A que los peruanos no lo sabían, pero por breve tiempo, círculo hace décadas en sus calles lo que podría llamarse la versión andina del Grinch (aquella criatura demoniaca que odia la Navidad), pero debido al rechazo generalizado que recibió aquel engendro creado durante la dictadura velasquista, tuvo corta vida. Como sabéis, la llegada de la época navideña al Perú suele asociarse, como en muchos lugares del mundo, con la famosa imagen de Santa Claus. Sin embargo, hubo un peculiar episodio a inicios de la década de 1970 cuando el gobierno militar de turno intentó reemplazar esa tradicional representación con un personaje de lo más repulsivo: Taita Noel. Esta controvertida decisión, que buscaba desplazar al arquetípico Santa Claus asociado - afirmaban sus áulicos - al “consumismo capitalista por una reinterpretación andina de corte nacionalista”, terminó siendo un rotundo fracaso. La fuerza del imaginario colectivo en torno a la tradicional figura navideña importada desde Estados Unidos y Europa prevaleció por sobre este vomitivo y efímero intento de “peruanización”. Así, el recuerdo de Taita Noel solo quedó como una breve e insignificante anécdota circunscrita a unos pocos años de la década del setenta, y que desapareció sin pena no gloria en medio de la ignominia junto con la caída de la dictadura velasquista en 1975 y la consiguiente erradicación de sus símbolos. Ante todo, cabe precisar que el nefasto personaje de Taita Noel fue creado en 1972 por el Ministerio de Educación, a “iniciativa” del propio Velasco. Como sabéis, ese régimen dictatorial (que se hizo con el poder con un golpe de Estado en 1968) se autoproclamaba “como una revolución nacionalista de corte socialista”, buscando por ello redefinir los símbolos tradicionales con nuevas representaciones más vinculadas a su ideología izquierdista de corte “indigenista”. Es en ese contexto que se decide eliminar para las festividades de ese año la imagen ‘extranjerizante’ de Santa Claus, reemplazándola por un individuo de rasgos indígenas denominado Taita Noel el cual vestido como los nativos, con chullo, poncho y ojotas, se transportaba en un trineo “jalado” no por renos, sino por llamas (a pesar que la sierra también existen venados - llamadas tarucas - aunque no sean tan corpulentos como sus parientes nórdicos), que se difundió profusamente como nuevo ícono “navideño” a través de anuncios publicitarios y en los medios de comunicación confiscados por la dictadura, el cual por cierto, no repartía juguetes a los niños, sino libros y revistas acorde a la ideología comunista del régimen, como los pequeños libros azules de la colección Biblioteca Peruana de la editorial Peisa, así como la revista Urpi, entre otras obras “revolucionarias”. Sin embargo, y como podéis imaginar, la medida causó repulsión entre una ciudadanía habituada al tradicional Santa Claus - además del rechazo que causaba la presencia de ese espantajo vestido como un pordiosero que asustaba a los niños - por lo que la iniciativa fracasó rápidamente. Tras unos pocos años de vigencia y la expulsión de Velasco del poder por obra del felón Morales Bermúdez, Taita Noel paso al olvido, recordado apenas como una anécdota circunstancial en medio del turbulento proceso político peruano de esa década. Hay quienes recuerdan que durante la navidad de 1972 podía verse brevemente a este controvertido personaje andino en algunos establecimientos comerciales de Lima como fueron las tradicionales tiendas Tía y Monterrey ubicadas en el céntrico Jirón de la Union - el principal lugar donde las familias realizaban sus compras navideñas en esa época - las cuales decidieron sumarse a la iniciativa oficial y utilizaron la representación del Taita Noel en sus vitrinas y anuncios publicitarios. Pero todo resulto en vano. Al llanto de los niños que causaba su presencia - quienes pensaban que se trataba del “cuco” que pretendía llevárselos en la bolsa que cargaba - se sumó la furia de los padres de los peques, que los agarraban a pedradas apenas veían a uno de ellos por las calles. Pero más allá de su paso efímero y lastimero, algunos sectores izquierdistas aliados de la dictadura sí vieron con buenos ojos el surgimiento de ese engendro “como un ícono más cercano a la realidad nacional” (?). Por ejemplo, la Confederación Campesina del Perú (CCP) respaldó la propuesta y llamó a sus agremiados a difundir esta representación “netamente peruana” como símbolo identitario. Asimismo, varios intelectuales y figuras públicas que se vendieron vergonzosamente al régimen recordarían con nostalgia años más tarde la accidentada experiencia de Taita Noel, valorando “los ideales” (?) que - dicen -representaba. Quizás su gran handicap fue surgir desde la imposición gubernamental y no por consenso de la sociedad civil. Pero el imaginario simbólico que encarnaba no sería olvidado totalmente, sino que quedaría latente en el inconsciente colectivo local, y por eso, en estos tiempos reaparece brevemente, aunque claro ya no como ese indigente reciclador de basura inicial, sino como algo más “digerible” que ve a Santa Claus ya no como su enemigo, sino como su “hermano”. De esta manera, a cinco décadas del fugaz intento dictatorial por querer instituir a Taita Noel, el imaginario simbólico que evocaba no se desvaneció totalmente. Hoy en día al personaje “navideño” de rasgos andinos, se le otorga un rol “más social”: el recojo de juguetes para niños de escasos recursos, que recorre el país, ya no en un “trineo” jalado por llamas ... sino en un mototaxi, encabezando campañas navideñas de donación de regalos que luego entrega en albergues y ollas comunes, que, ante la avalancha consumista actual, afirman que “trata de encarnar el mensaje que buscaba originalmente llevar”. Lo peligroso es que bajo esa mirada inocente que actualmente muestra, este engendro creado bajo Velasco, pervive hoy recreado en “una labor social” buscando en realidad destruir la Navidad y los valores cristianos de la misma manera que el Grinch, para imponer su agenda caviar (acorde a los nuevos tiempos), en zonas marginales del país... A no dejarse engañar.