En una medida reclamada insistentemente por muchos especialistas ante el imparable avance de esta plaga apocalíptica por el mundo, el régimen vizcarrista reaccionó tardíamente el pasado domingo para intentar retrasar el avance en el Perú del temido Coronavirus (conocido oficialmente por la Organización Mundial de la Salud como COVID- 19) con una serie de medidas extremas, pero necesarias. En efecto, Martín Vizcarra anunció la publicación de un decreto supremo que declaro el estado de emergencia nacional por 15 días, decretando posteriormente el toque de queda de 8:00 de la noche a 5:00 de la mañana. Las medidas señaladas han sido particularmente severas incluso en el actual contexto global de pánico y restricciones. La disposición incluye el cierre total de las fronteras, la limitación del libre tránsito, el cierre de negocios (a excepción de los considerados esenciales) y el apoyo de las Fuerzas Armadas para garantizar la seguridad. Las personas debidamente identificadas con su DNI y el permiso de transito otorgado por la policía, solo podrán circular por la vía pública hasta las 8 de la noche únicamente para actividades básicas como comprar medicinas y alimentos, o asistir a personas en necesidad, para luego recluirse en sus casas, so pena de cárcel. En su alocución, Vizcarra reconoció que el aislamiento social obligatorio impuesto se trata de una medida extrema. Debido a la rareza de la situación y a la prisa que demandaba, el anuncio creo mucha incertidumbre sobre varios detalles de su aplicación, que con el correr de los días se ha ido explicando en los medios de comunicación. Sin embargo, sus consecuencias para la vida regular de los peruanos sin duda serán enormes, con costos sociales y económicos incalculables. No obstante, en vista del enorme riesgo que la expansión del virus puede suponer para el sistema de salud público y las vidas de cientos de miles de personas, la reacción extemporánea del gobierno fue lo menos que se pudo hacer, teniendo en cuenta lo que sucede en el resto del planeta, donde los muertos se cuentan por miles a diferencia de lo que ocurre en el Perú. Pero no hay que cantar victoria, porque el Cononavirus ya se encuentra en la etapa de contagio comunitario, el cual no puede ser rastreado, que lo hace más peligroso. Ante esta situación, las autoridades sanitarias debieron endurecer las medidas así como implementando periodos de cuarentena para mitigar el avance de la enfermedad e impedir que se produzca una transmisión sostenida en el país. Acciones oportunas, antes de que sea demasiado tarde, han demostrado ser la mejor manera de combatir epidemias de este tipo. La historia demuestra que en situaciones delicadas como las que se vive hoy, pecar de exceso de cautela es significativamente mejor que pecar de negligencia. Lamentablemente, conviene recordar que el Perú carece de un sistema de salud eficiente, capaz de atender la enorme demanda por servicios médicos que una epidemia local desataría. No se trata únicamente de consideración y empatía con la población en riesgo (adultos mayores y personas con complicaciones previas de salud), sino de mantener a los servicios médicos operativos para todos. Ello significa una considerable inversión por parte del Estado para tenerlos a punto frente a cualquier contingencia, pero quienes tuvieron la obligación de hacerlo, prefirieron saquear a manos llenas las arcas del Estado, dejando a los hospitales y centros de salud públicos abandonados a su suerte y completamente desabastecidos. Por ese motivo, muchos de los responsables de aquellos latrocinios o bien se quitaron la vida, otros están en la cárcel o ad portas de entrar en ella. Volviendo al tema que hoy nos ocupa, lo que viene no será fácil. Por un lado, se debe delinear claramente los alcances del estado de emergencia para hacer el menor daño posible a los negocios y empresas, así como quienes laboran en ellos que sin duda serán los más afectados. Asimismo, a la par de la rápida reacción a la pandemia, los programas de ayuda económica y alivio financiero de emergencia para los que menos tienen tampoco pueden esperar a que sea demasiado tarde, pero debe hacerse con seriedad, a quienes verdaderamente lo necesitan y sin demagogia. A ello debemos agregar que la extendida informalidad de la economía peruana y la vulnerabilidad económica de millones de peruanos en situación de extrema pobreza hoy ponen un reto adicional a la aplicación de estas medidas, por lo que los S/ 380 soles ofrecidos como un “bono” de compensación a esos sectores mas necesitados por los días que estarán recluidos en sus casas sin poder salir a las calles para ganarse la vida es populismo puro que solo incrementará la inflación, según han advertido varios economistas, por lo que a la larga el remedio será peor que la enfermedad y es que de seguro, al no disponer de cuentas en el banco ¿donde se les va a depositar el dinero? ¿Se les entregara en propia mano? ¿Quiénes irán casa por casa a llevárselos en las zonas marginales donde viven si el transito de personas esta prohibido? ¿Le darán buen uso a ese dinero o lo malgastaran como hicieron los beneficiarios de los programas Juntos y Pensión 65? Mientras la “ministra” de Economía ha sugerido que recién podrá ser efectivo “a mas tardar el lunes”, agregando que de ello se encargaría el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis), el Primer Ministro Vicente Zeballos la contradijo afirmando que será el Banco de la Nación, demostrando que ni entre ellos pueden lograr ponerse de acuerdo, dando la razón a quienes sostienen que se trata de una medida apresurada lanzada en busca del aplauso fácil, tal como ese globo de ensayo de la semana pasada como fue la pena de muerte. No cabe duda que el populismo exacerbado de Vizcarra es la manifestación de su frustración al enfrentar la tarea de avanzar en la solución de los acuciantes problemas de la economía, la seguridad, la salud, la reconstrucción, la infraestructura o los conflictos sociales. Contribuyen a esa frustración la inexperiencia e incompetencia de muchos de los miembros de su Gabinete, su propia impericia para construir consensos políticos, y su obsesiva atención a los índices de popularidad. Vive de las encuestas y de acuerdo a como va su aprobación elige los pasos a seguir. De allí la demagogia de sus disparatadas propuestas lanzadas periódicamente con el objetivo de distraer a los peruanos de los verdaderos problemas que los agobian día a día y para los cuales no tiene solución alguna dada su innata incapacidad. Para colmo, la abrupta llegada del Coronavirus al Perú dejando a su paso por el mundo miles de muertos, ha desatado el pánico y de ello quiere aprovecharse a ver si sube algunos puntos, tomando medidas radicales e implantando el toque de queda como en los tiempos del terrorismo. Si bien se trata de un (des)gobierno conformado por improvisados y arribistas de oscuro pasado - muchos de los cuales tienen cuentas pendientes con la justicia - de momento estos serios cuestionamientos deben quedar de lado para hacer frente a esta potencial amenaza que como sabéis, se cierne sobre todos. Ante la gravedad de la situación, la población debe hacer todo lo posible por respetar los lineamientos establecidos para enfrentar esta crisis sanitaria y asumir la seriedad del asunto. Lo cierto es que, para Vizcarra, será imposible vigilar el cumplimiento del aislamiento obligatorio de más de 30 millones de personas. La única manera de enfrentar decisivamente al Coronavirus es con la participación voluntaria de su gente, pero ello seria pedir peras al olmo, conociendo la idiosincrasia de los peruanos de no respetar las leyes y hacer lo que les venga en gana. Es mas, los reiterados anuncios del régimen para mantener la calma, “garantizando el abastecimiento de alimentos y productos básicos durante el estado de emergencia”, no ha sido creído por nadie y vemos como miles de peruanos, presos de la angustia y desesperación, prácticamente asaltaron los primeros días los autoservicios y supermercados tratando de llevarse todo lo inimaginable con el objetivo de acaparar los productos de primera necesidad sin importarles en absoluto los demás. A eso se ha llegado en estos tiempos de incertidumbre donde impera la ley del más fuerte. No cabe duda que las próximas semanas van a ser muy dolorosas ante el aumento exponencial de enfermos y fallecimientos que han comenzado a ocurrir en el Perú. Si uno cree que pasados los 15 días todo va a volver a la normalidad esta completamente equivocado, porque lo peor está aún por llegar. Por eso se necesita mantener la calma, dando lo mejor de cada uno para hacer frente a este enemigo invisible potencialmente letal. En sus manos esta hacerlo :)
En plena paranoia del Coronavirus en que el papel higiénico ha sido el protagonista de las noticias por el pánico desatado por la llegada al Perú del temido COVID- 19 (su nombre oficial según la OMS) es buena ocasión para referirnos a el y conocer un poco su historia ¿vale? Hoy en día nadie duda de las bondades y maravillas de ese compañero inseparable en nuestro cuarto de baño llamado papel higiénico. Hay de todos los colores, olores y texturas; hay incluso perritos - como el de Scott - que se han hecho millonarios con el marketing que trata de persuadirnos de usar esa marca. Pero si echamos la vista atrás, no siempre fue así, ni mucho menos. La historia del papel de celulosa se remonta al último siglo así que vamos a recordar cómo se las arreglaba la humanidad cuando no existía este gran aliado. Sin duda, el método práctico y tradicional desde nuestros orígenes era limpiarse con agua y hojas de lechuga. Durante el imperio romano, los plebeyos acudían a los baños públicos en los que se solía habilitar una esponja remojada en agua salada con un palo y una cubeta que se cambiaba diariamente. Las personas de estratos sociales más altos tenían la suerte de poder utilizar lana empapada en agua de rosas. Nuestros ancestros en la Edad Media preferían las agradecidas propiedades medicinales del heno. A lo largo y ancho del planeta los diferentes pueblos buscaban sus propios sistemas de limpieza después de hacer sus necesidades. Así es como los hawaianos utilizaban cáscaras de coco (tan incómodo como suena), los estadounidenses preferían las mazorcas de maíz y los esquimales el musgo de la tundra y la fría nieve. Fue en 1798, cuando parece que un francés cansado de hacerlo con el dedo (que guarro el tío este) inventó por fin el papel higiénico pero no fue hasta medio siglo más tarde cuando comenzaron los primeros intentos de comercialización. En 1857, el neoyorquino Joseph C. Gayetty lo intentó poniendo a la venta hojas manila sin blanquear; aquel invento que no lograba desplazar al clásico periódico y trapos, se llamaba “papel medicado Gayetty”. Más tarde, en 1897, el inglés Walter Alcock corrió idéntica suerte al lanzar su propio producto en forma de rollo de papel que, curiosamente, chocó con la moral de la época. Finalmente, tras los fallidos intentos anteriores, fueron los hermanos estadounidenses Edward y Clarence Scott, quienes realizaron una agresiva y eficaz campaña publicitaria, y como consecuencia se llevaron el honor de obtener el triunfo comercial de los rollos de papel higiénico, introduciendo en mercado una marca que hoy se comercializa activamente, Scott el de “mi mejor amigo“ ¿Os suena? Perteneciente a la multinacional Kimberly-Clark llego al Perú, comenzando a comercializarla con el nombre de Suave. Cabe destacar que su portafolio incluye además conocidas marcas como Huggies, Kleenex, Kotex, Plenitud, WypAll, Pull-Ups, entre otras. Cuentan con la posición de participación No. 1 o No. 2 en más de 80 países :)
Como sabéis, durante el estado de emergencia por 15 días decretado por Martín Vizcarra para intentar frenar el avance del Coronavirus en el Perú, se anunció a mediados de semana una nueva medida mucho mas restrictiva, como es el toque de queda, que a muchos peruanos les ha traído oscuros recuerdos de épocas que creían ya superadas. Ante todo, conviene saber ¿qué es un toque de queda? es una medida que un gobierno establece en situaciones excepcionales. Implica la prohibición total del derecho de libre circulación en las calles en un horario determinado, generalmente en horas nocturnas. Su cumplimiento es reforzado por instituciones policiales y de fuerzas armadas. ¿Qué pasa si uno sale en toque de queda? es una medida que un gobierno establece en situaciones excepcionales. Implica la prohibición total del derecho de libre circulación en las calles en un horario determinado, generalmente en horas nocturnas. Su cumplimiento es reforzado por instituciones policiales y de fuerzas armadas. Durante un toque de queda está terminantemente prohibido salir a la calle “de toque a toque”, es decir, dentro del horario establecido por la medida. Por lo tanto, los ciudadanos no podrán hacer compras, ir al hospital o a su centro de labores hasta que el toque acabe. El incumplimiento de esta orden podría llevar a una detención, años de cárcel o incluso un disparo. Según cuentan quienes lo vivieron en carne propia, la primera vez que los peruanos experimentaron un toque de queda fue en 1975, cuando gobernaba el país el general Juan Velasco Alvarado cuyo gobierno se debatía en una grave crisis producto de su política económica socialista implantada tras el golpe militar de 1968. El autoproclamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas fue incapaz de hacer frente a aquella situación, agravada por el delicado estado de salud de Velasco. Aquella época una protesta policial hizo estallar el conflicto que a la larga provoco la caída del régimen. Miles de policías acataron un paro y dejaron a Lima sin resguardo, lo que desembocó en una serie de saqueos e incendios de locales emblemáticos como el Centro Cívico de Lima, así como la sede del diario Correo - ambos ubicados en la céntrica avenida Garcilaso de la Vega - que dejaron como saldo decenas de heridos. Sucede que el 5 de febrero de ese año, la Guardia Civil de entonces se había declarado en huelga y cientos de efectivos se atrincheraron en el cuartel de Radio Patrulla de La Victoria. El Ejército envió tropas hacia el local policial para tomar sus instalaciones, y mientras detenían a los agentes rebeldes, la ciudad se vandalizaba. Saqueos en el Centro de Lima se registraron durante la mañana y tarde, y las personas cargaban con lo que podían, entre alimentos, ropa y artefactos. Como respuesta, el Ejército envió tanques y vehículos blindados a patrullar, intentando frenar los saqueos, sin resultado alguno Por ello, mas tarde ese mismo día, se decretó un toque de queda en Lima y Callao. El resultado de esta crisis social fue 86 personas fallecidas, 162 heridos y más de cien locales saqueados; El segundo toque de queda se realizo en 1976, durante la dictadura del felón Francisco Morales Bermúdez, quien en contubernio con la CIA, había depuesto a Velasco. Resulta que a mediados de ese año se produjo una fuerte devaluación monetaria que origino grandes protestas y obligó a suspender las garantías constitucionales, imponiéndose nuevamente el toque de queda. Así, durante varios meses, los habitantes de Lima debían recogerse a sus domicilios antes de las 12 de la noche. Cabe recordar que por ese tiempo, un paro nacional ocurrió el 19 de Julio de 1977, impulsado por la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP) de orientación comunista, que reclamó un aumento general de sueldos y salarios, de acuerdo con el alza del costo de vida. Lima quedó paralizada durante 24 horas, de un modo nunca antes visto. Luego vinieron diversas movilizaciones nacionales y una sangrienta represión; El tercer toque de queda ocurrió el 9 de febrero de 1986 bajo el mandato de Alan García, cuando se decretó el estado de emergencia en Lima y Callao para hacer frente a Sendero Luminoso. Por la noche se estableció un toque de queda nocturno que iniciaba a la medianoche y culminaba a las 6 de la mañana del día siguiente. A su turno, el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas hizo público un comunicado informando que el Ejército se había hecho cargo del control del orden público en las ciudades de Lima y Callao, suspendiendo las libertades de tránsito y reunión, y la inviolabilidad del domicilio. El estado de emergencia fue decidido luego de una serie de explosiones de bombas simultáneas en las madrugadas de los días 20, 22 y 24 de enero y 3 de febrero. Las bombas afectaron a entidades bancarias, locales del partido gobernante (APRA) y restaurantes. Una de las bombas detonó a sólo 100 metros del Palacio de Gobierno. La medida se prolongó hasta el 28 de julio de 1987, convirtiéndose en el toque de queda más largo de la historia del Perú. Conviene recordar que desde 1983, el terrorismo mantenía en constante estado de emergencia a ciudades del sur del Perú como Ayacucho, Apurímac y Huancavelica; El cuarto toque de queda sucedió el 5 de abril de 1992, cuando Kenyo Fujimori - quien había llegado al poder en unas cuestionadas elecciones en 1990 - dio un autogolpe de Estado instaurando una sangrienta dictadura con el pretexto de combatir al terrorismo, decretando la disolución del Parlamento y asumiendo todos los poderes. La medida implicaba un toque de queda en todo el país y la persecución y detención de los políticos y figuras que estaban en contra del régimen. La historia de oprobio y horror que siguió a continuación - como el saqueo generalizado de las Arcas Públicas por Fujimori y sus secuaces, una corrupción campante en la administración publica nunca antes vista, viles negociados con grave perjuicio de los intereses nacionales, así como el asesinato masivo de decenas de miles de peruanos a manos de comandos paramilitares y las “fuerzas del orden” - llego a su fin con su cobarde fuga del país en el año 2000, su posterior captura y condena a 25 años de prisión por Crímenes de Lesa Humanidad. De seguro la asociación del toque de queda con dichos regimenes, ha motivado a Vizcarra a que no se le denomine así ahora que lo ha vuelto a implantar luego de varios años, pero de que es un toque de queda, lo es. ¿No os parece? :)