Venga ya, lo que sucede en el país andino ya no debería sorprender a nadie, pero lo hace. Y de la peor manera. Que un despreciable asesino de policías, adicto a la marihuana y con evidentes trastornos mentales como Antauro Humala pueda ser candidato a la presidencia, dice mucho de la degradación de la política peruana. Si se creía que con un delincuente terrorista como Pedro Castillo (alias Abimael 2.0) se había llegado a tocar fondo, por lo visto nos habíamos equivocado. Como sabéis, en más de una ocasión hemos expresado que la democracia debe utilizar todas las herramientas legales a su disposición para defenderse y adaptarse cuando sea necesario. Una democracia que prioriza el formalismo sobre su esencia o sobre el sentido común se vuelve, más temprano que tarde, presa fácil de los demagogos, populistas y radicales que simulan respetar las reglas de juego para hacerse del poder. Eso es, sin embargo, exactamente lo que viene pasando con la inscripción del partido político liderado por Humala. Como recordareis, hace unos días, el cuestionado Jurado Nacional de Elecciones (JNE) confirmó una resolución de la Dirección Nacional de Registro de Organizaciones Políticas (ROP) que declara infundada una tacha contra la inscripción de la organización política Alianza Nacional de Trabajadores, Agricultores, Universitarios, Reservistas y Obreros, (o, por sus iniciales, Antauro)… más caudillista no podría ser. Las razones del JNE son, francamente, absurdas. En sus redes sociales, la entidad señaló que “los medios probatorios presentados sobre el señor Antauro Humala no son vinculantes a la agrupación, ya que de la revisión del acta de fundación y de la consulta al sistema del ROP este no posee la condición de fundador ni miembro de la dirigencia partidaria, sino la de afiliado”. En otras palabras, el partido se llama Antauro, pero Antauro Humala no sería más que un simple miembro, sin mayor injerencia en la organización. Esto es, obviamente, ridículo, y debe ser denunciado como tal. De esta manera, los caviares del JNE están permitiendo la infiltración de un lobo apenas escondido entre corderos en la base del sistema democrático. Como protagonista de la sublevación militar denominado el Andahuaylazo en el 2005 durante la cual se asesinó a cuatro policías, Humala fue condenado a 19 años de prisión (purgó 17 años y siete meses ‘gracias’ a ilegales beneficios del INPE). Es falsa la narrativa que pretende revestir a los sucesos de Andahuaylas con un aura de heroicidad. No hubo ningún acto épico ni gesta alguna ni ninguna rebelión justificable. Se cometieron execrables delitos que motivaron una condena judicial para Humala. Conviene tener en cuenta la naturaleza del llamado Andahuaylazo, más aún cuando su autor tendría la intención de insertarse en la vida política y presentar alguna candidatura que quizá ganaría adeptos, sobre todo en aquellos sectores resentidos caracterizados por respaldar propuestas distintas al statu quo. Este psicópata asesino jamás se ha arrepentido por sus crímenes y desde hace décadas difunde un discurso violento, xenófobo y totalitario. Sus principios están reñidos con cualquier práctica democrática y no tiene mayor escrúpulo en hacerlo explícito a quien se lo pregunte. Ahora busca imitar al salvadoreño Nayib Bukele para combatir a la corrupción institucionalizada en el Estado a todo nivel y a la delincuencia venezolana que campea a sus anchas en el Perú, presentándose como el “salvador de la Patria”, cuando en realidad es más de lo mismo… Y en su peor expresión. El etnocacerista, sus estrategas y propagandistas lanzaron un acomodado eslogan para la competencia política: “Hay que bukelizar al Perú“. ¿Qué significa esto? hacerlo “desde arriba”, dice, fusilando presidentes corruptos; y “desde abajo”, expulsando extranjeros. Pero ¿el bukelismo acciona de la misma forma en El Salvador? No es así. Antauro ha llegado a plantear “campos de concentración” para los venezolanos en Perú. Es impredecible el alcance de estos arrebatos de locura entre sectores marginales de la población incitados hacia la violencia. Antauro pugna por “refundar” el país con una perorata ideopolítica extrema dentro de la democracia representativa; aquella en la que no cree realmente, pero que le da una ventana táctica electoral (como pasó con Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, Gustavo Petro y hasta con los herederos de Sendero Luminoso en 2021 en Perú) para proyectarse hacia el poder congresal y presidencial. Si hasta el limitado Castillo pudo llegar al poder - con fraude y todo debe pensar -, él podría repetir la chance eleccionaria ya que tiene el incondicional apoyo del JNE. Durante años, el antaurismo o “radicalismo reservista” diseminó por el país una narrativa potente para el combate político. Las inflamadas arengas fueron absorbidas por una indiada a favor de una “asamblea constituyente etnonacionalista“.Lo cierto es que, apartando sus bufonadas, no hay de fondo una real prédica democrática ni de combate anticorrupción. Mucho menos una “libertaria” como se vende. Cero. Solo la ingenuidad o la temeraria apuesta política pueden considerarlo así. Quien se declara además admirador de Sendero Luminoso y que asimismo colaboró activamente con el régimen delincuencial de Castillo, no ofrece ninguna confianza. Por ello, expertos en la materia han explicado que el JNE debió utilizar los mismos principios básicos que arguyó para denegar la inscripción del MOVADEF (organismo de fachada de Sendero Luminoso) como agrupación política formal. En particular, la autoridad electoral debió aplicar el artículo 2 de la Ley de Organizaciones Políticas que establece que los partidos tienen la obligación de “asegurar la vigencia y defensa del sistema democrático”, así como “preservar la paz, la libertad y la vigencia de los derechos humanos”. Por el contrario, si un condenado por homicidio y secuestro agravado, que además denuesta habitualmente el Estado de derecho, la democracia y los derechos humanos, puede formar un partido con su nombre y postular a la presidencia gracias a una burda jugarreta legal, la ley es, entonces, en la práctica, letra muerta. El error de la inscripción ya no se puede enmendar. Lo que sí se puede evitar es la postulación de Antauro. Desde el Congreso, además, algunos parlamentarios se han apresurado a reactivar el dictamen de la Comisión de Constitución que impediría la postulación a cargos de elección popular de los sentenciados por terrorismo, rebelión, sedición, asesinato y otros. Con un escenario político para las elecciones del 2026 que se espera aún más fragmentado que la del 2021, que gracias al fraude caviar montado por el JNE en complicidad de la RENIEC y el INPE, mas a “bendición” de la JNJ - posibilito la “elección” del burro chotano, es indudable que esperan repetir esa burda maniobra en dichos comicios para favorecer a como de lugar a Humala, un desenlace que sería trágico para el país. Por cierto, la trasnochada ideología que profesa, le fue inculcada por su padre, Isaac Humala, para quien el concepto de la raza es uno de sus pilares, destacando la presencia de una “raza cobriza”, en referencia a las personas nacidas en los Andes. “La especie humana tiene cuatro razas, de las cuales una está prácticamente apartada, la blanca domina el mundo, la amarilla tiene dos potencias, China y Japón, y la negra, pese a no estar tan bien como las dos anteriores, al menos domina su continente. En cambio, la cobriza no gobierna en ningún lado. Nosotros pensamos hacer eso, parece algo imposible, pero somos utópicos en ese sentido, tenemos esperanza en momentos en que esta ya se ha perdido, eso es lo que nos diferencia”, explico en una entrevista. Su búsqueda por restaurar el antiguo territorio del Imperio Inca en sus límites originales, la nacionalización de la industria peruana y la aplicación de la pena de muerte son algunos de sus polémicos objetivos. Cabe precisar que el discurso radical en un ambiente polarizado que se vive en el Perú, convierte a Humala en un personaje con la capacidad de lograr un importante porcentaje de votos, no solo suficientes para lograr pasar a una segunda vuelta, sino también para colocar a un número importante de congresistas. La historia reciente muestra que de una forma suicida, la atracción de los peruanos por caer al abismo sigue vigente. Que siempre habrá personajes sin ningún aprecio por la democracia que se valen de ella para lograr sus objetivos. Y que el mejor aliado de los antisistema son las reglas del sistema aplicadas sin sentido común. Hay que repetirlo: el antaurismo encarna un peligroso desafío que incuba el odio y los conflictos extremos y proviolentos. No se conforma con el factor “clasista” de lucha de clases marxista, además cruza destornillado vía el factor “etnocultural” hacia la lucha de razas. Es letal. Incitando los instintos sociales básicos para la polarización aparece incluso la xenofobia como arma polítizada y electoralista. Este ultranacionalismo prospera con la confrontación gradual y “popular”. No se trata de un simple radicalismo, sino de un extremismo violento apenas contenido por el cálculo político circunstancial. Es por ello que para impedirlo con apego a sus propias reglas, el sistema institucional debe cerrar la puerta a impresentables sujetos que, luego de intentar dinamitarlo desde fuera sin éxito, pretenden ahora hacerlo desde dentro como en su momento quiso hacerlo Castillo. La democracia debe ser tolerante, pero no estúpida. (Cabe agregar que en un acto por lo demás cobarde, el Congreso ha decidido posponer hasta marzo del próximo año el debate de la moción para destituir a los parásitos caviares de la JNJ programado para este viernes. Por lo visto, los tentáculos de esa mafia son poderosos)
Desde principios del siglo XV, los incas construyeron un enorme imperio en América del Sur. Lo llamaban Tahuantinsuyu, nombre quechua que significa “las cuatro regiones”, y se extendía por una vasta área que ocupaba lo que hoy es el sur de Colombia, Ecuador, Perú y buena parte de Chile, así como la zona occidental de Bolivia y el noroeste argentino; en total, una superficie de unos dos millones de kilómetros cuadrados. El funcionamiento del Imperio inca no tenía nada que envidiar al de los reinos europeos. El Estado centralizaba la producción agrícola y manufacturera, basada en las cuotas obligatorias de trabajo personal, y todo ello estaba perfectamente gestionado por un complejo y jerarquizado cuerpo de funcionarios. Sin embargo, los incas carecían de un instrumento que siempre se ha considerado indispensable para el mantenimiento de un imperio: un sistema de escritura. ¿Por qué no desarrollaron nunca el arte de las letras? La respuesta es que disponían de un objeto que la hizo innecesaria, un sistema de registro único y de gran precisión llamado quipu. El quipu (del quechua khipu, que significa “nudo”) era un artefacto textil compuesto por cordeles y nudos. A pesar de su sencillez material, fue la base de un complejo sistema a través del cual los quipucamayocs - o especialistas en quipus -dejaban constancia de todo aquello que tuviese importancia para el Imperio. Los cronistas españoles del siglo XVI se mostraron maravillados por la cantidad de información que estos hilos podían albergar. Por ejemplo, José de Acosta los describía así: “Son quipus unos memoriales o registros hechos de ramales, en que diversos nudos y diversos colores significan diversas cosas. Es increíble lo que en este modo alcanzaron, porque cuanto los libros pueden decir de historias, y leyes, y ceremonias y cuentas de negocios, todo eso suplen los quipus tan puntualmente, que admiran”. Pedro Sarmiento de Gamboa escribió que “es cosa de admiración ver las menudencias que conserven en aquellos cordelejos” y, más tarde, Fray Martín de Murúa afirmaba que aquello que habían dejado registrado, “aunque pasasen muchos días, se acordaban como si pasase en aquel instante”. Para elaborar un quipu tan sólo se necesitaba una cuerda dispuesta en posición horizontal (cuerda principal), a la que se unían cordeles de menor grosor que pendían verticalmente (cuerdas secundarias) y a los que, a su vez, podían unirse otros cordeles (cuerdas subsidiarias). Para registrar la información se hacían nudos sobre las cuerdas secundarias y subsidiarias, es decir, todas aquellas que colgaban de la cuerda principal. La longitud de los cordeles podía variar, pero el largo de la cuerda principal siempre era mayor que el espacio ocupado por los cordeles secundarios. Eso implicaba que uno de sus cabos quedaba suelto y servía para enrollar el quipu una vez ya no se usaba. Luego se podía colocar algún elemento distintivo en el quipu enrollado, como una pluma de colores, para que fuera fácil de identificar en un espacio donde se guardaran varios de estos objetos. Las materias primas más utilizadas en la elaboración de los quipus fueron el algodón y la fibra de camélidos (principalmente de alpaca), si bien en ocasiones se empleaban otros materiales como fibras vegetales o el propio cabello humano. Algunos cronistas mencionan la existencia de quipus de oro, aunque entre los más de ochocientos ejemplares que se han conservado no se ha encontrado ninguno que esté elaborado con este material. Los cordeles podían ser de diferentes colores en un mismo quipu e incluso en una misma cuerda. Según la forma en la que se torcían los hilos para formar el cordel y el color de éstos, el resultado tenía una apariencia u otra (monocromos o policromos). Incluso encontramos cordeles que a medio cuerpo alteran el color. Los nudos tenían distintas formas: podían ser simples o compuestos, y al observarlos de cerca comprobamos que se realizaban a propósito hacia la derecha o bien hacia la izquierda. Sabemos que los quipus eran versátiles y permitían la modificación de determinados datos: únicamente era necesario deshacer los nudos y volverlos a anudar. Hoy sabemos que la forma en la torsión de los hilos, su color, la distancia existente entre los cordeles atados a la cuerda principal, la ubicación de los nudos, su forma y su dirección, así como la cantidad de nudos, eran variables que permitían registrar datos. En los quipus ningún detalle era casual, todo contenía información. Sin duda, constituyeron un sistema complejo que permitió almacenar con facilidad datos de todo tipo: administrativos (censos demográficos, control de tributos), calendáricos, genealógicos, históricos, religiosos… En el siglo XVI, Diego de Ávalos contaba que paseando por una zona de los Andes junto a un corregidor, ambos descubrieron a un indígena que escondía un quipu. Al ser preguntado por su contenido, el hombre contestó que era la cuenta de todo lo ocurrido por aquellas tierras desde que terminó el Imperio inca, y puesto que un día volvería a florecer, él debería dar cuenta a sus señores de “todos los españoles que por aquel real camino habían pasado, lo que habían pedido y comprado, todo lo que habían hecho así en bien como en mal”. Muchos investigadores han intentado descifrar el código que permita entender los quipus. En las décadas de 1970 y 1980, Marcia y Robert Ascher analizaron en profundidad un conjunto de 206 quipus con el objetivo de observar las variaciones en el tipo y la ubicación de nudos, así como el color, el largo y la conexión de cuerdas. De este modo, se dieron cuenta de que existía un tipo de quipus numéricos en los que los nudos están organizados según un sistema decimal que permite identificar las unidades, las decenas, las centenas, etcétera. Además lograron reconocer el valor de los nudos, que va del 0 al 9. De esta forma podemos “leer” las cifras que se plasman en los cordeles a través de la suma del número de nudos que representan unidades, decenas, centenas... Los estudios del matrimonio Ascher nos han permitido identificar los valores numéricos plasmados en determinados quipus, pero el problema radica en el hecho de que desconocemos a qué se refieren tales números. En primer lugar, porque no hemos podido descifrar otras variantes, como, por ejemplo, el significado de los colores de los cordeles. Además, los quipus iban acompañados de mensajes orales, que complementaban la información almacenada, por lo que funcionaban como un sistema mnemotécnico que requería de una información complementaria que hoy hemos perdido. Por otra parte, se sabe que había quipus “históricos” que servían para registrar los principales episodios de la historia de las dinastías incas, pero se desconocen las características de este sistema de escritura. Por todo ello, a día de hoy estamos lejos de reconocer el pleno significado de un quipu y es probable que nunca alcancemos a descifrar los enigmas que esconden estos “nudos de la memoria”. En un primer momento, con la conquista, los quipus fueron considerados objetos idolátricos, motivo por el cual se ordenó su destrucción. Sin embargo, la eficacia del quipu como sistema de registro llevó a los españoles a replantearse sus ideas. Paradójicamente, a los pocos años de la conquista y de las quemas de miles de quipus, la administración colonial impulsó su uso para que los indígenas llevaran el control de los censos. Incluso los curas animaban a los indígenas a “pensar bien sus pecados y hacer quipu de ellos” antes de las confesiones. Los quipus coloniales ya no seguían las pautas incaicas porque respondían a las nuevas necesidades del gobierno impuesto, pero la figura del quipucamayoc siguió vigente y fue un personaje importante dentro de la administración. De esta manera, tras la caída del Imperio inca, el quipu cambió, pero siguió vigente en sus bases; esto explica por qué, incluso hoy, en los Andes hay aún comunidades que siguen usando este útil ancestral. Normalmente son objetos rituales o de prestigio, o bien nuevos artefactos hechos con hilos que poco tienen que ver con los quipus incas, pero muestran el arraigo que tuvieron en la organización social andina.