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sábado, 2 de abril de 2022

PERÚ: El síndrome Fujimori

Por estos días, en el país andino se hacen una serie de preguntas para los cuales no existen respuestas: “¿Fujimori no va a salir prisión a pesar que el Tribunal Constitucional haya ordenado su libertad?” “¿Qué derecho tiene la politizada CIDH para inmiscuirse en los asuntos internos del Perú y tratar de impedirlo?” “¿Porque no reclaman de la misma manera cuando el gobierno indulta de forma ilegal a decenas de terroristas de Sendero Luminoso y el MRTA?” “¿Cómo se pueden acatar las ‘recomendaciones’ de quienes solo levantan la voz en defensa de esos despreciables asesinos?” “¿No sería mejor que el Perú abandone cuanto antes ese cuestionado organismo cuyos miembros tienen un claro sesgo ideológico?” Y así por el estilo, son interrogantes que los peruanos se plantean una y otra vez. No cabe duda que el filosenderista Pedro Castillo intentara agarrarse de ese tema para intentar presentarse hipócritamente como “defensor de los derechos humanos” cuando formaes integrante nada menos que del propio Sendero Luminoso, a cuyo cabecilla - su idolatrado líder, maestro y guía, Abimael Guzmán Reynoso - había decidido indultar “por razones humanitarias” e incluso se sabe que llego a firmar el citado documento, pero el genocida murió el pasado 11 de septiembre, un día antes en que iba a ser anunciada su liberación, en el cual se iba a cumplir 29 años de su captura. Ahora que Castillo se encuentra bajo la espada de Damocles acusado de múltiples actos de corrupción, con sus sobrinos y cómplices de fechorías como “no habidos” por la justicia - gavilla de delincuentes que usurpan el poder - es indudable que tratará de utilizar políticamente el caso Fujimori para tratar de desviar la atención pública de sus aberrantes delitos y del desastre económico en el que se encuentra el país debido a su ineptitud, improvisación e incapacidad manifiesta. Ahora bien ¿está preparado el Perú cuando llegue la hora de la muerte de Fujimori? ¿Cómo reaccionaran sus partidarios y detractores cuando ello suceda? Al respecto, existen varios ejemplos a tomar en cuenta. Como sabéis, en lo que va del siglo XXI, América Latina ha visto morir a cinco dictadores. El paraguayo Alfredo Stroessner y el chileno Augusto Pinochet en el 2006. Pasado siete años, en el 2013, les tocó el turno al venezolano Hugo Chávez y luego al argentino Jorge Rafael Videla. Tres años más tarde, murió el sátrapa comunista Fidel Castro, quien instauro en Cuba la dictadura más longeva de la región, el cual ascendió al poder en 1959 y no se apeó de él sino hasta el 2006, cuando gravemente enfermo, cedió el control del país a su hermano Raúl Castro - otro despreciable asesino como el - primero de forma provisional y luego, definitivamente, en el 2008. Como recordareis, tras su muerte en el 2016, realizaron un nauseabundo espectáculo con sus cenizas que fue paseado por toda la isla. Han pasado unos años y en Cuba nada cambio, donde millones siguen sobreviviendo en la miseria más absoluta donde no tienen ni que comer, con una vieja y desvencijada Habana que se cae a pedazos por todos lados. Al tratarse de una isla no pueden escapar como de Venezuela, sino en estos tiempos nadie viviría en ese infierno, pero no pueden rebelarse como era de esperar en esas terribles condiciones y quienes se atreven son violentamente reprimidos por el régimen. Ahora ‘gobernada’ por el ex número dos de Raúl Castro, quien se vale del terror para atenazarse al poder. De todos esos déspotas, el único que pereció en la cárcel fue el argentino Jorge Rafael Videla, mientras que Hugo Chávez fue el único que murió en el poder. Pero hay un abismo enorme entre estos dos decesos, no solo porque ocurrieron en lugares radicalmente distintos: uno confinado en una celda del Penal Marcos Paz en las afueras de Buenos Aires, condenado a Cadena Perpetua por sus crímenes; el otro no ajusticiado como se merecía, sino en una habitación privilegiada del Hospital Militar de Caracas. También porque Videla murió repudiado por la mayoría de sus compatriotas ya que nadie, ni dentro ni fuera de Argentina, se le hubiera ocurrido reivindicar el sangriento legado de su dictadura tras su muerte. Por su parte Chávez - que destrozo su país otrora rico y envidiado en América Latina, convirtiéndolo en uno miserable y despreciado por todos, con millones de sus compatriotas fuera de sus fronteras intentando sobrevivir como pueden - murió cobardemente llorando como una nenaza al acercarse su hora final (según confesó luego uno de los integrantes de su resguardo personal) ante la indiferencia de la inmensa mayoría los venezolanos que desconocían el hecho y solo esperaban el final del chavismo. Pero ello lamentablemente no sucedió. Un periodista venezolano, Albinson Linares, describió con precisión en su libro El último rostro de Chávez el duelo que siguió a la muerte del dictador: “Del 5 al 12 de marzo Venezuela estuvo en duelo oficial donde las ciudades quedaron sumergidas en un tiempo detenido entre el temor a lo que vendría y la quietud. Eran horas nonas, donde gran parte del país veía con desprecio la televisión en la cual se podía observar como los boliburgueses e incondicionales del chavismo rendían tributo al tirano, en los funerales de Estado más repugnantes que se tenga historia en esa nación. Se sabe que Chávez lloro amargamente cuando estaba por morir y decreto a último momento que su cuerpo debía ser embalsamado y expuesto tal como se estila en los regímenes comunistas, pero lo que no previo es que una vez muerto y debido al calor extremo, así como a la demora del equipo de médicos especializados que no pudieron llegar a tiempo desde Rusia, su cuerpo comenzó a descomponerse rápidamente, por lo que se decidió enterrarlo a la brevedad posible” escribió. Uno se pregunta ante estas muertes y en cómo fueron procesadas: ¿Cómo vivirá el Perú la próxima y previsible muerte de Fujimori, un hombre de 83 años, aquejado de diversas enfermedades, que ha pasado más de una década en prisión? Como todo en ese país, la decisión del TC de decretar su libertad ha dividido a los peruanos prácticamente en dos. Según dos encuestas publicadas la semana pasada, a los pocos días en que se conoció la decisión del TC, entre 52% y 48% de los consultados está en favor del indulto, mientras que entre 43% y 46.3% se encuentra en contra. Como hace unos años dijo el antropólogo, sociólogo y politólogo Julio Cotler, buena parte de la identidad del país “está signada por el fujimorismo”. Lo afirmó en el 2012, pero estas palabras siguen siendo ciertas pasados 10 años: “La economía está marcada por las reformas que impuso, la política sigue el patrón personalista que implantó y, por último, para que funcione el sistema político se requiere del aval de Fujimori: nombrar al Defensor del Pueblo o a los miembros del Tribunal Constitucional dependen, en buena medida, de las negociaciones políticas que se lleven a cabo con su agrupación, de fuerte presencia en el Congreso”. Incluso, la inagotable crisis política en que vive el Perú desde hace cinco años se originó en buena medida debido a la disputa de los dos principales corrientes dentro de esa representación política, es decir sus hijos Keiko y Kenji Fujimori, que hasta hace poco luchaban de forma descarnada por el legado del padre y el control del partido que lo reivindica. Keiko ganó al final, pero su presencia política sigue originando un fuerte rechazo entre los peruanos, como pudo comprobarse cuando perdió en el balotagge de los pasados comicios. Y no fue la primera vez que ello le ocurría. No cabe duda que la sombra de Fujimori continua planeando sobre la frágil democracia peruana desde hace más de 20 años, luego de que abandonara el poder al huir al Japón en el 2001, en medio del escándalo de corrupción desatado por los videos de su siniestro ‘asesor’ Vladimiro Montesinos , quien compraba lealtades políticas para su socio con montañas de billetes en una oficina del Servicio de Inteligencia Nacional, lo cual era grabado subrepticiamente para con ello “presionar” a quienes había favorecido. Y esa sombra no tiene visos de abandonar al Perú. Pese a sus condenas por secuestro, homicidio calificado y delitos de corrupción, ya que cuenta aún con distintos juicios pendientes , la imagen y el legado del exdictador es todavía motivo de disputa entre los peruanos. Y, al parecer, la balanza se inclina del lado de quienes lo aprueban, especialmente por haber derrotado al terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA, que con sus criminales acciones bañaron de sangre al país y que fueron aplastados inmisericordemente por Fujimori. De allí que se recuerde por ello, más que por sus actos de corrupción. Al respecto, en el 2017, un estudio de opinión de la consultora GfK preguntó a los encuestados de que manera recuerdan a Fujimori, “como un gobernante de mano dura, que implantó una dictadura” o “quien terminó con la lacra del terrorismo homicida, trayendo la paz al país”. 37% eligió la primera opción; 55% la segunda. No se ha vuelto a hacer un estudio similar, pero hay razones para pensar que los resultados hoy no serían muy diferentes, incluso la diferencia sería abismal, mas aun cuando un terrorista como Pedro Castillo - quien como sabéis, llego ilegalmente al poder mediante el fraude - el cual siguiendo las enseñanzas del genocida Guzmán, busca implantar “su república popular de nueva democracia” en el Perú. No es de extrañar por ello que muchos desearían ver a Fujimori nuevamente en Palacio, pero dada su avanzada edad y graves dolencias que padece, es algo imposible. ¿Qué ocurrirá cuando fallezca, ya sea dentro o fuera de la cárcel? ¿Sería conveniente que el exdictador muriera en prisión cumpliendo su sentencia o en su casa rodeado de su familia y gozando de la clemencia de un Estado democrático que pese a todo lo que hizo, le debe a él su existencia al vencer al terrorismo? De no ser por Fujimori - admiten incluso de mala gana sus críticos - el Perú hubiese pasado por una terrible experiencia similar a lo sucedido en Camboya, donde el genocida Pol Pot asesino a millones de sus compatriotas buscando implantar “su paraíso socialista” en la Tierra. ¿Le suenan familiares esas palabras? Pero si son las mismas que expresaba Guzmán y que Castillo intenta hacer realidad en el Perú. Pero Fujimori impidió que ello sucediera. De allí que desde el régimen van a hacer todo lo posible para evitar su excarcelación, a ver si así - preocupado en su mera supervivencia frente a los varios escándalos de corrupción que van semana a semana van el cerco a su alrededor - pueda dar vuelta a su situación. Un (des)gobierno que, además, manejó de forma torpe hace unos meses la muerte de Guzmán, cuyos restos fueron cremados recién tras un intenso debate, donde Castillo y su banda delincuencial quedaron desenmascarados cuando pasado el shock de la muerte de su amado líder, pretendían que se le realizara un funeral de Estado, pero ello no ocurrió para su disgusto. Visto los antecedentes, solo queda especular cómo lidiaría el régimen con el fallecimiento de Fujimori en una celda a su cargo, si es que finalmente no es liberado. De seguro y como venganza porque no les dejaron “honrar” con unos funerales a ese asesino de Guzmán, incinerarían los restos del exdictador en secreto y arrojarían sus cenizas al mar “para evitar que su tumba se convierta en un centro de peregrinación del fujimorismo”, como ya lo acaba de adelantar ese viejo senil de Aníbal Torres. Sin embargo, ello originaria todo lo contrario de lo ellos desean, porque sus seguidores presentarían a Fujimori como una víctima y reivindicarían su legado, acercándolo paradójicamente más a una adoración mortuoria que al repudio generalizado que pretenden los senderistas hoy en el poder. Quizá una muerte en libertad de Fujimori agitaría algo menos las llamas inflamadas de la hoguera política peruana. No hay cómo saberlo con certeza, pero el tiempo a Fujimori se le acaba, por lo que los peruanos deberían empezar a prepararse como país para cuando llegue ese momento, porque incluso en ese escenario, su deceso pondrá a prueba una vez más, las endebles costuras de la democracia peruana, aquella que Castillo se propone destruir :(
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