Venga ya, a nadie ha debido sorprender el informe sobre la situación en el país andino que a mediados de semana iba a presentar la cuestionadísima Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) controlada por una caviarada miserable que siempre han intentado justificar los monstruosos crímenes cometidos por sus ‘camaradas’ de Sendero Luminoso, a la vez que ignoran olímpicamente las bestialidades que ellos realizan, ya sea contra una indefensa población civil o peor aún, si las víctimas son integrantes de las FF.AA. y policiales caídos en el cumplimiento de su deber. Para tan parcializada comisión, ellos no cuentan y sus vidas no tienen la más mínima importancia. Pero si los muertos son terroristas, no demoran un segundo en salir en su defensa, demostrando con ello su complicidad con esas malditas hordas asesinas con los que se sienten tan cercanos ideológicamente. Si bien de mala gana reconoce el Golpe de Estado perpetrado por el delincuente terrorista Pedro Castillo, acto seguido llena de agravios a las Fuerzas del Orden por el “delito” de preservar la Democracia. Era previsible por ese motivo el rechazo generalizado en el Perú tras conocerse el citado informe de 107 páginas, cuyas disparatadas conclusiones no deben ser tomadas en cuenta por las autoridades y enviadas a la brevedad a la basura, adonde pertenece. Como sabéis, ese mamotreto mal redactado, titulado “Situación de derechos humanos en Perú en el contexto de las protestas sociales”, está lleno de mentiras de grueso calibre, aduciendo falazmente que en el Perú se violarían sistemáticamente los derechos humanos. La condicional utilizada, como es obvio, estigmatiza con la misma fuerza que una aseveración. Esta postura es inaceptable e insultante para los peruanos, porque no se hace referencia alguna a los reales promotores de la violencia, como es Sendero Luminoso, agazapado entre los manifestantes y financiado por los caviares, el narcotráfico y (des)gobiernos izquierdistas de la región. Es más, la infame CIDH no ha dicho que de manera cruel e inhumana, usaron como “carne de cañón” a una indiada ignorante, soliviantándolos con sus discursos de odio y resentimiento. Ya en el pasado obligaron al Perú a “indemnizar” a los terroristas por casos sin investigación seria y profesional. Hoy persisten en denunciar injustificadamente a más efectivos militares y policiales, Han pasado 30 años y los terroristas ya saben quiénes son sus aliados que siempre los han defendido en foros internacionales ‘santificándolos’ al presentarlos como las “victimas” y no como los monstruos que son. Como es obvio, nada dice la CIDH sobre quienes financiaron sus actos de violencia, como el asesinato del SO2 José Luis Soncco, quien fue torturado y quemado vivo, o que obligaron a los ciudadanos a desafiar a las fuerzas del orden que resguardaban activos críticos nacionales, que la propia ONU considera como ataques terroristas a quienes pretenden tomar aeropuertos. Fiel a su retorcido estilo, la CIDH ya sentenció antes que el Poder Judicial y el Ministerio Público del Perú. Esto es inaceptable e insostenible. En el ítem “Desarrollo de la protesta y conflictividad social, en el punto 86″, se menciona: “El Estado advirtió a la Comisión sobre la infiltración en las protestas de grupos organizados al margen de la ley… Sin embargo, hasta el cierre del presente informe, no había entregado ningún medio de prueba que confirmara dicha hipótesis”. Nada más falso. Los indicios, pruebas, evidencias, capturas, como la de la camarada ‘Cusi’, entre otros, eran fáciles de constatar, pero se niegan a revelar la verdad, porque no les conviene desenmascarar a sus ‘camaradas’. Conviene recordar que el presidente de El Salvador Nayib Bukele, en recientes declaraciones sobre el papel de la ONU, OEA y la CIDH respecto a “las maras” en su país, les ha dicho “hipócritas” y que hoy aparecen para defender a los “mareros” y no en el tiempo que miles de salvadoreños fueron asesinaros a mansalva por estos grupos criminales. La indignación de Bukele la deben hacer suya todos los peruanos, porque hoy vemos el grado de ideologización y direccionamiento político con el que actúan mancillando así la soberanía del país. Por eso, no es de extrañar que una corriente mayoritaria esta planteando con absoluta energía, que el Perú debe retirarse de la competencia contenciosa de la CIDH porque es lo mejor para sus intereses. Los únicos que entrarán en crisis emocional (y económica) son los parásitos caviares que viven de ellos. Por cierto, EE.UU. y Canadá, entre otros países, no pertenecen a este organismo manipulador de las conciencias y mantienen su independencia en el campo jurídico, al cual los peruanos también tienen derecho. Sin temores y sin complejos, ha llegado el momento de salir ya de la CIDH. ¡Si se puede! Señora Boluarte, deje su “tibieza” de lado y actúe con prontitud. Con los terroristas y mucho menos con quienes se presentan como sus “intermediarios” puede haber negociación alguna... A por ellos.
En la provincia de Huamalíes, en Huánuco (Perú), se yergue imponente un complejo arqueológico único, que refleja el antiguo esplendor de una poco conocida civilización. Nos referimos a los “rascacielos” de Tantamayo. Ubicado en el distrito del mismo nombre, a 3,800 msnm, en el oeste de la citada provincia, en la margen derecha del río Marañón, estas construcciones verticales - cuyas características asombran ya que poseen hasta cinco pisos de altura e incluso presentan escaleras de caracol - fueron realizadas entre los siglos X y XIV aproximadamente, por los Yarowillcas, quienes se mantuvieron independientes de los Incas durante mucho tiempo, no sólo por sus destrezas guerreras, sino también por su capacidad para construir fortalezas infranqueables en lugares estratégicos; En efecto, sus edificaciones se erigen en una zona agreste y de difícil acceso, y presentan características típicamente defensivas. Así, hoy se pueden observar sus restos silenciosos y enigmáticos, tales como la ciudadela de Japallan, los graneros de Selmín, los rascacielos de Tatanmayo, el complejo de Susupillo, entre otros. El conjunto de recintos están protegidos por gruesas murallas que, sin duda, no solo les permitieron protegerse de la codicia de sus vecinos, sino que también se mantuvieran hasta nuestros días. Cabe precisar que los Yarowillcas fueron un reino muy belicoso perteneciente al Intermedio Tardío que se desarrollo entre 1200 y 1450. De raíces aymaras, se destacó por su arquitectura y que llegó a ocupar las actuales zonas de Cajamarca, Chachapoyas, Ayacucho, Huánuco, Pasco y parte de Ancash. La llegada de los Incas a su territorio en su plan de expansión desencadeno una guerra sangrienta donde la feroz resistencia de los yarowillcas, obligo a los Incas a pactar con ellos, creando una Confederación Inca-Yarowillca (siendo los líderes de ambos bandos el inca Túpac Yupanqui y el Señor Capac Apo Chagua), terminando a la larga siendo absorbidos por los primeros, desapareciendo así de la historia. Pero quedaron como testimonio de su paso aquellas monumentales edificaciones, que los Incas no supieron o no quisieron imitar. Al respecto, el arqueólogo francés Bertrand Flornoy - quien la dio a conocer mundialmente e impulso su estudio a partir de la primera visita que hizo en 1947 - considero que los complejos de Tantamayo, por su ubicación estratégica y el diseño de sus edificaciones, sirvieron como sistema de defensa frente a las constantes incursiones de sus adversarios. Mientras Flornoy sostiene que se trató de un centro administrativo, otros investigadores piensan que eran mausoleos para los altos dignatarios. Considerado como el edificio precolombino más alto del continente americano, la estructura consta de tres pabellones, 16 habitaciones y un altar, que está rodeado por tres murallas semicirculares con sus respectivos torreones. Sin duda, los yarowillcas alcanzaron altos conocimientos de ingeniería ya que sus edificios fueron diseñados de forma circular para permitir el llenado de las esquinas y soportar el peso de los rascacielos. Las características de sus construcciones, que por sus paredes gruesas, bases anchas y pisos superiores angostos, permitieron que las estructuras soportaran las inclemencias del tiempo y los fenómenos naturales, para perdurar hasta nuestros días. Declarado como Patrimonio Cultural de la Nación en el año 2002, merecen ser preservados para la posteridad.