Este 7 de diciembre se cumplió en el país andino un año de uno de los episodios más viles de su historia republicana reciente: el anuncio que hizo a través de los medios el delincuente terrorista Pedro Castillo - quien llego al poder mediante el fraude - de su decisión de “disolver temporalmente el Congreso”, “instaurar un gobierno de emergencia nacional” y “declarar en reorganización el sistema de justicia”, haciendo la precisión de que ello comprendía arrasar con el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Junta Nacional de Justicia y el Tribunal Constitucional. Esa pretensión, en cualquier otro rincón del mundo civilizado, se trató obviamente de un golpe de Estado, un zarpazo al orden constitucional para imponer una sangrienta dictadura comunista. Pero para fortuna de los peruanos, la manifiesta incapacidad de ese infeliz se hizo evidente también en ese acto de atropello a la democracia y, en pocas horas, el golpe fue conjurado y él, vacado por una mayoría de más de cien integrantes de la representación nacional. Pero eso no significa que el hecho no ocurriese y, sin embargo, de entonces a ahora sus cómplices se han empeñado en negar que el golpe se produjera o en tratar de proporcionar explicaciones absurdas a lo que todos los peruanos vieron escucharon ese día. Están desde los que sostienen que solo se trató de un “gesto simbólico” hasta los que postulan la tesis de que ese oscuro individuo fue “drogado” e incluso “abducido por extraterrestres” para que leyese temblorosamente el mensaje en cuestión, preparado en realidad por una camarilla de asesores perversos. Los más temerarios, no obstante, son aquellos que sentencian, sin que se les mueva un músculo de la cara, que en realidad el golpe lo dio el Congreso y que Castillo fue una víctima. Entre ellos se cuentan, desde luego, algunos gobiernos izquierdistas de la región, convertidos en divulgadores de ‘fake news’ y, por eso mismo, expuestos a la vergüenza internacional. Lo preocupante es que hay encuestas que muestran que una porción - aunque no mayoritaria - de la población participa de esa lectura distorsionada de los hechos. Lo cierto es que ese delincuente sintiéndose acorralado por las múltiples y fundamentadas investigaciones sobre corrupción en las que estaban comprendidos este vil sujeto y sus allegados más cercanos, optó por patear el tablero. Fue una apuesta desesperada por impedir que el brazo de la justicia lo alcanzara. Y fracasó, miserablemente. Ahora, sin embargo, ante la arremetida de las mafia caviar contra la fiscal de la Nación, Patricia Benavides (ilegalmente suspendida de su cargo por seis meses), un personaje clave para que avanzaran los casos de corrupción que terminaron cercando al burro chotano, algunos de los cómplices antes aludidos formulan la ridícula tesis de que ello demuestra que este no cometió el crimen por el que se lo detuvo ni, presuntamente, todos aquellos otros por los que se le dictó prisión preventiva. Semejante pretensión, empero, no es sino un burda maniobra que no resiste el menor análisis. El ataque contra Benavides no descalifica sus investigaciones sobre Castillo. Lo que la ciudadanía debe tener presente ante cada uno de los moduladores de las coartadas con las que se pretende exonerar al ladrón y golpista de las consecuencias de su rapto dictatorial es que son tan autoritarios como él. Se fingen respetuosos de la democracia en tiempos de elecciones, pero apenas se les ofrece la oportunidad de imponer sus anacrónicas ideas o de sacar ventajas indebidas por la vía dictatorial, se aferran a ellos con furia desmesurada. No olvidemos sus feos rostros ni sus nombres, porque tarde o temprano llegará la hora en la que tendrá que pedírseles cuentas por lo que hacen. Mientras tanto, toca recordar el aniversario del 7 de diciembre como lo que fue: el intento desesperado de un analfabeto cercado por las huellas de la corrupción que atravesaba su régimen filosenderista buscando imponer mediante el golpe una satrapía que le garantizase impunidad y acabase con los inconvenientes que estorbaban el saqueo en marcha. La verdad como sabéis, y por más dura que sea, siempre sale a la luz. Ahora bien, la señora Dina Boluarte - quien lo sucedió en el cargo – cumplió al mismo tiempo un año como presidenta, un aniversario que casi nadie creía que alcanzaría si tomamos en cuenta que en los primeros meses de su gobierno el país se vio sacudido por una sangrienta asonada terrorista organizada por Sendero Luminoso que pedía su salida del cargo y la reposición del golpista, fracasando en su intento. Desde entonces, la gestión de la señora Boluarte ha navegado en una relativa calma, sin volver a ver su continuidad en peligro, es cierto, pero sin tampoco hacer mucho ruido como para comprometerla. Esta actitud de reserva se ha traducido en muchas acciones que van desde la insistencia de la mandataria en aprovechar cuanta ocasión se le presente para viajar al extranjero hasta en la falta de reflejos que ha mostrado el Gabinete para observar leyes abiertamente peligrosas de parte del Congreso. Por otro lado, es justo decir que, desde un inicio, el actual Ejecutivo mostró un saludable quiebre con el anterior. Logró constituirse con personas que no solo no cargaban con serios antecedentes penales como la banda delincuencial que rodeaba a Castillo, sino que además eran técnicamente solventes. Pero ese es apenas un primer paso para obtener una gestión eficiente que de ninguna manera basta por sí mismo. Y el principal problema con la presidenta Boluarte es que, a un año de su estreno en el cargo, pareciera que se conformó solamente con no ser como Castillo, un rasgo que el país ciertamente agradeció en sus primeros días, pero que a estas alturas ya no sirve para persuadir a nadie. Dentro de las cosas que uno espera de quien ostenta la jefatura del Estado, una de las más básicas es una visión clara del país. La señora Boluarte, sin embargo, no ha explicado hasta ahora cuál es la suya. No solo porque hace varios meses (siete ya) no da una entrevista a la prensa, sino porque cuando tuvo la ocasión de hacerlo durante el mensaje a la nación del último 28 de julio optó por pronunciar un largo, soporífero e inconexo discurso de más de tres horas que en estos momentos ya ni en el interior del Ejecutivo deben recordar. Pocos ámbitos reflejan mejor esta falta de norte que el de la inseguridad ciudadana. Como sabe cualquier peruano mínimamente informado, este año el país ha sufrido un recrudecimiento de las extorsiones, el sicariato y el cobro de cupos que las autoridades no han sabido atajar. La respuesta de Palacio de Gobierno ha consistido básicamente en declarar en emergencia una serie de distritos en Lima y Piura y proveer una serie de cifras que aparentemente demostrarían la eficacia de esta medida, pero que nadie ha visto hasta ahora. En lo que respecta al frente económico, las cosas no han sido mejores. Las proyecciones de crecimiento del PBI para este y el otro año han sido revisadas a la baja por el BCR múltiples veces a lo largo del año, la inversión privada y las expectativas empresariales no han conseguido ser reanimadas y es probable que en el 2023 la pobreza vuelva a crecer. Y, como hemos dicho anteriormente, si hace un año el gobierno podía culpar a su predecesor por el mal desempeño económico, esa carta ya no le sirve más. El otro año, además, el país enfrentará un fenómeno de El Niño anunciado desde hace meses y al que, no obstante, se hará frente con obras inconclusas. Si la presidenta no gestiona bien el desafío climático, las cifras económicas del otro año pueden ser incluso peores que las que ya se esperan. Es preciso por ello que el Gobierno vuelva la vista adelante. Ya no le sirve seguir mirando hacia atrás para sacarse lustre por no ser como su infame predecesor. El país merece más que eso: necesita recuperar la seguridad y las expectativas económicas para que, ahora sí, la presidenta Boluarte tenga algo de que vanagloriarse. En suma, el Ejecutivo ya no puede gobernar mirando hacia el pasado. ¿No os parece? (Por cierto, el hecho que el cuestionado JNE haya permitido la inscripción del partido del adicto a la marihuana y asesino de policías Antauro Humala para participar en los próximos comicios, demuestra hasta qué punto los parásitos caviares de ese organismo en componenda con la RENIEC y la ONPE están preparando un nuevo fraude electoral, “bendecidos” como no podía ser de otra manera, por la JNJ ¿A que están esperando en el Congreso para echar a patadas a todos esos miserables?)
Ubicado en Ayacucho, en este histórico lugar se levanta un imponente monumento levantado en homenaje a los vencedores de la épica batalla de Ayacucho, ocurrida en 1824 y que marco virtualmente el fin del Imperio Ultramarino Español en América. Construido en 1968 durante el régimen del dictador Juan Velasco Alvarado con apoyo de Venezuela, para celebrar el sesquicentenario de dicho acontecimiento, el obelisco representa la identidad y orgullo de la provincia de Huamanga por ser el lugar donde alcanzó la libertad peruana. Realizada paradójicamente por un escultor español - Aurelio Bernardino Arias - el obelisco tiene una altura de 44 metros que simbolizan los 44 años que transcurrieron desde la revolución de Túpac Amaru II (1780) hasta la gesta emancipadora del 9 de diciembre de 1824. La pirámide es de base triangular enlucida con mármol y de planos laterales empinados configurando varios relieves, con entrantes y salientes que representan las regiones naturales del país y las diferentes conspiraciones, y de los precursores y próceres de la Nación. En el frente lleva la inscripción “La Nación a los vencedores de Ayacucho”. En el plano superior se encuentra la imagen de Simón Bolívar en forma de un medallón en alto relieve, más abajo aparece un grupo escultórico, con estatuas de tres metros de altura, representando a los generales patriotas que comandaron la batalla: Córdova, La Mar, Gamarra, Lara y Miller mirando hacia el Condorcunca. En la parte posterior, en alto relieve de bronce de 12 metros está representado una escena de la batalla; a los costados dos ángeles de la fama tocando sus trompetas que pregonan la gloria de Ayacucho. Además en las partes laterales destaca, los nombres de las unidades que participaron en la batalla de ambos ejércitos. Compa recordareis, a las 10 de la mañana del 9 de diciembre de 1824 en esta llanura a los pies del Condorcunca, el general Antonio José de Sucre, al mando de los 5,800 hombres del Ejército Unido Libertador del Perú, inició la batalla y lograría derrotar a los 9,300 hombres del ejército realista comandado por el virrey La Serna. Cobarde como siempre, Bolívar no participó en la batalla, ya que regreso a Lima “para servir de reserva a la América”. Las palabras de Sucre al final de las arengas de cada batallón, están cinceladas en la historia del Perú: “¡Soldados! ¡De los esfuerzos de hoy, pende la suerte de la América del Sur! (…) ¡Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia!”. Luego del triunfo, el jefe del estado mayor español, José de Canterac y el comandante general Antonio José de Sucre, firmaron la Capitulación de Ayacucho, documento por el cual España reconoce la independencia del Perú, su último bastión en América del Sur. Declarado como Patrimonio Cultural de la Nación en su 194 aniversario, cada 9 de diciembre se realizan en el lugar desfiles y ceremonias para celebrar el acontecimiento. Desde agosto de 1980, el lugar adyacente al pueblo de Quinua se denomina oficialmente “Santuario Histórico de la Pampa de Ayacucho”, para preservar su memoria histórica para América del Sur como por su flora y fauna. Además, en el 2018 el famoso obelisco fue declarado “monumento integrante del Patrimonio Cultural de la Nación”.