Kenyo Fujimori, quien durante su presidencia de una década en el país andino, reconstruyó la economía devastada por la hiperinflación aprista y sofocó el terrorismo comunista que ensangrentaba al Perú, pero que se vio obligado a marcharse por un escándalo de corrupción y más tarde encarcelado por abusos contra los derechos humanos, falleció este miércoles a los 86 años, víctima del cáncer que lo aquejaba desde hace años. Hijo de inmigrantes japoneses, Fujimori era un perfecto desconocido y un outsider en política peruana cuando postuló a la presidencia en 1990, haciendo la famosa campaña a bordo de un tractor, sorprendiendo a la nación al quedar en segundo lugar entre muchos candidatos y luego derrotar en el ballotage al favorito del establishment, el novelista Mario Vargas Llosa. Una vez en el cargo, Fujimori si bien controló la hiperinflación, el desempleo y la mala gestión -producto del desastroso (des)gobierno de Alan García; elevando el crecimiento económico y el nivel de vida, así como tomando medidas contra el narcotráfico - mostró poco respeto por las leyes e instituciones peruanas, al dar un autogolpe de Estado el 5 de abril de 1992, cerrando temporalmente el Congreso y gobernando por decreto durante meses. Se le elogió por aplastar a los grupos terroristas Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru que desde los años 80 ocasionaban un baño de sangre en el Perú, pero la dureza de sus métodos para lograrlo acabó provocando críticas mundiales y acarreándole posteriormente una larga condena en prisión. Su caída parecía tan improbable como su ascenso. Defenestrado en el año 2000 luego de que un canal de televisión difundiera uno de los llamados vladivideos en el que se veía a su jefe de inteligencia Vladimiro Montesinos intentando sobornar a un congresista, Fujimori huyó al Japón, donde presentó su renuncia por fax desde un hotel de Tokio. Pero luego de cinco años en el exilio, intento regresar al Perú para volver a la política, confiando en la mala memoria de los peruanos, pero sorpresivamente a último momento, decidió que el avión que lo trasportara se dirigiera a Chile, donde fue detenido apenas llego a Santiago, siendo extraditado luego de un largo proceso al Perú. Condenado a 25 años de prisión en el 2009 fue por las atrocidades que un grupo paramilitar llevó a cabo a principios de su presidencia, en un episodio en el que 25 personas fueron asesinadas. Se cree que Fujimori fue el primer expresidente elegido democráticamente en el mundo en ser declarado culpable de violaciones de los derechos humanos en su propio país. Pero incluso desde la prisión siguió atrayendo el apoyo de sus simpatizantes, agradecidos eternamente con él por haber vencido al terrorismo homicida que tanto dolor y sufrimiento causo al Perú. No es de extrañar por ello que el fujimorismo haya dominado la política peruana tras la caída de su líder. La hija mayor de Fujimori, Keiko, que había sido primera dama luego de que sus padres se enemistaran públicamente, heredó la mayor parte de su base partidaria. Estuvo a punto de ganar la presidencia en el 2011, 2016 y 2021, convirtiéndose en la principal líder de la oposición del país durante varios años. Desde su prisión, Fujimori había solicitado en repetidas ocasiones un indulto presidencial, alegando que su salud se estaba deteriorando rápidamente en la cárcel debido al cáncer que padecía. Es así como el 24 de diciembre del 2017, el por entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski le concedió el indulto por razones humanitarias, a solo tres días de sobrevivir a una votación de destitución acusado de corrupción con la inesperada ayuda de los partidarios de Fujimori en el Congreso, pero de nada le valió porque al descubrirse que había sido producto de una oscura negociación para evitar ser vacado, al final fue destituido en una segunda votación. Como podéis imaginar, el indulto desencadenó protestas callejeras de elementos afines al terrorismo, siendo anulado al año por la Corte Suprema de Justicia de Perú, volviendo a prisión el 23 de enero del 2019. Pero en diciembre pasado, el Tribunal Constitucional de Perú ordenó su liberación de Fujimori, haciendo respetar el indulto otorgado a su favor, a despecho de cuestionados organismos internacionales en manos de la mafia caviar, que solo velan por los terroristas pero nunca por sus víctimas. “Fujimori, fue el líder más controversial de la historia moderna de Perú, cuyo manejo de la economía y su éxito en el combate a Sendero Luminoso marcan sus dos legados más importantes”, señalo Julio F. Carrión, politólogo de la Universidad de Delaware especializado en América Latina. “Aunque logró resolver los problemas económicos y de seguridad, lo hizo de forma autoritaria” asevero. Por su parte, Paulo Drinot, historiador del Perú en el University College de Londres, dijo sobre la presidencia de Fujimori: “Fue un régimen dictatorial a partir de 1992, y fue también, como sabemos ahora, un régimen muy corrupto, que en conjunto fue más negativo que positivo para el Perú. Contribuyó a establecer una cultura política muy polarizada y poco institucionalizada, y, realmente, una sensación de que el país es casi ingobernable” apunto. -Alberto Kenyo Fujimori nació en Lima el 28 de julio de 1938, fue el segundo de los cinco hijos de dos inmigrantes japoneses, Naoichi y Mutsue (Inamoto) Fujimori. Su padre había llegado a Perú para cultivar algodón y más tarde fue sastre. Sus padres eran budistas, pero él fue educado como católico. Recibió un título en la Universidad Nacional Agraria La Molina en 1961 y realizó estudios de postgrado en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee y en la Universidad de Estrasburgo, Francia. Cuando entró en la contienda presidencial en 1989, nunca había ocupado un cargo electo; de hecho, al principio no tenía partido político. Profesor de matemáticas con anteojos, era más conocido por haber sido presidente de su alma máter y de la Asamblea Nacional de Rectores del Perú, y por haber presentado a finales de la década de 1980 un programa en la televisión pública llamado Concertando. Para ganar atención en una elección entre nueve candidatos, Fujimori hizo hincapié en su herencia. Adoptó el apodo de “El Chino”, término general que a menudo se utiliza en América Latina para referirse a las personas de ascendencia asiática. Afirmando ser descendiente de un ilustre samurái, posaba para las fotografías de la campaña vistiendo trajes japonesas y agitando la espada de un señor de la guerra. Otras veces llevaba un poncho o suéter tejido y chullo (un sombrero a rayas con orejeras), un traje indígena que hacía las delicias de los peruanos de ascendencia mixta, muchos de los cuales estaban cansados de ser gobernados por la élite blanca. Su eslogan era “Un presidente como tú” y, para sorpresa de todos, funcionó. Con una plataforma que prometía “honradez, tecnología, trabajo”, Fujimori prometió traer la inversión y la tecnología japonesas e integrar su país de la cuenca del Pacífico en la floreciente economía transpacífica. Se presentó como centrista, prometiendo reactivar la agricultura y mantener un sistema de grandes empresas estatales. Consiguió una insólita base de apoyo entre los cristianos evangélicos, los empresarios, los estudiantes y profesores universitarios y los pobres. Prometió acabar con el terrorismo, el narcotráfico, la violencia política y el estancamiento económico que habían lastrado a Perú durante décadas. Pero una vez en el cargo, Fujimori dejó su impronta con un programa de reformas de mercado que se asemejó a una terapia de choque (conocido como el Fujishock) y que había sido una propuesta clave de Vargas Llosa que Fujimori había prometido no aplicar. En una ráfaga de decretos, Fujimori redujo los aranceles, dio a los empresarios más poder para despedir a los trabajadores, eliminó las restricciones a la inversión extranjera, rompió los monopolios de los seguros y los puertos, fijó las condiciones para la venta de las acciones de las empresas estatales y permitió a los campesinos vender o hipotecar las tierras obtenidas en el marco de los programas de reforma agraria. Los precios de productos como la leche y el pan se dispararon rápidamente, pero a largo plazo, Fujimori fue aclamado por haber estabilizado finalmente la economía peruana, en parte gracias a la adopción de una nueva moneda, el Nuevo Sol, que reemplazo al devaluado Inti de Alan García. Su siguiente reto combatir la escalada de violencia de Sendero Luminoso, un grupo terrorista dirigido por un profesor universitario de filosofía, Abimael Guzmán Reynoso, que había sintetizado ideas de Marx, Lenin y Mao, más la del peruano Mariátegui y las suyas propias, denominado Pensamiento Gonzalo. Fundado en 1970 en Ayacucho, en la sierra andina del Perú, este grupo criminal inicio su accionar asesino en 1980. Cuando Fujimori llegó al poder, Sendero Luminoso había extendido su alcance a los barrios populares de Lima y llevaba a cabo asesinatos y bombardeos contra bancos, embajadas y centrales eléctricas. Sin embargo, nadie estaba preparado cuando Fujimori anunció por televisión, el 5 de abril de 1992, que disolvía el Congreso, reorganizaba el poder judicial y suspendía la Constitución. Fujimori carecía de mayoría en el poder legislativo, y dijo que las medidas eran esenciales para combatir el terrorismo. Mientras soldados en vehículos blindados tomaban las principales calles de Lima, el Congreso peruano, reunido en secreto en la casa de un legislador, votó a favor de la destitución, de manera simbólica porque ya no tenía poder alguno. La medida tomada por Fujimori fue calificada de autogolpe, una especie de golpe de Estado en el que un líder, a pesar de haber llegado al poder por medios democráticos, asume poderes extraordinarios que no se conceden en circunstancias normales. Pero la mayoría de los peruanos, que detestaban a los congresistas, lo acogieron con satisfacción, y Fujimori desvió las críticas internacionales diciendo que la medida era solo temporal. Para entonces Fujimori había ligado su suerte a la de Vladimiro Montesinos, un abogado y ex capitán de policía que había trabajado con la CIA. Cuando Fujimori se presentó como candidato en 1990, Montesinos le ayudó a defenderse de las acusaciones de evasión de impuestos, y luego de las elecciones, se convirtió en su principal asesor de inteligencia, llegando a acumular una enorme influencia sobre el ejército y el poder judicial. A instancias suyas, se reforzaron las leyes antiterroristas para que los acusados pudieran ser llevados ante jueces militares encapuchados y condenados a 20 años de prisión en régimen de aislamiento sin apenas garantías procesales. Como era de esperar, grupos simpatizantes del terrorismo - que celebraban sus asesinatos y atentados - lo calificaron de “guerra sucia”, comparándola con los escuadrones de la muerte que persiguieron a los izquierdistas y disidentes en Argentina en décadas anteriores. Pero Fujimori insistió en que los juicios acelerados y las prisiones draconianas eran esenciales para controlar la violencia homicida de SL. Su argumento cobró fuerza en julio de 1992, cuando los senderistas asesinaron y mutilaron a decenas de personas con coches bomba en un lujoso barrio de Lima, resaltando la ferocidad de sus métodos. Pero a menos de dos meses, llegó la sorprendente noticia de que la policía había capturado a Guzmán, poniendo fin a 12 años de persecución, el cual fue presentado cual fiera salvaje en una jaula vestido con un traje a rayas ante cientos de periodistas peruanos y extranjeros, siendo luego condenado a cadena perpetua. La popularidad de Fujimori se disparó a niveles estratosféricos y los votantes lo recompensaron aprobando una nueva Constitución en 1993 que reforzaba los poderes de la presidencia. Las inversiones extranjeras comenzaron a llegar y en 1994, Perú disfrutó de una de las tasas de crecimiento más altas del mundo. Esto fue suficiente para asegurar la reelección de Fujimori con casi dos tercios de los votos; su rival más cercano, Javier Pérez de Cuéllar, ex secretario general de las Naciones Unidas, obtuvo el 22 por ciento. Pero al poco tiempo se produjo otra crisis: el 17 de diciembre de 1996, un comando terrorista del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) asalto la residencia del embajador de Japón en Lima y tomaron 490 rehenes, entre los que se encontraban dignatarios como el ministro de Relaciones Exteriores, embajadores acreditados en el Perú, varios magistrados del Tribunal Constitucional, altos mandos policiales y la propia madre de Fujimori, que se habían reunido allí para celebrar el cumpleaños del emperador Akihito. Los terroristas exigían la liberación de sus secuaces encarcelados, entre ellos una simpatizante estadounidense, Lori Berenson. La mayoría de los rehenes, incluida la madre de Fujimori, fueron liberados pronto, pero las negociaciones sobre los 72 restantes se prolongaron durante meses. La situación se extendió hasta el 22 de abril de 1997, cuando los soldados irrumpieron en la residencia, y liquidaron a los terroristas, algunos de los cuales - según se dijo luego - habían intentado rendirse. Todos los rehenes, excepto uno, sobrevivieron. La resolución de la crisis impulsó temporalmente la popularidad de Fujimori, pero esta había empezado a agotarse. Cuando varios magistrados de la Corte Suprema sostuvieron que no podía aspirar a un tercer mandato, sus aliados en el Congreso los destituyeron, argumentando que tenía derecho a presentarse a la reelección porque su primer mandato había comenzado durante una Constitución anterior. Pero luego de que un canal de televisión de Lima revelara que el gobierno había intervenido los teléfonos de reconocidos ciudadanos y periodistas, el gobierno revocó la ciudadanía del propietario del canal, el sionista Baruch Ichver que se había nacionalizado peruano. Cuando Fujimori anunció formalmente su campaña de reelección en 1999, el giro de Perú hacia el autoritarismo había sido ampliamente deplorado. La exesposa de Fujimori, Susana Higuchi, que en 1994 lo había acusado de tener una amante, de no dejarla entrar en el palacio, de impedirle ver a sus hijos e incluso de conspirar para secuestrarla, se presentó como candidata al Congreso mientras denunciaba que era un dictador. (Se le impidió presentarse a la presidencia contra su esposo en 1995, pero ganó un escaño en el Congreso en 2000). En abril de ese año, Fujimori quedó en primer lugar en unas elecciones empañadas por acusaciones de fraude, aunque no por un margen suficiente para evitar una segunda vuelta contra su rival más cercano, Alejandro Toledo, un cholo borracho y fumón, quien bajo el efecto de las drogas y el alcohol al saber que no podía ganar los comicios, alegando lo que llamó “fraude electoral” e irregularidades en la campaña, instó a sus votantes a abstenerse. Fujimori declaró la victoria, pero fue una victoria vacía: mientras juraba su cargo por tercera vez, la policía disparaba cañones de agua y gases lacrimógenos contra grupos terroristas - remanentes de Sendero - quienes incendiaron la sede del Banco de la Nación en Lima. La caída de Fujimori no se hizo esperar: a las siete semanas de su nuevo mandato, el 14 de septiembre de 2000, Canal N transmitió una cinta de video de 58 minutos que mostraba a Montesinos entregando 15.000 dólares a un político de la oposición, Alberto Kouri, para que desertara y se pasara al partido oficialista. Surgieron más cintas que mostraban esos sobornos. Más tarde se reveló que Montesinos - encarcelado desde el 2003 - había orquestado no solo la represión política, sino también una lucrativa serie de malversaciones, tráfico de influencias y esquemas de sobornos. También había filmado muchas, si no todas, sus reuniones para posibles chantajes; las cintas se convertirían en la prueba A en decenas de juicios por corrupción tras la renuncia de Fujimori. El escándalo llevó rápidamente a Fujimori a anunciar que convocaría nuevas elecciones y que no se presentaría a un nuevo mandato. También dijo que desmantelaría el temido servicio de inteligencia que había dirigido Montesinos, quien paso a la clandestinidad. Con la intención de reforzar el apoyo a la transición política, Fujimori visitó Washington y luego Tokio, desde donde presentó su renuncia. En una última bofetada al presidente, el Congreso rechazó la dimisión, pero declaró vacante la presidencia, diciendo que Fujimori era “moralmente incapaz” de ejercer el cargo. Con permiso para establecerse en Japón - tenía derecho a la ciudadanía por sus padres -, Fujimori trató de presentarse como candidato al Parlamento en Japón y en volver a la política en el Perú. Mientras el nuevo gobierno peruano intentaba infructuosamente extraditar a Fujimori, una cuestionada comisión de la verdad nombrada por el gobierno provisional del caviar Valentín Paniagua concluyó que 69.000 personas habían muerto entre 1980 y 2000 en conflictos entre los terroristas y el gobierno. Aunque la comisión concluyó que Sendero Luminoso era responsable de la mayoría de las muertes, también acusó a Fujimori y a sus dos predecesores, Fernando Belaúnde y Alan García, de abusos generalizados. El informe concluyó que tres de cada cuatro víctimas mortales eran indígenas quechuahablantes, en su mayoría civiles inocentes atrapados en los combates. No contento con el exilio, Fujimori planificó su regreso al poder. Pero a horas de aterrizar sorpresivamente en Chile, fue detenido por una antigua orden internacional en su contra, perdiendo su candidatura a un escaño en el Parlamento de Japón mientras se encontraba bajo arresto domiciliario, y fue enviado de regreso a Perú en el 2007. Durante su juicio, que comenzó aquel diciembre e incluyó el testimonio de más de 80 testigos y casi dos decenas de expertos externos, los fiscales argumentaron que Fujimori no hizo nada para impedir que un escuadrón de la muerte militar, el grupo Colina, cometiera dos atrocidades: la masacre de 15 personas en noviembre de 1991, incluido un niño de 8 años, en una pollada en Lima, y el asalto a la Universidad La Cantuta en julio de 1992, en el que murieron nueve estudiantes y un profesor. “Soy inocente”, insistió Fujimori ante el tribunal. “El Perú que yo heredé era un desastre. Estaba en una situación caótica por donde se le mirara”. La campaña contra el terrorismo, insistió, fue “eliminar la sensación de desorden y anarquía que se había instalado en el Perú”. Pero en abril del 2009, Fujimori fue condenado por asesinato, secuestro agravado y lesiones, así como por crímenes contra la humanidad, recibiendo una condena de 25 años. Pero ahí no acabaron sus problemas legales. Más tarde, ese mismo año, admitió haber realizado un pago de 15 millones de dólares a Montesinos para evitar un golpe de Estado, y también admitió haber autorizado escuchas telefónicas ilegales y sobornos. Además de su hija Keiko, le sobreviven una hija menor, Sachi, y dos hijos, Hiro y Kenji, todos de su matrimonio con Susana Higuchi; su segunda esposa, Satomi Kataoka; y varios nietos. Cabe precisar que Fujimori no era dado a la introspección. En las entrevistas realizadas para el documental del 2006 titulado La caída de Fujimori, producido mientras estaba en el exilio, insistió en que había hecho lo necesario para restablecer el orden en Perú, y negó haber consentido abusos a los derechos humanos. Es más, aseguro que Montesinos le había ocultado su faceta de “personaje diabólico”, dijo. Y añadió: “No he robado un solo dólar”. Tras su liberación, no oculto su deseo de volver a presentarse en las elecciones del 2026, pero algunos analistas dudaron que ello fuera posible y solo se trataba de una estrategia para fortalecer a su partido Fuerza Popular, ya que en realidad su avanzada edad y problemas de salud impediría que se hiciera realidad. Precisamente el cáncer acabo por vencerlo y falleció a los 86 años en su casa y rodeado de su familia. De esta manera, su muerte cierra un capítulo de la historia peruana y abre otro. Al fin y al cabo, hablamos del político que marcó de manera más profunda al Perú en los últimos 34 años. Fujimori murió, pero su legado perdurara. Trajo la paz al Perú y ello hay que reconocerlo. Demás está decir que Keiko retomara el control de la agrupación fujimorista Fuerza Popular e indudablemente será la candidata en los próximos comicios. ¿Sobrevivirá el fujimorismo sin Fujimori? Como sabéis, todo partido caudillista que se respete, solo mantiene su vigencia mientras su fundador siga con vida, pero al morir su caudillo, a la larga desaparece también. Ejemplos de sobra se observa ahora en el Perú: agrupaciones otrora tradicionales y que fueron gobierno, como AP, PPC y el APRA por ejemplo, son unos muertos en vida, arrastrándose penosamente en medio de la ignominia. ¿Sucederá lo mismo con el fujimorismo? Depende del rumbo que tome con Keiko, que ahora sin la sombra del padre, va a tener ahora sí, el control absoluto de la agrupación. De ella depende que la historia no se repita, pero de no lograr ganar las elecciones del 2026 quién sabe. Solo el tiempo lo dirá.
Tal como se esperaba, la selección peruana de futbol, “dirigida” - es un decir - por un anciano decrépito sacado de algún asilo, volvió a hace el ridículo en las Eliminatorias al Mundial 2026, aferrándose al último lugar de la tabla, la cual le pertenece por derecho propio, siendo el más batido de todos los equipos que participan en el torneo y el único que juega sin delanteros, con jugadores viejos y acabados que no le meten un gol ni al arco iris, pero que si son buenos para exigir “premios” por su participación... Menuda banda de jetas. Si algunos ilusos confiaban en que habían dado ‘un paso adelante’ con el triste empate conseguido ante Colombia en Lima (como los pseudoperiodistas ‘mermeleros’ les hicieron creer), bastó ver algunos minutos ante Ecuador para entender que hace mucho la selección peruana está metido en un pozo sin fondo por deméritos propios y una gran escasez de gol. Así, todo lo sucedido ante los colombianos el pasado fin de semana fue un gran engaño y este martes en Quito, volvieron a su patética realidad: ser los peores del continente, Como sabéis, las Eliminatorias se juegan con la sangre caliente, y los peruanos tienen el termómetro malogrado. Es redundante mostrar la pésima imagen que deja Perú tras cada partido en el escabroso camino al Mundial 2026, al cual virtualmente no tiene ninguna opción, y eso que – para mayor vergüenza suya – clasifican 7 de 10 equipos. Lo que más les afecta el ánimo es que se cayó ante un Ecuador que les pasó por encima a ritmo de entrenamiento quedándose con la victoria. Un 1-0 justo y merecido, porque en esta misma fecha doble de Eliminatorias, Bolivia se alejó (9 puntos) sumando triunfos en El Alto (4-0 a Venezuela) y Santiago (1-2 a Chile), siendo éste último el golpe de la jornada en Conmebol. La otra sorpresa la dio Paraguay, que venció 1-0 a Brasil, y que con la misma cantidad de goles que marcó Perú (2) suma 9 unidades en la tabla de posiciones. La conclusión en 8 fechas es que los peruanos van perdiendo, y dando mucha vergüenza apenas tienen tres míseros 3 puntos y son colistas absolutos de las Eliminatorias. Además, el gol es lo que no ha podido encontrar el equipo de Foosati. Apenas ha marcado dos veces en ocho fechas de las Eliminatorias, y en ninguno pudo defenderlo para ganar, ante Venezuela y Colombia. Y agregar que en tres partidos de la Copa América tampoco vio las redes rivales, siendo eliminado en la primera rueda. En suma, una nulidad total. Hay quienes alegan que la culpa lo tiene su sistema de juego que el uruguayo aplica tercamente, el 3-5-2 a pesar de muchas críticas recibidas. A ello debemos agregar su insistencia en utilizar a jugadores veteranos como Lapadula, Zambrano, Advíncula, Tapia, Cartagena o Valera que son una rémora, dejando de lado a elementos jóvenes como Grimaldo, Reyna o Castro a quienes no los tiene ni como suplentes, los cuales junto a otros jugadores como Sonne, Ormeño, Peña, Quispe y Zanelatto - que apenas juegan minutos - son el futuro de la selección. De los viejos por cierto, el único rescatable es el arquero Gallese, que ha salvado al equipo de terminar goleado en cada encuentro. Y eso que en esta ocasión no llamo a jubilados indisciplinados como Guerrero, Carrillo y Cueva, a los cuales sin embargo, se dice que piensa volver a convocarlos en octubre, lo cual sería un premio a la mediocridad de exjugadores involucrados en sonados escándalos de drogas, alcohol y ser golpeadores de mujeres. ¿Cómo se puede caer tan bajo? ¿Qué no tiene cabeza? Se afirma que el uruguayo prefiere a los “experimentados” en la selección ¿Experimentados en qué, podríamos preguntar? ¿En los fracasos? Por ellos están últimos y por sobrados motivos. Como imagináis, los aficionados dolidos de tantas humillaciones recibidas, exigen su salida. Y aprovechando el momento, ‘las viudas de Gareca’ han salido de la cueva y viendo que al parrillero argentino lo echan si o si de Chile por estafador, ya están haciendo campaña para su retorno, pero ni el los salvaría del desastre. Hundidos en el sótano, sin altura y sin remedio, con un equipo plagado de desahuciados que no le ganan a nadie, prácticamente están eliminados, porque Uruguay y Brasil - con quienes se enfrentaran en octubre - se los comerán crudos. Que poco les duro la ilusión a los peruanos... Adiós Fossati, adiós Mundial.