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martes, 28 de julio de 2020

UN 28 DE JULIO EN LIMA: ¿Como celebraban las Fiestas Patrias en los siglos pasados?

Contrariamente al triste panorama actual en el que quienes pueden huyen de esta caótica ciudad durante las Fiestas Patrias, durante la mañana de ese día festivo - en la que se conmemora la independencia del Perú - se celebra a primera hora de la mañana el solemne Te Deum en la Catedral de Lima, luego el viene el aburridísimo, largo y soporífero Mensaje a la Nación realizado en el Congreso de la Republica por el inquilino de Palacio, donde demagógicamente se harán promesas y ofrecimientos que nunca cumplirá, para que al día siguiente, las marciales comparsas de las bandas de guerra que acompañan a la Parada Militar en la avenida Brasil pongan fin a las celebraciones, en el siglo XIX - al menos - la gente parecía tener algo que celebrar ese día y lo hacía con música, pero no únicamente. El día de hoy se trata de una celebración “oficial” y, por ello, como todas las cosas oficiales, el aspecto que adquiere es muy acartonado o, en todo caso, muy poco festivo. La independencia del Perú frente al imperio español y su paso a la vida republicana no fue una tarea sencilla. Como lo han recordado muchos historiadores, se inició con la llegada de Libertador José de San Martín al frente de Expedición Libertadora y su entrada triunfal en Lima, concluyendo con las batallas de Junín y Ayacucho lideradas por las tropas del Libertador Simón Bolívar. Por ese motivo, ambos fueron conscientes de la importancia de irradiar en la población - en un nivel simbólico - los beneficios de la independencia y los nuevos hábitos que la vida de una República exigía. Para ello, las festividades y las celebraciones cumplieron un papel fundamental. En un inicio, los ritos celebratorios de la independencia no pudieron alejarse demasiado de las pautas impuestas durante los tiempos felices del Virreynato. La propia declaración de la independencia tuvo que continuar con las formas de la declaración del poder real. Por ello, la proclamación se efectuó en la Plaza Mayor, en la de La Merced, en la de Santa Ana y en la Plaza de la Inquisición. Las celebraciones posteriores, congregaron a las élites limeñas en Palacio. Un historiador rememora dichas celebraciones con las siguientes palabras: “Aquí sería de desear que pudiese describirse la magnificencia de esta y de las demás funciones, como igualmente la costosa decoración de caprichosas iluminaciones, jeroglíficos, inscripciones, arcos, banderas, tapicerías y en las cuales compitió a porfía este vecindario”. Desde esas primeras celebraciones, la conmemoración de la independencia se iniciaba en la víspera, el 27 de julio, con el repique de las campanas de la ciudad y con música y bailes. Se trataba de una celebración que involucraba a toda la población. Por ello, la Plaza Mayor y los alrededores del centro de la ciudad - como en otras festividades -eran ocupados por todos los ciudadanos, quienes celebraban las Fiestas Patrias según sus costumbres. La celebración oficial no se imponía a las celebraciones de la población, sino que las acompañaba. Las músicas de las bandas militares que partían del cuartel de Santa Catalina hacia la Plaza Mayor eran seguidas por los vecinos de Lima en actitud festiva, como lo describen los periódicos de la época. Lima era una fiesta. No solo la plaza se llenaba de vendedores que expendían todo tipo de viandas y bebidas a la población, sino que los castillos y fuegos artificiales iluminaban el cielo en esos días. Las celebraciones públicas eran remedadas por celebraciones privadas con bailes y convites. El teatro disponía funciones especiales para estas celebraciones y el desfile de las bandas militares adquiría más bien el aspecto de una procesión, ya que todos, sin distingo, participaban de la fiesta. Ismael Portal, en su libro “Del pasado limeño”, lo recuerda de la siguiente manera: “Por donde quiera que camináramos mañana, tarde y noche el eco glorioso del himno a la Patria salía de todos los hogares… los artistas teatrales ensayaban sus mejores obras, las músicas marciales levantaban el espíritu público y las hijas del Rímac contrataban en los jardines todas las flores para arrojarlas desde los balcones”. No obstante, con el paso de los años esta algarabía comenzó a disminuir. A fines del siglo XIX, y con mayor nitidez en los primeros años del siglo XX, las celebraciones comenzaron a controlarse desde el Ayuntamiento y fueron desplazadas poco a poco del centro de la ciudad hacia el Parque de la Exposición. Aun cuando la idea detrás parecía noble - dar cabida a una población más numerosa para que pudiese presenciar los castillos de fuegos artificiales y celebrar en un lugar más adecuado para garantizar el orden público - lo cierto es que el alejamiento de la población del centro de la ciudad en el que se ejecutaban los actos oficiales fue restando con los años el carácter festivo de las décadas anteriores. Esto se reflejaría de manera clara en la celebración del Primer Centenario de la Independencia, que se cumplió en 1921. Se encontraba en el poder el dictador Augusto B. Leguía, quien había puesto en marcha su proyecto de la “Patria Nueva”. Por ello, las celebraciones de ese Primer Centenario fueron, antes que un motivo de festejo ciudadano, la ocasión para intentar ‘legitimar’ a su régimen autoritario y represivo nacido del golpe de 1919. Dicha ‘legitimación’ trato de ser acompañado de un proceso de modernización del país, particularmente de Lima, en los códigos europeos de lo que era considerado moderno y civilizado. Sin embargo, las celebraciones del Primer Centenario dejaron numerosos regalos para la población: la fuente china del Parque de la Exposición, el Arco Morisco, el monumento a Manco Cápac o el Estadio Nacional, por ejemplo, fueron algunos de los regalos de las delegaciones extranjeras a los peruanos por el aniversario de su independencia. Pero, al margen de la alegría generalizada que se vivió por aquellos días, la celebración fue ya un acto oficial que, mantuvo a la población como simple observadora de los festejos. Aunque en muchas provincias los festejos por las Fiestas Patrias siguen congregando la alegría popular, lo cierto es que con el pasar de los años los peruanos se han convertido en meros espectadores de una fiesta ajena a ellos. Para agravar las cosas, este 28 de julio - con un país diezmado por el Coronavirus debido a la incapacidad del régimen vizcarrista para contenerlo - todas las celebraciones serán ‘virtuales’ y no habrá Parada Militar. Triste aniversario para un país en ruinas y que ni siquiera podrán celebrar en familia que hace casi doscientos años dejaron de ser súbditos de un poder extranjero para convertirse en rehenes de una dictadura, que tal como sucedió en tiempos del leguiismo, conmemoraran esta vez su Bicentenario el 2021 con otro usurpador en Palacio ¿curioso no? :(
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