De todas las desgracias que padece el país andino, el exceso de “partidos políticos” - cascarones vacíos que no representan a nadie, conformados por inescrupulosos oportunistas (casi todos “financiados” por la minería informal y el narcotráfico) creados ad hoc para participar en los comicios electorales intentando ganar votos de los incautos con propuestas de lo más disparatadas y populistas, pero una vez que alcanzan el poder, se olvidan de sus promesas y se dedican únicamente a robar todo lo que puedan del Estado - es una muestra de su precariedad política y el origen de su inestabilidad democrática. En efecto, con más de 26 remedos de “partidos” inscritos en el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) y más de un 80% de indecisos, nadie sabe a quién votar en el Perú, Es más, si hoy fueran las elecciones generales, el elector debería escoger entre cuarenta formaciones, si se suman las que aún están en proceso de inscripción. Todavía faltan dos años para la siguiente contienda política, pero ya se distingue con nitidez el principal bache con el que se tropezará la ciudadanía: una oferta inconmensurable en opciones que no necesariamente garantiza representación y que fraccionará los votos aún más. Al respecto, una reciente encuesta es reveladora: si las elecciones se adelantaran, el 82.4% de peruanos no sabría por qué candidato o partido votar. Una indecisión generalizada que evidencia el descrédito que inspira la clase política y a su vez marca una contradicción: hay mucho de dónde elegir, pero no basta. Ninguno de los posibles candidatos alcanza siquiera el 5% y la agrupación política que recibió más apoyo, Acción Popular, registra un mísero 0.6%. Además de estos veintiséis “partidos” existen otros diecinueve en proceso de ingresar al Registro de Organizaciones Políticas (ROP). De lograrlo, si el llamado a las urnas fuera hoy, figurarían 45 agrupaciones en la cartilla electoral. Más que una cartilla haría falta desenrollar un papiro. Ciertamente no todas competirán por la presidencia en el 2026. Sea porque no salieron bien librados de una tacha, se unieron a una alianza, disputas de último minuto o porque su único propósito es obtener representación en el Parlamento para retribuir a sus “financistas” con leyes hechas a su medida, así sean estas contrarias a la Constitución. Es indudable que la atomización de la oferta política es resultado de la debilidad y el colapso del sistema de “partidos políticos” en el Perú, desacreditados en grado sumo. Se trata de un diagnóstico que los politólogos remarcan desde hace décadas y que en lugar de revertirse, se agrava. “No son partidos propiamente. No en la concepción original de que sus afiliados lleven una vida partidaria y se dediquen profesionalmente a la política. No hay nada de eso. Es más bien una proliferación de agrupaciones fantasmales que con ciertas artimañas en complicidad con las corruptas autoridades electorales, logran cumplir con los requisitos formales, pero que en la práctica son emprendimientos que florecen en un contexto favorable para ellos”, señalan. Hasta ahora el récord de más contendores en una elección le pertenece a los comicios del 2006, donde veinte partidos políticos compitieron por la Presidencia. Aquella vez, il capo della mafia Alan García y el militar retirado Ollanta Humala pasaron a segunda vuelta con el 55% de votos válidos entre ambos. Pero el punto más crítico sucedió en las elecciones del 2021, en el que participaron dieciocho candidatos, y el voto se fraccionó a la mínima expresión: entre Pedro Castillo, un analfabeto mononeuronal con nula experiencia política, y Keiko Fujimori, la heredera de Kenyo Fujimori, quienes obtuvieron apenas el 33% de votos válidos, y eso les bastó para disputarse la banda presidencial, que acabó “ganando” Castillo mediante el fraude en el ballotage. De esta manera, la figura del outsider o aventurero político quedó nuevamente de manifiesto. “Los pequeños candidatos saben que con una ultra fragmentación, los porcentajes para pasar a segunda vuelta son bajos. Luego del 2021, muchos quieren que ese escenario de repita. De esta manera, las elecciones terminan siendo una tómbola o una lotería, porque no se necesita tener bases partidarias. Si solo supera el 10% ya está compitiendo, y en segunda vuelta, donde se está obligado a elegir entre quienes pasaron, los porcentajes se inflan”, explicaron. Uno de los aspectos que favorece a la dispersión ha sido la eliminación de una reforma primordial: las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), un mecanismo bastante recurrente en otros países de la región, donde la ciudadanía tiene la posibilidad de elegir al candidato de su partido, en lugar de que este sea escogido a dedo solo por los militantes o delegados de dicha agrupación, entre quienes más “aporten” económicamente. Las PASO fueron aprobadas en el Perú en el 2019, sin embargo, nunca se aplicaron. Primero se puso de excusa la pandemia del Coronavirus y luego se adujo falta de tiempo. En diciembre del 2023, el Congreso eliminó esta medida con 74 votos a favor, 36 en contra y 12 abstenciones. Las PASO estaban llamadas a funcionar como un filtro para evitar el desborde de “partidos” que hoy existen. Otros analistas consideran que el incremento de agrupaciones políticas elección tras elección es el reflejo de una informalidad que es transversal a la sociedad peruana. “Es más complejo darle representación política a aquello que está en las antípodas de la formalidad. Sucede en el transporte, en la salud, en la educación, en aquellas economías ilegales que hayan financiado algunas iniciativas que han tenido mayor penetración en el sistema político. Todo eso complica el panorama. A ello se suma la desafección de la gente, cuando son ellos quienes tienen un rol importante para castigar el accionar de los partidos”, comentaron. Por cierto, las elecciones del 2026 marcarán el retorno de dos agrupaciones políticas de oscuro pasado que recobraron su inscripción: el Partido Aprista Peruano, que en mayo pasado cumplió cien años y gobernó desastrosamente en dos periodos, y el Partido Popular Cristiano, con 58 años de tradición. También estará presente el adicto a la marihuana y despreciable asesino de policías, Antauro Humala al frente de una agrupación filosenderista que lleva sus iniciales; y el empresario Carlos Añaños, un folklórico desconocido, quien pretende ser el outsider en esos comicios. Este proceso, además, podría suponer el regreso a la vida política de Kenyo Fujimori, aunque todavía está por verse de qué manera. Se dice que pretende ser candidato, aunque su deteriorada salud y avanzada edad - 87 años - así como algunos impedimentos legales pueden jugar en su contra. “Todo es muy impredecible. Hemos pasado de un sistema de partidos a un mercado de partidos. Es una degeneración. Hubiese sido ideal tener primarias abiertas, porque así vas eliminando partidos, pero el Congreso se opuso y este es el resultado. La recolección de firmas tampoco es el camino, porque puedes firmar sin ningún tipo de compromiso y luego desentenderte”, explican. Actualmente los partidos políticos que desean inscribirse en el Jurado Nacional de Elecciones necesitan reunir las firmas del 3% de los ciudadanos que votaron en las últimas elecciones nacionales. Eso equivale a 531.412 firmas. No se necesita que sean afiliados o militantes, sino simplemente adherentes, es decir, aquellos que no tienen ninguna vinculación partidaria con la agrupación, pero desean darle su respaldo con su firma. La debilidad de este mecanismo es que ha dado lugar a un mercado negro donde las firmas se compran al mejor postor, donde todo vale y todo es relativo, y al final el fin justifica los medios. Solo les importa conseguir los votos para alcanzar el poder, el resto es ilusión. Lo peor de todo y es que de una manera inexplicable, los organismos electorales como el JNE, la ONPE y la RENIEC aún se encuentran en manos de parásitos caviares, los mismos que avalaron el fraude de Castillo, pero el Congreso aun no los expectora como debiera, para que los próximos comicios no sean cuestionados como sucedió en el 2021. Precisamente uno de los responsables de esa burda maniobra fue nada menos quien actualmente usurpa el cargo de presidente del JNE, Jorge Salas Arenas (alias ‘Camarada Coquito’) otrora defensor de terroristas y que hoy avala al drogadicto Humala. Quedan menos de dos años para que se realicen las elecciones generales y tal como se ve ahora, el panorama pinta a negro.