dudosa hidroxicloroquina que propicia Bolsonaro para combatir el Covid-19. Y tuvo que asumir la cartera el general Eduardo Pazuello, un oficial formado en la Academia Militar de Agujas Negras, la misma donde estudió el sátrapa. De esta manera, los militares ocupan 9 de los 22 ministerios. Pazuello no tiene experiencia alguna en operaciones humanitarias, por lo que muchos se preguntan como podría llegar a manejar una asistencia adecuada a las víctimas de la pandemia si solo llego al puesto que hoy ocupa por ser militar. Lo grave del asunto es que además no cuenta con la infraestructura necesaria para intentar siquiera enfrentarlo. Al respecto, el alcalde de Sao Paulo, una megalópolis de 21 millones de habitantes, advirtió que el sistema hospitalario está al borde del colapso. El Coronavirus ya alcanzó la triste posición de mayor causa de muerte por una calamidad en la historia brasileña. La gripe española de 1918 mató en el Brasil a 35.000 personas entre 1918 y el 19, pero ahora se podría llegar a diez veces esa cifra. “A este ritmo, el Coronavirus se convertirá en una tragedia que será recordada por varias generaciones. Evidentemente, el problema afecta a todos los países del mundo. Pero aquí el descuido de las personas y las autoridades ha contribuido a aumentar el desastre”, dice el artículo de fondo de la última edición de la revista Veja. El Sars-CoV-2 tiene una altísima letalidad en Brasil, del 7% en promedio a nivel nacional y en Manaos y Río llega al 9%. Y esto se debe, sobre todo, a la desidia de Bolsonaro que en un principio hablaba de “una gripecita” y luego no avanzó en una cuarentena adecuada. Fueron los gobernadores quienes se pusieron la pandemia al hombro y decretaron los cierres a los que se negaban desde el Palacio de Planalto. Y la pandemia encontró a Brasil con su Sistema Único de Salud “desmantelado por una mezcla de ineptitud en la gestión, falta de inversión, burocracia en altas dosis y corrupción galopante”, asegura el mismo artículo de Veja. Ni siquiera la gravedad de la situación detuvo el robo de las autoridades de salud en Río de Janeiro y Santa Catarina, que están bajo sospecha de recibir coimas multimillonarias en los contratos para la compra de máscaras y respiradores. Y al presionar al máximo el sistema, del cual dependen tres de cada cuatro brasileños, el Coronavirus expuso claramente la falta de médicos, insumos, camas de cuidados intensivos y hasta de luz. Hubo cortes de electricidad en varios hospitales desde que comenzó la pandemia, provocando la muerte de decenas de infectados conectados a los respiradores que dejaron de funcionar por la negligencia del gobierno. “Con esta situación de crisis graves en todos los frentes”, comenta el historiador José Murilo de Carvalho, miembro de las academias nacionales de Letras y de Ciencias, en una entrevista con Veja desde su casa en Río de Janeiro. “Parece cada vez más difícil que Bolsonaro, quien llegó al cargo en enero de 2019 con un discurso antisistema, militarista y de ultraderecha, pueda concluir su mandato presidencial de cuatro años”. Carvalho explica que hubo procesos de impeachment contra Fernando Henrique (Cardoso), Luís Ignacio Lula da Silva y Michel Temer; y ninguno de esos procesos avanzaron porque tenían una base parlamentaria sólida. En cambio, los otros procesos contra Dilma Rousseff y Fernando Collor de Mello salieron adelante porque no contaban con esa mayoría legislativa. “Bolsonaro tampoco la tiene, y mucho menos el apoyo mayoritario de la gente, por lo que solo le quedan los militares para intentar quedarse en Planalto, pero muchos sectores ya perdieron la confianza en el”, dice el historiador. La última encuesta de XP Ipespe, concluida el pasado martes, confirma la brutal caída pronunciada de la popularidad de Bolsonaro: Más del 60% lo calificaron como terrible en comparación con 31% en la encuesta anterior del 24 de abril. Un movimiento similar ocurre en el área económica, en el que el grupo que evalúa que la economía está en el camino equivocado saltó al 57%. A los encuestados también se les preguntó sobre los impactos de la crisis del Coronavirus. Para el 68%, lo peor está por venir. Y muestra que el apoyo al aislamiento social como medio para hacer frente a la pandemia - algo a lo que se opone Bolsonaro - sigue siendo alto. Para el 86%, es la mejor manera de prevenir y tratar de evitar una mayor contaminación, mientras que apenas el 7% no está de acuerdo. A pesar de estas lapidarias cifras, hay algunos bolsoneristas (de los pocos que quedan) quienes ciegos ante la realidad, afirman que Bolsonaro “mantiene el apoyo de sectores muy poderosos” en referencia a los militares “y podrá valerse del uso de la fuerza al verse amenazado” amenazando con un baño de sangre si intentan sacarlo del poder. De otro lado, en una entrevista en el diario Folha de São Paulo, el exministro de Salud Luiz Henrique Mandetta, destituido en abril por sus divergencias con el tirano, afirmó que la intervención de Bolsonaro en la pandemia fue nefasta. “Teníamos nuestros estudios de escenarios de números de casos y muertes. Nada de lo que está ocurriendo hoy es sorpresa para el gobierno. El ministerio es una nave sin rumbo”, aseguró. “Claramente, Bolsonaro consideraba que la crisis económica proveniente de la salud era inaceptable por más que lo alertáramos de que era una enfermedad muy seria”. Lo más grave para Mandetta es su insistencia en el uso de la cloroquina para tratar a los pacientes contagiados. La droga que se utilizaba hasta ahora para el tratamiento de la malaria tiene graves efectos colaterales, como arritmia cardiaca y alucinaciones. Según el exministro, la intención de Bolsonaro con su apuesta por este controvertido medicamento “era que los brasileños piensen que pueden volver al trabajo porque ya existe un remedio para el Coronavirus aunque ello no sea cierto, ya que lo único que busca es obligarlos a trabajar así se contagien para no seguir perjudicando a los empresarios que pierden dinero por cada día que no se trabaja” expreso. Mientras tanto, el ala militar en el gobierno intenta apagar los incendios que va desatando aquel desequilibrado mental, pero no será así por siempre porque todo tiene un límite. Nueve de los 22 ministros vienen de las filas de las Fuerzas Armadas. Cuando el ministro Sergio Moro presentó su renuncia por las interferencias de Bolsonaro en las investigaciones judiciales en los que están involucrados sus hijos y querer imponer a un nuevo jefe de policía, tres generales fueron movilizados para evitar la ruptura. No lo lograron, pero es un buen ejemplo del protagonismo que han adquirido los uniformados desde la llegada al poder de Bolsonaro ya que su insistencia en apoyar las expresiones más radicalizadas y golpistas, también colocan a las Fuerzas Armadas brasileñas en una posición complicada. Desde hace meses, las redes sociales están plagadas de rumores de “ruidos de corceles y de aceros”, de planes de golpes de Estado para que Bolsonaro lidere una dictadura y de permanentemente declaraciones de generales que descartan cualquier posibilidad que ello ocurra, revelando la división existente entre los uniformados. Precisamente, el domingo pasado, Bolsonaro participó de una movilización en la que se pedía a los gritos “¡Golpe de Estado!” y “Jair dictador!”. Era la tercera vez que aparecía en un acto a favor de la clausura del Congreso y el Tribunal Supremo, además de no cumplir con la cuarentena. Fue demasiado para el generalato. Respondieron a su manera. Bolsonaro había proclamado: “No vamos a admitir más interferencias. Se nos acabó la paciencia”. Y remató: “Las Fuerzas Armadas están de nuestro lado”. En un inusual comunicado, ministro de Defensa, general Fernando Azevedo, reafirmó el compromiso de los militares con la democracia, la Constitución y la separación de poderes. Asimismo, también defendió el trabajo que están haciendo los 30.000 soldados que están trabajando para levantar hospitales de campaña, trasladar equipamiento de emergencia o desinfectar calles. “Nos enfrentamos a una pandemia de consecuencias sanitarias y sociales todavía imprevisibles que requiere el esfuerzo y entendimiento de todos”, dijo Azevedo contraponiéndose a la visión del loco del Planalto para quien “aquí no pasa nada” y “la salud está en un segundo plano”. El propio jefe del Ejército, Edson Leal Pujol, había tenido otro gesto público que incomodó a Bolsonaro. Cuando este ofreció su mano al general Leal, este le respondió con un choque de codos. Y todos los otros militares lo imitaron. Un codazo a la estrategia bolsonarista que es un fracaso en todo sentido. También hay muchas especulaciones alrededor del vicepresidente Hamilton Mourão, un antiguo general que es la contraparte de su jefe. Es el hombre que ocuparía la presidencia si alguna de las peticiones de destitución prosperase, algo que están viendo con buenos ojos tanto sus colegas uniformados como el grueso de la clase política de Brasilia que desea cuanto antes la caída de ese loco. Mourão fue el encargado de apaciguar a China cuando Bolsonaro o alguno de sus hijos dijeron barbaridades del gobierno de Beijing, de cerrar la crisis diplomática por los incendios en la Amazonia del año pasado o de lograr que Brasil permanezca en el Acuerdo de París de medio ambiente. Claro que no lo pudo salvar de otros gravísimos errores como el del video que autorizó a exhibir el viernes la Corte Suprema y en el que se lo ve interfiriendo para manejar a la cúpula de la Policía Federal, como había denunciado el ex ministro Sergio Moro. Lo paradójico es que Bolsonaro va a ser juzgado como un general, por la cantidad de bajas en la guerra. Y en ese sentido, está sufriendo una dura y demoledora derrota. Muchos en Brasil están convencidos por ello que Bolsonaro no sobrevivirá a la pandemia. Comenzará entonces, el ajuste de cuentas :)
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